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¡Era estupendo gobernar sin el pueblo!

Francisco Louça

Dos de los poemas más conocidos de Bertolt Brecht, que de alguna manera resumen las dificultades de su vida, fueron dedicados a gobernantes en momentos cruciales de la historia. Uno de ellos, de los años 30, parodia los discursos del gobierno nazi, abriendo con los siguientes versos: “Todos los días los ministros le dicen al pueblo / ¡Qué difícil es gobernar! Sin los ministros / El trigo crecería hacia abajo en lugar de crecer hacia arriba”, y ya saben cómo continúa. El otro fue escrito dos décadas después, a propósito de la represión del Gobierno estalinista contra la revuelta popular que comenzó en Berlín Este, concluyendo que “El pueblo perdió la confianza del Gobierno / Y solo a costa de esfuerzos redoblados / podrá recuperarla. Pero, ¿no sería / Más simple para el Gobierno / Disolver al pueblo / Y elegir a otro?”. En ambos casos, y en circunstancias diferentes, los poemas responden a tiranías. Sin embargo, hay en esta poesía otro rasgo común además de la sátira del discurso justificativo de la prepotencia, que es la deconstrucción de la distancia. En política, y muy atento, Brecht operaba de manera contraria a lo que proponía en el teatro: en el primer caso, quería denunciar y destruir la opresión basada en la distancia del poder; en el otro, quería crear distancia para evitar la identificación alienada de los espectadores con quién representaba una obra que no constituía la realidad. La realidad es sucia, el teatro quería ser épico; una engaña, el otro muestra.

El proceso de ocultación y justificación narcisista por parte de los gobernantes, en todo caso, no es una particularidad de la tiranía que Brecht combatía en ambos casos. En diversas formas, es la esencia misma de la ocupación del espacio público por el discurso del poder o su inversión en la creación de un sentido común conformista. La política económica portuguesa y europea es un ejemplo transparente de esta forma de dominar.

Masoquismo

Philip Lane, del BCE, dice que “creemos que (subir las tasas) reducirá la demanda, no finjamos que esto se hace sin dolor”, repitiendo a sí a Lagarde, o a todos los gobernantes europeos. En esto hay una entonación de “todos los días los ministros le dicen al pueblo / ¡Qué difícil es gobernar!”. Saben que nos hacen daño, duele, pero es lo mejor para nosotros. El dolor es curativo. De hecho, no es una consecuencia no deseada, sino la esencia de la política: los ingresos son ajustados por la recesión, para cambiar la distribución de los ingresos según la tesis, desmentida por los hechos, de que la concentración de riqueza impulsa la inversión y que, por tanto, la plutocracia empuja el crecimiento económico

La versión portuguesa de esta fantasía se expresa en la convicción con la que el gobernador del Banco de Portugal y el Gobierno advierten que sería fatal subir los salarios. Esto dispararía la inflación, nos dicen. La tremenda espiral inflacionista, garantizada por quienes hace un par de meses sabían que la inflación era solo un fenómeno transitorio, se llevaría por delante al país si los salarios reales se mantuvieran. Es decir, o no hay inflación permanente y no es necesario ajustar los salarios, o hay inflación permanente y no se pueden ajustar los salarios, o “ya hemos pasado el pico” y no se pueden ajustar los salarios. Perdidos por ocho y por ochenta, los salarios bajan en términos reales.

Favor

La comparación entre Portugal y Bélgica revela el absurdo de este masoquismo social. Con una población comparable, la diferencia económica es acentuada: por ejemplo, Bélgica todavía tiene una industria fuerte. Otra diferencia importante, sin embargo, es que Bélgica adapta los salarios al crecimiento de la inflación, por lo que parte de los trabajadores recibe aumentos sucesivos cuando la inflación sube un 2% más (aumento que en 2022 fue del 12%) o, al final del año, una corrección total (que es en este enero del 12,1%). Y, asombro, el mantenimiento de los salarios reales, como se ve en el gráfico (datos de la inflación anualizada en noviembre y el salario promedio para el año), no hizo disparar ninguna espiral inflacionista, como en Portugal es la misma inflación. La diferencia es que en Bélgica no hubo represión del salario real y en Portugal sí.

Inflación y evolución del salario medio

Si se pregunta la razón de esta política masoquista, la respuesta está en la doctrina del “dolor”. No busca domar la inflación, que, provocada por efectos exógenos y ampliada por el abuso de poder en las cadenas de comercialización, no varía tanto con la demanda como con el poder. En Estados Unidos, por ejemplo, los precios de la energía y los bienes ya están bajando, los de los servicios y la alimentación siguen subiendo. No hace falta ser adivino para descubrir el efecto social de esta tijera, se llama desigualdad. Los gobiernos que promueven o aceptan esta política no quieren cambiar las condiciones de la inflación, lo que quieren es empobrecer a los pobres y devaluar el trabajo.

“¡Qué difícil es gobernar!”, se quejó, en sus términos, el jefe del Banco de Portugal cuando pidió “un poco de paciencia” para el truco de los bancos, que ni siquiera pagan el 1% por los depósitos. Por lo tanto, estamos rodeados, en los ingresos y en los intereses. Pero, si el pueblo quiere el absurdo de mantener los salarios reales, o las pensiones, qué tontería, lo mejor es “disolver al pueblo y elegir otro”. Lean a Brecht.

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