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La política del espionaje y la traición

Isidro H. Cisneros

Las revelaciones del hackeo a la Secretaría de la Defensa Nacional por parte del colectivo Guacamaya ratifican lo que ya sabíamos. En primer lugar, la incapacidad del Estado para combatir la inseguridad pública, la extendida corrupción que existe en el gobierno, así como el espionaje al que el ejército somete a los movimientos sociales y a los líderes opositores. Han quedado al descubierto una serie de informaciones que demuestran el grado de descomposición en que se encuentra el país, la intrincada realidad delictiva que aflora cotidianamente en la sociedad y que ha penetrado a las instituciones en todos sus niveles, así como los vínculos que mantiene el crimen organizado con los gobiernos locales. La vieja tesis sobre el Estado-fallido en la evolución política mexicana, ahora se orienta hacia un narco-Estado.

El espionaje es un método para recabar información que resulta muy eficaz porque reafirma las capacidades intrusivas a disposición del poderoso que generan miedo. Dar seguimiento, observar disimuladamente o escuchar a escondidas lo que alguien dice o hace, con el objetivo de obtener información reservada o secreta, afecta la confianza de unos sobre otros, así como la determinación para aceptar la derrota con tal de “no traicionar a la causa”. El espionaje coincide con la intimidación, el soborno, el fraude y la ilegalidad. Es el medio que justifica los fines de la dominación y la sumisión de los adversarios al poder político.

En segundo lugar, se evidencia la inexistencia de una clase dirigente digna de ese nombre. Un liderazgo predispuesto a la traición, la corrupción e incapaz de anteponer los intereses del país a sus negocios privados. Los casos de chantaje al dirigente del PRI Alejandro Moreno y a otros legisladores de su partido, así como a los senadores del PRD y especialmente a Miguel Ángel Mancera, representan la constatación de la podredumbre que caracteriza a nuestra clase dirigente. Se presenta una ausencia de sentido de vergüenza, pudor y culpa. Se ha perdido el honor como la virtud política por excelencia que fue objeto de grandes reflexiones por parte de filósofos y moralistas.

El honor en la ética pública se encuentra vinculado al valor de una persona honesta que tiene reconocimiento en la comunidad. El honor es una virtud política de la democracia que depende de las acciones y decisiones adoptadas, y de las cuales cada uno es directamente responsable, por su parte, el concepto de traición se transforma y amplía hasta englobar a quienes combaten la opacidad y la información compartida. Aunque no existe una definición objetiva del traidor, es posible afirmar que la traición representa un comportamiento que afecta las relaciones de fidelidad ideológica y lealtad política hacia los demás. Para el autoritarismo los traidores son quienes lo combaten, incluso si estos representan a miles de personas. En una democracia la honorabilidad debería ser una condición de todos los ciudadanos, pero sobre todo de sus dirigentes políticos. El honor del político democrático consiste en su honestidad porque el pueblo deposita en él la confianza en su futuro. El honor de las personas públicas y de las personas políticas reside en la fidelidad a los ideales y convicciones.

La figura del traidor tiende a sobreponerse y a coincidir con la imagen del espía, porque los aparatos de inteligencia se amplían buscando involucrar a un mayor número de personas, para obtener información sobre los enemigos reales o imaginarios del Estado. El espionaje amplifica las posibilidades y la necesidad de la traición. En los últimos tiempos el síndrome de la deslealtad parece crecer desmedidamente, mientras que se debilita su condena moral, política y judicial.

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