Sequía, ola de calor y revolución (PARTE II)

Daniel Tanuro

¿Qué hacer? (una canción conocida)

La denuncia de las políticas neoliberales está implícita, pero bastante clara.

En el lado positivo, el informe del IPCC insiste acertadamente en que la adaptación al cambio climático debe ser holística, social, democrática, participativa, reducir las desigualdades, apoyarse en los grupos sociales más débiles, fortalecer las posiciones sociales de mujeres, jóvenes y minorías, etc. Pero su enfoque se centra en quienes toman las decisiones, a los que busca convencer, no en los movimientos sociales y sus luchas. Sin embargo, todo depende de estos movimientos sociales, no de los gobiernos.

No es este el lugar para elaborar un catálogo de reivindicaciones, nos contentaremos con algunas indicaciones y reflexiones.

La gestión del agua es un punto clave. Como escribe el IPCC (GT2), “mantener el estatus del agua como un bien público está en el centro de las cuestiones de equidad”. Es la cuestión clave.

En particular, se trata de cuestionar la monopolización de los recursos hídricos por parte de los grupos capitalistas productores de agua embotellada y bebidas diversas, la de los bosques por parte de los productores de pasta de papel, pellets u otros bienes (¡véanse los daños ecológicos y humanos causados ​​por las plantaciones de eucalipto en Portugal! ), el de las aguas subterráneas por la agroindustria (en Andalucía, por ejemplo).

Pero la cuestión central del agua como bien público implica también un sinfín de demandas concretas más inmediatas: remontarse a la impermeabilización de superficies, al alcantarillado de aguas pluviales, a la rectificación de arroyos, a la destrucción de humedales; promover técnicas agrícolas y forestales que restablezcan los suelos y su capacidad de absorción limitando su perdida; reorientar la agricultura mucho más radicalmente hacia la agroecología; sin olvidar la inversión en la red de distribución (en Valonia, por ejemplo, el 20% del agua producida no se factura, por lo que las fugas en la red son muy importantes).

Una gestión racional, social y ecológica del agua requiere otra política de precios. La política liberal de ‘coste real’ es socialmente injusta, ya que todos los consumidores pagan grandes cantidades por el tratamiento de aguas residuales industriales. Además, la política neoliberal fomenta el despilfarro del recurso, ya que los ingresos económicos de la distribuidora dependen en parte de que los usuarios paguen también por la depuración -¡inútil!- del agua de lluvia vertida al alcantarillado…

Debe implementarse otro sistema: para los hogares, consumo gratuito correspondiente a la satisfacción razonable de las necesidades reales (beber, bañarse, limpiar la casa, lavar los platos y lavar la ropa, etc.), y luego fijar rápidamente los precios progresivamente por encima de este nivel.

La protección de las personas debe ser otra prioridad efectiva. Este no es el caso. Dirigida por el climatólogo JP van Ypersele, la Plataforma Valona del IPCC señala que la ola de calor de 2003 mató a más de 1.200 personas mientras que la de 2020 mató a más de 1.400… Entre las dos fechas, por lo tanto, no se hizo nada… a pesar de las promesas…

Un plan público de adaptación al calor extremo debería al menos organizar la ecologización sistemática de las aglomeraciones (árboles por doquier, para dar sombra) así como el aislamiento térmico de todos los hospitales, colegios, residencias de ancianos o minusválidos.

Más ampliamente, debemos reafirmar la necesidad urgente de aislar y renovar todas las viviendas. No solo para reducir radicalmente las emisiones de la calefacción (¡y del aire acondicionado!), sino también para proteger la salud y el bienestar. En este asunto como en otros, la constatación es que las políticas neoliberales de incentivo por mecanismos de mercado son tanto ecológicamente ineficientes como socialmente injustas. Esta política de chapuzas debe dar paso a una iniciativa pública, de lo contrario prevalecerán las soluciones

individuales como la compra de aires acondicionados, lo que provocará un aumento del consumo energético y de las emisiones de CO2.

El IPCC insiste en la importancia de una política holística, que considere tanto la adaptación al calentamiento global como la reducción de emisiones (“mitigación”, en la jerga). Por lo general, el sector de la energía abarca ambas áreas. Falta agua para enfriar los reactores nucleares. A la vista de las proyecciones, esta realidad sólo puede empeorar en los próximos años, por lo que la política de adaptación se enfrentará a alternativas infernales: ¿debería utilizarse el agua de forma prioritaria para enfriar las centrales (¡calentando los ríos!) para generar electricidad? ¿para beber? o ¿para regar los cultivos? (¿y qué cultivos?). Razón de más (¡hay muchas más!) para no apostar por la energía nuclear como solución de “mitigación” …

No voy a volver aquí sobre las medidas a tomar en términos de reducción estructural de emisiones de gases de efecto invernadero, ya les he dedicado muchos escritos. En resumen: la energía y las finanzas deben ser socializadas, de la misma manera que el agua, debemos salir del agronegocio y organizar el fin rápido de la movilidad basada en el automóvil individual. Este abanico de profundas transformaciones estructurales es la condición necesaria, pero no suficiente, para una rápida y efectiva descarbonización de la economía global.

Sin este remedio anticapitalista de caballo, será estrictamente imposible respetar las limitaciones climáticas explicadas por los científicos. En este caso, el «planeta estufa» de Johann Rockström y los otros autores mencionados anteriormente se convertirá con toda seguridad en una realidad irreversible. Significaría un cataclismo humano y ecológico de una magnitud inimaginable. Inconcebible.

¿Política climática “nocional” o ecosocialismo?

No hay mal que por bien no valga: ya pueden todos tomar conciencia de la extrema gravedad de la situación y del terrible peligro al que nos enfrentamos. Reproduzco aquí un extracto de un post publicado el 11 de agosto en las redes sociales, a propósito de la sequía en Europa:

“Con las inundaciones (de 2021 en Bélgica y Alemania), el cambio climático nos ha dado, por así decirlo, un golpe en la cabeza. Un golpe de bastón que duele, que puede matar a los que están en primera línea. Con la sequía, el calentamiento demuestra que nos puede agarrar por el cuello y apretar despacio, cada día un poco más, sin prisas, de modo que nos sobrará tiempo para ver progresar la muerte -los más lúcidos ya la ven: la muerte de las plantas, la muerte de los ríos, la muerte de los animales, nuestra propia muerte. Porque, ¿cómo podríamos sobrevivir cuando todo desaparezca?».

Ante este problema, todos pueden también tomar conciencia del hecho de que las políticas gubernamentales son totalmente inadecuadas y, para ser honestos, criminales.

Estas políticas no permiten reducir las emisiones rápidamente (¡las emisiones siguen aumentando!) para llegar al “carbono cero” en 2050. Es incluso lo contrario lo que está sucediendo ante nuestros ojos: la recuperación pospandemia y la guerra de Putin contra el pueblo ucraniano ha desatado una fiebre general por los combustibles fósiles (carbón en China, Rusia, Turquía, lignito en Alemania, gas de esquisto en los Estados Unidos, gas en la Unión Europea). Con la clave de un frenesí de acaparamientos neocoloniales, rivalidades entre potencias y gestión bárbara de las migraciones.

Las políticas climáticas gubernamentales no solo son ineficaces, no solo aumentan las desigualdades sociales, sino que tampoco protegen a las poblaciones contra los desastres. Esta protección de las poblaciones es, sin embargo, en teoría, la misión constitucional elemental de cualquier gobierno, de cualquier Estado.

Este formidable desbarajuste es un factor potencial para una espectacular profundización de la crisis de legitimidad de los poderosos de este mundo, cualquiera que sea el “campo” al que pertenezcan.

La inestabilidad así creada no debería dejar de tener repercusiones en el plano ideológico. Un ejemplo de esto lo tuvimos recientemente, en Bélgica, con la tribuna libre en forma de autocrítica que publicó el Sr. Bruno Colmant en “La Libre”.

En este texto, el exjefe de gabinete del muy liberal Didier Reynders, el economista que diseñó la estafa del “interés nocional”, cree que “el capitalismo neoliberal ya no es compatible con el desafío climático”.

El señor Colmant tiene razón: el “libre mercado” no nos sacará del callejón sin salida. Enfrentar el desafío climático requiere imperiosamente un plan público, objetivos sociales y ecológicos distintos al lucro, recursos públicos, y por lo tanto una redistribución radical de la riqueza, contraria a las “reformas neoliberales”.

Sin embargo, después de haber criticado el “capitalismo neoliberal”, el Sr. Colmant se encuentra en la incómoda posición de alguien que se detiene en medio del vado.

En efecto, el dogma neoliberal del libre mercado no es el único obstáculo en el camino hacia una gestión racional de la catástrofe climática: la obligación capitalista de crecimiento es otra, aún más fundamental, y que el señor Colmant no está dispuesto a superar. Puede existir un capitalismo no liberal, keynesiano o neokeynesiano. Pero un capitalismo sin crecimiento es, como dijo Schumpeter, una contradicción en los términos. Sin embargo, sin una disminución en el consumo de energía final – por lo tanto, sin una disminución en la producción y el transporte – es imposible alcanzar las «emisiones cero» en 2050. Incluso barriendo el carbono debajo de la alfombra con «compensaciones», «captura-secuestro» y se excluyen otras “reducciones de emisiones teóricas”.

Es una necesidad objetiva: hay que producir menos, trabajar menos, transportar menos, compartir la riqueza, cuidar prudente y democráticamente a los seres y las cosas. Es necesario, en otras palabras, romper la máquina capitalista productivista. ¿Productivista? deberíamos decir “destructivista”, tan claro es que “el capital arruina las dos únicas fuentes de toda riqueza: la tierra y el trabajador” (como dijo Marx después de su giro antiproductivista).

La guerra climática ha comenzado y es una guerra de clases. Con esto quiero decir que requiere un punto de vista sobre las necesidades REALES de hombres y mujeres, es decir un punto de vista liberado de la alienación de la mercancía y de la carrera por el lucro egoísta que muestra la realidad sobre su cabeza.

Fuera de una orientación ecosocialista, internacionalista, feminista, no habrá salvación.  Organicémonos para decirlo y actuar en esta perspectiva, más allá de fronteras, “campos” y “bloques”. En definitiva, es hora de atreverse a ser revolucionarios.

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