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Isidro H. Cisneros

El mundo actual se presenta en continuo cambio produciendo los cimientos de un nuevo orden global. Vivimos momentos de oscuridad porque la aceleración del tiempo histórico ha agotado las narrativas que explicaban las razones por las cuales llegamos a este punto. La caída del Muro de Berlín en 1989 canceló las interpretaciones de la realidad fundamentadas en contraposiciones ideológicas y militares entre capitalismo y socialismo. Han pasado poco más de tres décadas desde que desapareció ese mundo bipolar y se ha completado el proceso de unificación global del planeta en torno a la economía de mercado. Se observa una profunda reestructuración de las relaciones internacionales con espectaculares innovaciones en los sistemas productivos y tecnológicos. Sin embargo, la devastadora invasión rusa sobre Ucrania con sus miles de víctimas civiles, la expansión militarista de la OTAN, las crecientes tensiones entre China y Estados Unidos que tienen en Taiwán un punto de quiebre, así como los continuos asesinatos de palestinos en Gaza a manos del gobierno israelí, son expresiones del actual desorden mundial donde el viejo equilibrio económico y geopolítico está desapareciendo.

En distintas partes del planeta concurren fenómenos que representan una combinación explosiva: guerras regionales permanentes, pobreza e inflación en aumento, rápido avance del desempleo y la precariedad, creciente injusticia social y aumento de la brecha económica entre generaciones, retrocesos en los derechos ciudadanos, así como el surgimiento de regímenes populistas que atacan a la democracia y desarrollan tentaciones autoritarias. Las características del nuevo orden que se está configurando y sus consecuencias aún son poco claras. Si lo son, por el contrario, sus efectos sobre las poblaciones. Migraciones masivas e incremento de refugiados, nuevos conflictos y más violencia en diferentes partes del mundo. Debemos agregar las graves disfunciones en los mercados energéticos y la inestabilidad del mercado de cereales y alimentos a nivel mundial. Como consecuencia de la guerra Europa reducirá salvajemente sus consumos energéticos para tratar de enfrentar la crudeza del próximo invierno.

Por si fuera poco, la emergencia climática amenaza a todos por igual. Prolongadas sequías seguidas de inundaciones, desastres naturales extremos, cambios repentinos de temperatura, incendios devastadores, alteraciones en los ecosistemas o la elevación del nivel del mar están a la vista. El cambio climático es la mayor violación de los derechos humanos acontecida en la historia moderna. No obstante, las grandes potencias siguen aprovechando cualquier pretexto para abandonar los mínimos compromisos en defensa de la naturaleza. Muchos gobiernos actúan en contra del medio ambiente sin importarles las consecuencias de sus acciones, a pesar de que en teoría tienen la obligación de mitigar los efectos nocivos del cambio climático sobre sus poblaciones. La lucha en defensa del medio ambiente es actualmente el único paradigma cierto que guía la acción colectiva ciudadana.

A estos escenarios pesimistas y catastróficos debemos agregar la crisis del pensamiento y el declive de los intelectuales, quienes han sido incapaces de ofrecer explicaciones útiles para comprender las grandes transformaciones actualmente en curso. La inteligencia artificial y las nuevas tecnologías también contribuyen al profundo cambio de mentalidades que se observa. Las diferentes pandemias que afectan al mundo continuarán generando importantes repercusiones de todo tipo, principalmente sobre los viejos, los enfermos y los pobres. Las consecuencias sociales y los efectos políticos de la nueva situación son impredecibles. La redefinición de las reglas y de la praxis del sistema internacional se resolverá como un desencuentro entre diferentes modelos de desarrollo y de poder militar. El fracaso de los líderes políticos mundiales para movilizar una respuesta colectiva a la actual crisis es evidente. Ella no podrá ser superada sin un proyecto político responsable y socialmente compartido.

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