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Elsa D. Solórzano

Un espacio dedicado a la Asociación de Escritores y Poetas Chiapanecos, A.C.

Jorge Éver González Domínguez aepchchiapas@gmail.com

AUGURIO
Acompañas a tu amiga Cecilia durante el funeral y entierro de su hermana Almudena, quien sufrió un accidente de auto cuando volvía de su trabajo como doctora en el pueblo de Zaragoza, Nuevo León. –Fue una tragedia –decía una de sus compañeras de la clínica–: Un conductor no le permitió incorporarse al carril cuando iba rebasando y se estrelló de frente contra un autobús. Todos los ocupantes del vehículo murieron, incluyendo a una pobre señora y su hijo que iban a Monterrey para una consulta médica: como no tenían dinero para el viaje, la doctora se ofreció a llevarlos.
Cecilia y sus hermanas lloran desconsoladamente; el sacerdote pronuncia la oración fúnebre, mientras el féretro con el cuerpo de Almudena desciende hasta la fosa donde descansará en paz. Al final menciona que era una creencia absurda pensar que repetir los nombres de los hijos muertos en los que nacen después es un mal augurio.
En ese momento observas la lápida que colocarán encima de la sepultura, tiene grabado un nombre: María Almudena García Soriano, 9 de noviembre de 1995-19 de enero de 1996. Entiendes entonces las palabras del sacerdote, que es amigo de la familia de Cecilia. Una niña con el mismo nombre había muerto antes de que Almudena naciera en 1997: por eso se llamaba así.
El olor de las velas, de las flores y la aglomeración de la gente te hacen recordar momentos tristes, cuando acudiste a los entierros de tus abuelos y tus padres. Cecilia no te ve, quieres acercarte a darle un abrazo, pero está consolando a su madre, que está deshecha. Te alejas un poco, pones la mano en tu pecho, sientes un ahogo y crees que vas a desmayarte. Tienes la boca reseca. Un hombre que trabaja para la funeraria ofrece botellas de agua a la concurrencia. A pesar de sentir sed no le pides una; prefieres ir a sentarte bajo la sombra de un árbol que está a unos cuantos metros.
Tienes la sensación de estar dentro de una película donde eres personaje y espectadora al mismo tiempo. Los trabajadores del panteón comienzan a tirar encima del féretro palas de tierra, el sonido hueco retumba dentro de tu cabeza. La gente arroja flores, entre gritos y sollozos. Te resulta doloroso contemplar todo aquello. Cerca de ahí se encuentra la capilla donde están enterrados tus abuelos y tus padres.
Recuerdas que cuando eras niña y visitabas el panteón con tu familia por el día de muertos, podías ver a las personas cuyos nombres estaban escritos en las sepulturas, sentadas encima de ellas. Te saludaban y te decían que estaban esperando a sus seres queridos. Tú los regañabas y les ordenabas que no se salieran porque iban a espantar a la gente. Cuando tu mamá te veía hablando sola, te reprendía diciendo que ahí no había nadie, que te ibas a volver loca; dejó de llevarte al cementerio por consejo de sus tías.
Te levantas y te alejas del funeral, los llantos y los gritos son más lejanos. El cielo comienza a nublarse y un vientecillo ligero levanta polvo y hojas secas. Sientes un soplo en la nuca, volteas para ver si alguna persona te ha seguido, pero no, estás sola. Deambulas entre las tumbas sin que esta vez puedas ver a nadie encima de ellas. Piensas en volver para darle el pésame a tu amiga, pero prefieres esperar a que se vaya la gente. Llegas hasta la capilla de tu familia, la puerta está abierta, rechina cuando se mueve con el aire. Entras y un olor a cera rancia y flores podridas penetra por tu nariz; el suelo está sucio, los vidrios empañados y todo parece cubierto de olvido. Lees en la placa los nombres de tus abuelos, los de tus padres y dos veces el tuyo.

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