Nuestra solidaridad con las madres buscadoras

Para quien ha sentido el dolor de perder una madre, ya sea por causas naturales o peor, por producto de la violencia, conoce en carne propia el sufrimiento que parte en pedazos el corazón pues no hay mayor dolor que ver cómo nuestros seres queridos parten de esta vida terrenal.

Pero la ley de la vida es así, no se puede cambiar y nos referimos a la partida que en algún momento de nuestra vida tiene que registrarse. No hay vuelta atrás. Sin embargo, otra cosa es que otros factores aceleren este proceso cognoscitivo de nuestro diario vivir.

Hoy, en este día especial para las mamás en México y en Chiapas, también está el dolor profundo de quienes han perdido a su ser querido, producto de la violencia, de las rencillas personales, de los feminicidios.

Este sábado, que para la mayoría de las familias es un día especial porque agasajan a la mujer que les dio la vida, y al que nos unimos con nuestros parabienes, también están aquellas mujeres que lloran, lamentan y están frustradas porque no saben del paradero de sus hijas, de sus hijos.

Este fenómeno criminal que ha puesto de cabeza a los gobiernos de los estados y el federal, ante la impotencia de poder descifrar los vericuetos de la violencia, las tiene sumidas en la desgracia, en la impotencia.

Situación que por varios lustros ha obligado a las mujeres a enrolarse en las llamadas organizaciones “madres buscadoras”. Sí, este sector que, con sacrificio, pero con el amor de madre por delante, han hecho mucho por México para transparentar casos de corrupción en las altas esferas políticas.

El grito desesperado de las mujeres se ahoga y diluye en las planchas de concreto de las plazas públicas donde se asientan los gobiernos estales o municipales. No hay forma para describir el dolor humano que profesan sin simulación las mamás de aquellas hijas que están perdidas, desaparecidas y lo más seguro, sin ser pesimistas o caer en la discriminación, en alguna parte del suelo mexicano, sin vida.

Este panorama negro y suculento a las lamentaciones lo sufren en el país miles de madres, sí, aquellas que han tenido la desgracia de ya no tener a su hija o su hijo entre sus brazos. Qué importa para ellas sí élk o ella es mayor de edad, casada, con hijos, o si quien ha desaparecido de su vista es un menor de edad.

A ellas nuestra solidaridad, a ellas, a estas mujeres que no descansan para buscar resquicios de dónde podría estar una señal de esperanza para encontrar a su ser querido, nuestro respeto y admiración por ese valor inquebrantable de afrontar la vida y para exigir el derecho a la justicia.

Hoy en muchos zócalos de cabeceras municipales, en las plazas donde se asienta el poder Ejecutivo, en las sedes de los Congresos legislativos y en la misma monumental plaza que rodea el Palacio Nacional en la Ciudad de México, amanecieron y permanecen mujeres velando y rezando por encontrar a sus seres queridos.

Pero también estas concentraciones son el reflejo del hartazgo que tienen hacia el Estado, hacia la falta de política pública y estrategias de seguridad para combatir la violencia.

Los datos oficiales son escalofriantes. En la primera semana de mayo, de acuerdo con el Registro Nacional de Personas Desaparecidas y No localizadas, había 128 mil 120 personas desaparecidas y no localizadas en México.

Organismos no gubernamentales aseguran que las cifras no coinciden con la realidad que vive el país y eso es muy grave. Esconder las cifras, de ser cierto lo que dicen, reflejaría la falta de voluntad del gobierno para reconocer la realidad.

Entre ayer y hoy, 90 colectivos de 26 estados de la república y de tres países de Centroamérica y de Estados Unidos, visibilizaron “el clamor más inaplazable de la época contemporánea en México”, encontrar a los miles de personas desaparecidas en el país.

Lo mínimo que hay que hacer es solidarizarnos para exigir justicia y obligar a la autoridad a trabajar con estos grupos; que no haya temor a los resultados, es mejor contribuir, participar a que los señalamientos de las políticas fallidas sean solo de un solo lado. Aún se está a tiempo.

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