Razones
Cuando todo puede cambiar
Jorge Fernández Menéndez
Estamos lejos todavía de tener, al momento de escribir estas líneas, resultados últimos sobre la jornada electoral. Pero refrendando lo que decíamos esta misma semana, resulta evidente que, salvo unas pocas elecciones, los comicios han sido mucho más cerrados de lo que esperaba el oficialismo a principios de año, y mucho más lejos todavía de lo sucedido en 2018.
Habrá que terminar de analizar los números, pero en Morena, lo ocurrido este domingo ya es percibido como una derrota, más allá de que ese partido seguirá siendo el mayoritario en la cámara de diputados, pero sin contar ahora con la mayoría calificada, que tampoco tiene en la de senadores.
Hay varios estados en los que Morena tenía, según sus cálculos, asegurada la victoria por amplio margen. Hoy vemos que, en muchos de esos estados, Sonora, Tlaxcala, Campeche, Zacatecas, Michoacán, Colima y en forma notable la ciudad de México, puede haber aún triunfos oficialistas, pero en todos los casos serán muy cerrados, y en otros la forma en que se desbarrancó el oficialismo llama profundamente la atención. Varios estados están perdidos como Querétaro, San Luis Potosí, Baja California Sur, evidentemente Nuevo León y todo indica que la ciudad de México sigue ese camino. Probablemente también Chihuahua.
Lo sucedido en la capital del país, feudo histórico de una izquierda que la gobierna desde 1997 en forma ininterrumpida es una señal imposible de ignorar y tiene doble explicación, por una parte, el descontento con la administración federal, pero también la profundidad de las luchas internas en el propio Morena.
Los resultados, de confirmarse en las próximas horas, influirán además en un capítulo que el propio presidente López Obrador reconoció la semana pasada que se abriría a partir de hoy: la sucesión presidencial. Ninguno de los presuntos aspirantes para el 2024 sale fortalecido de este proceso. Y además se da en vísperas de una visita de Kamala Harris, la vicepresidenta de Estados Unidos, que estará aquí el martes, donde la agenda bilateral está cargada de interrogantes.
Estos resultados, más allá de que se terminen de confirmar en las próximas horas las tendencias que esta noche se comenzaban a presentar, deberían determinar cambios en Morena y en el proyecto presidencial. Una fuga hacia adelante es una posibilidad real, pero sería también una inconciencia. La 4 T sigue siendo una opción mayoritaria, pero está cada día más lejos de tener una mayoría absoluta y ya a la mitad del sexenio, estos resultados impedirán que realice los cambios constitucionales para imponer el modelo de Nación que preveía no hace mucho el propio presidente López Obrador.
Aún es temprano para hacer otros pronósticos, pero la jornada electoral dejó dos expresiones muy claras: primero, que la gente decidió participar quizás como nunca antes en unos comicios intermedios. En casi todo el país las largas colas, el tiempo que invirtió la gente en ejercer su voto, demostró que pese a la pandemia, a la violencia y al propio clima de polarización existente, la gente quiere votar y expresar con su voto su opinión.
Es un dato clave, porque tomando en cuenta todo lo que está en juego en los tres próximos años, sea cual sea el destino que se imponga al país a partir de esta elección, ese destino deberá construirse con base en votos, participación y asumiendo que estamos muy lejos de un escenario de blancos y negros, de buenos y malos, de liberales y conservadores como le gusta plantearlo al presidente López Obrador. La sociedad mexicana es plural, está compuesta de muchos matices políticos, sociales, económicos y estas elecciones han demostrado que querer gobernar a partir de la polarización no sólo es un error, es desconocer la realidad que impusieron estos comicios.
Se confirma también, y muy lamentablemente, que la violencia está más presente que nunca. Claro que la violencia no logró desfigurar los comicios, que la gente salió a votar y que se instalaron más del 92 por ciento de las casillas. Pero tampoco nos engañemos: hubo secuestros, asesinatos, agresiones, operación apenas encubierta de varios cárteles en distintos lugares del país, en forma muy notable en Sinaloa, Veracruz y Michoacán.
Si el debate sobre si fue más violento el proceso electoral del 2018 o el actual era simplemente absurdo, lo ocurrido este fin de semana, en la jornada electoral y las horas previas, confirman no sólo ese juicio, sino también que no hay avance en las políticas de seguridad pública y que los grupos criminales se sienten cada día más empoderados, inclusos para presionar electores en plena jornada electoral.
La política de seguridad, que en todas las encuestas previas a la elección fue la que mayores negativos tuvo en la evaluación gubernamental, debe ser reconfigurada y es imprescindible quitarles poder, control y protagonismo a los grupos criminales, lo que también le pedirá al gobierno federal este martes Kamala Harris.
La seguridad pública se debe manejar menos sobre bases ideológicas y muchos más con resultados concretos. Y estos hoy son negativos o si se quiere tan malos como en el pasado. En tres años, en seguridad no hemos avanzado, hemos retrocedido y eso se puso de manifiesto también en este proceso y con estos resultados electorales.