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Cincuenta años del 10 junio de 1971

César González Madruga 

 

Cincuenta años del 10 junio de 1971

Una de las personas que me enseñó a escribir fue el filósofo Alejandro Cea Olivares, quien es un cronista de su época y quien me compartió este apartado a cincuenta años del 10 de junio de 1971, que es de suma importancia para los lectores de la «voz de Tlaltechutli», confío en que aprendan tanto como yo.

«CUANDO EN LA PELÍCULA ROMA APARECIÓ LA MASACRE DEL 10 DE JUNIO DE 1971 LLORÉ COMO HACIA MUCHOS AÑOS NO LO HACÍA…y lloré porque hace cincuenta años estuve a punto de ir a esa manifestación. Alguien me había convocado y dudé entre ir a la Universidad, estaba iniciando la carrera de Filosofía o ir a la manifestación. Se lo dejé a la suerte, eché un volado: ganó la Universidad, Me gané seguir viviendo.

Tenemos las imágenes: un batallón de jóvenes con varas de bambú; soldados y policías haciendo un cerco: de aquí nadie se escapa; primero enfrentamiento y golpiza, después tiros. Horror e impotencia de los estudiantes. Por la noche en el colmo de la orgía de la violencia: asesinato por parte de los halcones de los heridos en el Hospital Rubén Leñero. Desaparecieron cadáveres.

Esa misma noche Echeverría, quien desde su campaña se había acercado a los disidentes del 68, expresó: “Si ustedes están indignados, yo estoy más”. Se vinieron renuncias: la del Procurador, un tal Sánchez Vargas y la del Jefe de Departamento del Distrito Federal, Alfonso Martínez Domínguez, así como la de Flores Curiel, jefe de la policía. Poco a poco, se fue sabiendo que el grupo se llamaba Halcones, que fue creado y operado desde 1968 por un tal Manuel Díaz Escobar en el Gobierno del Distrito Federal, que lo formaban algunos militares y jóvenes de barriadas marginadas y que fueron entrenados, por profesionales, para golpear y matar.

El siguiente sábado, un par de amigos me platicaron que el jueves 10 de junio habían estado, como a las doce de la mañana, con el hijo del procurador Sánchez Vargas. Alguien preguntó sobre una manifestación para ese día. El hijo del Procurador les contestó: ya fue la manifestación, se pelearon entre ellos, hubo algunos heridos. Cuatro horas antes del crimen ya se sabía lo que iba a pasar y hasta se tenía la excusa. El tal Sánchez, con fama de medio tonto, equivocó la hora. Al día siguiente los periódicos dijeron lo mismo: Pleito entre Estudiantes.

El rumor de que el asesinato fue ordenado por el presidente Echeverría creció. Hubo quienes afirmaron que, por la radio de onda corta del gobierno, siguió el desarrollo de la masacre. Con los años Martínez Domínguez difundió en Proceso que ese día el presidente de la República se le acercó, lo miró fijamente y le dijo: Alfonso, le está hablando el presidente de la República, piense en su familia. Le pido su renuncia. Y así fue.

Echeverría necesitaba culpables y a quien lo quiso entender, se dio claro el mensaje: este gobierno no permitirá la oposición. El asesino, lo supimos, estaba en Palacio Nacional. En continuación lógica vinieron los tiempos de la guerra sucia, de la brigada blanca, de la guerrilla. Del horror obscuro. Con los años ni uno sólo de los halcones fue a dar a la cárcel; Martínez Domínguez quien mintió y negó la existencia de los Halcones y Flores Curiel fueron gobernadores uno de Nuevo León, el otro de Nayarit; Sánchez Vargas dirigió el grupo financiero SOMEX, el más importante del gobierno y Díaz Escobar, fue agregado militar de la embajada de Chile en 1973. El silencio y la complicidad tuvieron buena paga.

Por su parte, Luis Echeverría sigue, a los casi cien años, consciente, alerta, cínico. En una reunión, lo platicó uno de los asistentes, respondió con una gran carcajada y con “¿Usted qué cree?, a la pregunta: presidente, ya pasaron los años ¿Quién organizó lo de los halcones? Repito lloré como nunca con las escenas del crimen presentadas en la película Roma. Sentí miedo y agradecimiento pues se me han concedido cincuenta años de vida extra. Esa oportunidad no la tuvieron más de cien jóvenes que perdieron el volado de la vida y fueron a la manifestación. Me salieron las lágrimas y hoy me salen estas líneas que ojalá te trasmitan mi coraje, mis ganas de hacer algo, mi miedo ante el poder. No hay que olvidarlo.» Alejandro Cea.

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