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Eduardo Bermejo Mora

Como un país con una tradición histórica de acogida a los refugiados de guerra, los exiliados políticos de dictaduras de diverso signo, y que por décadas le ha abierto la puerta a las migraciones culturales de todo el mundo, México también se ha enriquecido en estos años con la presencia de ciudadanos ucranios. Es el caso muy notable de la artista visual, historia del arte y curadora nacida en Kiev, Svitlana Biedarieva.

Llegó a México hace cinco años luego de concluir un doctorado en Historia del Arte en una universidad de Londres. Lo hizo por razones familiares, pero teniendo muy presente que su país, por lo menos desde el 2014, vivía ya una situación de guerra y violencia de la que la invasión rusa de estos días es sólo una extensión atroz de una historia continua y prolongada.

Desde su llegada a México se ha mantenido muy activa en su trabajo como artista visual, curadora de arte, académica y promotora cultural, con un acento marcado a estudiar el fenómeno de la guerra y de las violencias desde el mirador de la creatividad artística, acudiendo al temperamento crítico e insumiso del arte.

Svitlana conoce en carne propia la manera en que en los últimos años los nacionalismos exaltados, la intolerancia étnica y la violencia han impacto a los creadores artísticos de su país, y a su propia producción artística.

Esto explica que una de sus exposiciones individuales en México, presentada en el Centro Nacional de las Artes de la Ciudad de México en 2017, tuviera por título: “Morfología de la guerra”, y que apenas el año pasado la Universidad de Columbia en Nueva York publicara el libro que Svitlana editó y compiló con el título: “Contemporary UKrainian and Baltic Art. Political and Social Perspectives”.

Esto explica también el ambicioso proyecto de curaduría e investigación que realizó junto la historiadora mexicana Hanna Deikun, y que con el título: “En la línea del frente: el arte ucraniano, 2013-2019” se presentó como exposición en el Museo Nacional de las Culturas de la Ciudad de México. A su vez, el libro-catálogo de la exposición se publicó 2020 bajo el cuidado editorial del Instituto de Estudios Críticos 17 que dirige Benjamín Mayer, en una impecable edición trilingüe (inglés-español-ucraniano) que incluye texto, entre otros, del historiador Jean Meyer.

En el texto introductorio del libro, Svitlana Biedarieva escribió: “es importante hablar sobre los últimos seis años de turbulencia en Ucrania porque esto nos ayuda a develar la lógica de las protestas sociales en cualquier país. (…) La situación en Ucrania es un posible reflejo de una inestabilidad política global, y por eso, hay que presentarla en México (…)”.

“La historia en la que nos centramos comienza el primero de noviembre de 2013, cuando el presidente Viktor Yanukóvich suspendió inesperadamente las negociaciones con la Unión Europea para negociar otros acuerdos con Rusia. Después del 30 de noviembre las protestas políticas en Maidán, la Plaza de la Independencia en Kiev, tomaron un giro más radical y antigubernamental debido a la rigidez del gobierno y la brutalidad de la respuesta policial militarizada. Al llegar febrero de 2014, más de 100 manifestantes habían sido asesinados. Después de esto se produjo un cambio de gobierno en Ucrania”.

“La anexión de Crimea y el comienzo de la invasión militar rusa que tuvo lugar en marzo de 2014 causaron turbulencias en las fronteras sudoriental y oriental de Ucrania. Por un lado, grupos armados prorrusos se apoderaron de partes de las regiones de Donetsk y Lujánsk (llamadas Donbas) en la frontera con Rusia, y por otro, el gobierno ucraniano lanzó una operación militar en respuesta. El estallido de la violencia atrapó a miles de ucranianos que viven la guerra hasta el día de hoy. Más de 13 mil personas han muerto y 1.5 millones han sido desplazados. Desde el comienzo de las protestas hasta la guerra actual, los artistas han estado en el centro de los eventos tratando de capturar, criticar y reflejar las condiciones de violencia a través de su trabajo”.

Svitlana encuentra paralelismo entra la violencia que se vive en Ucrania y en México, y la manera en que esto impacto en las comunidades creativas de ambos países. Es preciso, escribe: “desafiar las relaciones globales de poder y romper con las dicotomías habituales de centro y periferia”.

“La distancia geográfica entre los dos países se vuelve insignificante a medida que los espectadores son transportados al lugar que es el objeto de la obra de arte –ya sea el campo en el este de Ucrania, la plaza principal de Kiev, o un paisaje urbano-industrial en medio de una depresión económica– y se convierten, si no en participantes directos, al menos en testigos de estos eventos históricos”.

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