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POEMAS SUBREALISTAS

Jorge Éver González Domínguez aepchchiapas@gmail.com

LUNA DE FRESA
Desprendió de la tierra su casa nómada en calles angustiadas,
sarcófago de piedra.
Respira en ella aire rancio de temores
y polvo de restos no tan muertos.
Pinta el hastío de ocre su memoria
y de luciérnagas apagadas su vestido.

Piruetas de una hoja con letras albinas,
en la espesura de su morada rasga el sueño diurno sus versos
y Alejandra Pizarnik los rehace
con la espuma de sus manos.

Se dijo sola y puso un cuadro, péndulo en la pared,
con la estampa de Frida Kahlo
que gotea sempiterno el sufrimiento.

Distorsión desmedida de las cosas
decretaron sus manías germinales,
siempre a tiempo en horas tardías
y a destiempo las voces cautivas.

En una rendija del ocaso vio pasar un Joker sobre un corcel
entre auroras y caracolas, y fue tras él.
Dejó su inherente obsesión, al resguardo
de un abrigo que nunca usó.

Abrió la puerta de mil aldabas
estrujó al viento que antes la sofocaba.
Una lechuza negra y un cuervo blanco disipan los fantasmas.
Al andar seduce su cuerpo virginal
y palpa humedales su piel enardecida.

Atrás, las huellas de sus pies descalzos,
señal de migas para nadie.

Ausencia de paz, sentencia de bata blanca,
murmura frenética la calma.
Abatida busca su daltonismo el arco iris.
Y va tras él.
Y en tres días
y una luna de fresa,
al fin la libertad.
Martha Elba
Zambrano Oropeza

ENGANCHARME AL
LÁTIGO DE UNA NUBE
Al filo azul de las fronteras,
a los pies descalzos del sueño americano,
al camino, al hilo de sangre, a la luz enloquecida por el sueño.

Voy de paso en las calles empedradas de lechuzas,
ardiendo con los sabios,
y con el potro que carga el mundo.

Mi piel con olor a canela de tu vientre,
erupciones de tus senos en el azote de mis párpados.

Escucho el tropel de risas,
el látigo del Joker
en la espalda de Frida Kahlo.

Alejandra Pizarnik ahogando en el río Bravo sus pestañas
donde a contracorriente nada la demencia.

La cordura perdida en los desiertos de metáforas,
la psicosis enseñando sus colmillos en la oscuridad de los vagones,
escucho entonces quebrarse los espejos donde se refleja el filo de la lengua.

Veo rayar el fuego con el duelo, mientras el crepitar se pone su guante migratorio
y en mi rostro dejo correr mis cementerios.

Mis bornes mentales ahorcando las rutas
de mis sueños, y en mis caminos escurre un elixir más fuerte que la muerte.
Jorge Éver González Domínguez

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