Los memes del principito, reducidos a la superación personal

Luis Fernando Bolaños Gordillo

Nietzsche afirmó en su tiempo que “no hay hechos sino interpretaciones”, y en esta era de posverdades que van y vienen en las industrias culturales, han sido numerosos los puntos de vista que desvirtúan la novela El Principito, la obra cumbre de Antoine de Saint Exupéry. Esas interpretaciones no solamente están en ensayos, artículos o documentales, las redes sociodigitales son caldo de cultivo para infinidad de memes que exteriorizan visiones pueriles sobre la experiencia del piloto con el inesperado visitante.

Esta novela corta es rica en matices humanistas y existencialistas, y puntualiza que los adultos piensan de formas distintas a los niños; el viajero estelar aparece como el ser que se opone a toda forma de racionalismo y que busca dentro de sí la trascendencia más no la felicidad promovida por la modernidad. El francés lo manifestó así: “los mayores jamás comprenden nada por sí solos y es cansado para los niños estarles dando explicaciones una y otra vez”.

La obra se publicó en 1943 y antecede por poco tiempo la llegada del posmodernismo, pensamiento filosófico que enalteció el valor de la alteridad, de la diversidad cultural y el rechazo al fundamentalismo dogmático del pensamiento hegemónico. De Saint Exupéry puso de manifiesto que el hombre de su tiempo estaba enfermo de modernidad, de racionalismo y de totalitarismo; para ello se valió de un lenguaje alegórico que, lejos de encuadrar la obra, posibilitó multiplicidad de lecturas.

En esta historia no hay nada más personal y revelador que la personalidad del escritor francés, quien, a través del diálogo con el pequeño, comparte su desencanto por la sociedad europea, así como su evidente dificultad de pertenecer a este mundo, más en una Europa que estaba viviendo su segunda gran guerra del siglo.

La obra caracteriza que la conciencia adulta está sustraída, encerrada, dominada, carente de creatividad, tal y como el autor lo demuestra al dibujar en su libreta a petición del niño, una caja en la que el borrego “dormía”, siendo esto quizá una alusión a una conciencia que no quiere despertar. El autor cuestiona, sin duda alguna, las ideas modernas, la racionalidad predominante, el utilitarismo, la decadencia política fascista y, sobre todo, la fatiga mental del ser humano, exteriorizada con matices pesimistas.

El pequeño, con su inocencia, subrayó que “los mayores gustan de las cifras” y probablemente esto sea un posicionamiento crítico ante al pensamiento positivista y a los métodos cuantitativos; el humanismo de Saint Exupéry queda de manifiesto cuando su interlocutor le confió que “cuando se quiere a un borrego, es prueba de que se existe”, lo que resalta la necesidad de un pensamiento libre capaz de enfrentar al racionalismo colonizador que siempre ha distinguido al eurocentrismo.

El autor tiene razones sobradas para afirmar que “todo lo esencial es invisible a los ojos” y, en este sentido, lo esencial de la obra ha sido invisible a la mirada de quienes la han convertido en sinónimo de motivación interna o de superación personal, que son temas distintivos de la meritocracia capitalista. Lejos de ensalzar la riqueza de los diálogos entre el piloto y el niño, la mayor parte de los memes alusivos a la obra muestran un carácter superficial al compartir mensajes que son más propios de los problemas o anhelos de adultos sensibles.

Dichas imágenes promueven en un tono simplista que la principal motivación del pequeño viajero era el amor y que lo que buscaba en cada planeta que visitó previo a su llegada a la Tierra era ser amado. Los memes soslayan en su totalidad que las experiencias de ese singular personaje con los habitantes de los planetas visitados son un recorrido por lo más oscuro de la condición humana.

Esas interpretaciones pueriles comparten mensajes que no tienen que ver con la obra: “Caminando en línea recta puede uno llegar muy lejos”; “haz de tu vida un sueño, y de tu sueño, una realidad”; “si queremos un mundo de paz y justicia hay que poner decididamente la inteligencia al servicio del amor”; “eres el dueño de tu vida y tus emociones, nunca lo olvides. Para bien y para mal”. Todas estas cursilerías son acompañadas por ilustraciones que pretenden levantar el ánimo de la gente o motivarla a superarse; olvidan por completo el valor de asumir el propio ser y estar en el mundo.

Lamentablemente esta novela ha sido sustraída por el pensamiento meritocrático y los memes más que mostrar el existencialismo que la sustenta, encuadran microtextos e imágenes superficiales, cursis, ridículos, predeterministas e insuficientes para caracterizar las contradicciones de la condición humana. Más que enaltecer a la niñez, estas imágenes la supeditan aún más -ojalá no sea a propósito- al mundo de los adultos.

Esos encuadres son hechos por adultos que no comprendieron ni la personalidad del autor ni el complicado contexto bélico en el que escribió la novela; esas imágenes rebajan la condición de ser niños, ya que lo que se exterioriza es un adulto puerilizado que busca en la mojigatería las respuestas de la vida.

Saint-Exupéry caracteriza en su creación que su infancia fue lo más real de su existencia y que aun perdido en el desierto, siendo éste, quizás. el símbolo del vacío de la condición humana en la modernidad, buscó un sentido más que respuestas racionales. Incluso el autor se anticipa a Camus en cuanto a aceptar el destino y encontrar satisfacción en el acto de vivir.

Esos memes no rebasan al mundo de las apariencias y de los engaños -o peor aún- los autoengaños, ya que promueven ilusiones, escenarios idealistas y, sobre todo, una obsesión enfermiza por la necesidad de tener relaciones sanas, éxito, esperanza, trabajos bien remunerados, amor, paz, fe en Dios y otras cosas que predeterminan al ser humano y que lo ponen en la misma condición del borrego encerrado en la caja. En síntesis, el inesperado viajero tras ser mordido por la serpiente trascendió a otros mundos y su condición existencialista quedó en las sombras.

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