Edgardo Bermejo Mora
Philip Roth, uno de los grandes novelistas estadounidenses de nuestro tiempo, murió en 2018 a los 85 años de edad sin haber recibido, como lo merecía, el premio Nobel de Literatura. Murió en el segundo año de la presidencia de Donald Trump, de quien fue un crítico severo.
En la novela La conjura contra América (2004), Roth compuso una trama contrafactual tomando algunos elementos reales de personajes y acontecimientos históricos de su país, para imaginar un escenario por el cual el gobierno de Estados Unidos habría dado un vuelco fascista, xenofóbico y antisemita al comienzo de la Segunda Guerra Mundial, alterando sin remedio el rumbo de los Estados Unidos, de la guerra y de la civilización Occidental. Una ucronía distópica, y una advertencia en clave literaria que hoy resuena con nueva fuerza.
La novela narra el ascenso político de Charles Lindbergh, el famoso piloto de aviación, pionero en cruzar en 1927 el océano Atlántico a bordo de la avioneta “El Espíritu de San Louis”, y quien sufrió en 1932 el terrible secuestro y asesinato de su pequeño hijo.
Admirado por el mundo entero, años después aceptó una condecoración del gobierno nazi, e hizo públicas sus simpatías por el Führer. En la antesala de la segunda guerra Lindbergh recorrió su país entre vítores y aplausos dando conferencias ¨pacifistas” en las que insistía en que Estados Unidos debía mantenerse al margen de las disputas en Europa -el escenario que mejor convenía a los planes bélicos de Alemania-, e incluso coqueteó con la posibilidad de competir por la postulación como candidato del partido Republicano a la presidencia en las elecciones de 1936, de lo que se desistiría poco después, dada su abierta identificación pro nazi.
Hasta aquí la historia real. En la novela de Roth la historia toma otro rumbo: Lindbergh obtiene la nominación republicana en 1940 y derrota en las urnas al demócrata Franklin Roosevelt, frustrando así su intento de reelección. La condición de héroe nacional, víctima, además, de una tragedia abominable; un discurso ultra nacionalista; y la utilización del miedo colectivo frente a la guerra que se avecina, calan hondo en los votantes y le aseguran una clara mayoría en las elecciones.
Ya instalado en la Casa Blanca, el ahora presidente Lindbergh utiliza el poder para erosionar los derechos civiles, emprender campañas antisemitas, anti inmigrantes y homofóbicas, e invadir la esfera privada de los ciudadanos, como parte de las nuevas atribuciones del gobierno policiaco y autoritario que encabeza, mientras que en el frente internacional Estados Unidos se alinea a los intereses de la Alemania nazi.
La novela relata este periodo desde la experiencia de una familia judía de clase media de Newark -ciudad natal del autor, vecina de Nueva York, donde transcurren otras de sus novelas- que poco a poco se va topando con la nueva hostilidad antisemita del régimen. Detrás de esta historia -contada desde los recuerdos de un niño que entonces tenía siete años y que tiene más de un paralelismo con la propia familia de Roth y su infancia- se dibuja una metáfora atroz del potencial, siempre latente, de que el autoritarismo secuestre a la democracia estadounidense y la descarrile.
Con la reelección de Donald Trump el escenario distópico de Roth se convierte en un espejo incómodo de la realidad. La tercera campaña de Trump intensificó el discurso de odio y exclusión con mayor virulencia incluso que la mostrada en las dos anteriores y en sus cuatro años de gobierno. La intolerancia supremacista habrá de institucionalizarse como la unidad de medida y referencia en los próximos cuatro años.
En La conjura contra América el miedo y el nacionalismo funcionan como armas efectivas para consolidar un poder que margina a diversas minorías religiosas y étnicas, y de paso la emprende contra los derechos humanos y el Estado de derecho mismo. No muy diferente a como se ha construido y consolidado en estos años -con altas dosis de testosterona y fanatismo- el nacionalismo conservador, puritano y excluyente de Trump y sus decenas de millones de seguidores.
Las medidas que instrumentó en su primer periodo regresarán por sus fueros con renovada hostilidad y afán vengativo. Enemigos le sobran, y nada más útil para los populismos de cualquier signo que la demonización del enemigo, interno o externo.
La retórica del nacionalismo radical que defiende a la nación amenazada lo emparenta con la presidencia distópica de Lindbergh. La nueva ofensiva apuntará hacia la inmigración y los movimientos sociales, pero también hacia los medios de comunicación que le fueron hostiles en los últimos años. En la novela de Roth los medios de información han quedado bajo el absoluto total control de Lindbergh, o incluso se les ha proscrito, de la misma manera en la que Trump, al referirse a la prensa como “el enemigo del pueblo, de América y de la democracia”, ha logrado debilitar la confianza pública en los medios y ha hecho que proliferen las teorías conspirativas, febriles y anti sistémicas, en los tiempos de la post verdad y el terraplanismo, que ya dieron un primer zarpazo con la toma del Capitolio en 2021.
Uno de los temas centrales en la novela de Roth es el uso del miedo al otro para unificar a una sociedad alrededor de una identidad excluyente. Lindbergh apunta a los judíos como una amenaza para la nación, de la misma manera que los inmigrantes ocupan en Trump el centro de su imaginario tóxico, con el sello paranoide del QNon.
Un aspecto perturbador de la novela es la condición irreversible de su trama. Roth nos advierte un punto de no retorno: la imposibilidad de la vuelta en u a la normalidad democrática una vez que se ha consolidado el golpe de timón autoritario. No hay en la novela un despertar del mal sueño fascistoide, no hay final feliz.
Colofón
La red social X, que el republicano Elon Musk ha inundado de abierta y disfrazada propaganda en favor de Trump, y que aparece en las cuentas de millones usurarios (aún sin su consentimiento), publicó en días pasados un video que revela la polarización actual y la nueva ola xenofóbica que amenaza nuestra frontera.
En el video dos jóvenes militantes de esta derecha racista en ascenso deciden engañar a los vecinos de un barrio de clase media alta, que previamente les han manifestado su intención de votar por el Partido Demócrata. Para asegurar el timo, se ponen playeras y gorras de apoyo a Kamala Harris, se hacen acompañar de un lamentable grupo de inmigrantes que -o no entendieron nada, o les pagaron para participar como cómplices mudos-, y van tocando de puerta en puerta en los hogares pro demócratas para agradecer el apoyo a Kamala y pedirles “un favor”: que hospeden por un tiempo a este grupo migrantes. “Duermen en el suelo, no causan problemas”, le explican a los vecinos. Tomados por sorpresa, o incrédulos, los vecinos se niegan por diversas razones a hospedar a los inmigrantes ilegales. Lo que representa para los autores de esta infamia la muestra de la incongruencia de los demócratas para defender la inmigración, pero no estar dispuestos a meterlos en sus casas.