Los memes y el encuadre arbitrario de la otredad

El Hipsterbóreo

Luis Fernando Bolaños

El neoliberalismo no solamente se expresa en mercancías o bienes materiales; también lo hace en el mundo digital a través de un pretendido ejercicio de las libertades individuales. Los memes son prolongaciones de distintos sistemas y subsistemas que se instituyen a través de agentes llenos de buen humor que no solamente los hacen para sí mismos, sino para retroalimentar a su fuente primaria de ser y estar en este mundo, y legitimar de paso estereotipos hacia la otredad como parte de su actividad cotidiana de dividir y provocar. Si lo simbólico es puesto al servicio de la producción del sistema dominante, elaborar un meme no es una ocurrencia, ya que detrás de su aparición hay ideologías y sistemas sociales de largo alcance que han influido desde siempre en las mentalidades.

El neoliberalismo, al fin y al cabo, es un macromeme que proyecta a través de sus pregoneros sus condiciones socioculturales y económicas mediante imágenes e ideas traídas al presente llenas de rasgos machistas, aporofóbicos, homofóbicos, partidistas, pigmentocráticos, clasistas, etc., que unen y dividen a la vez a los individuos y los colectivos. Pareciera que es difícil sustraerse a este tipo de dominio, debido a formas estructurales de clasificación donde nadie queda afuera; los memes también sirven para clasificar humorísticamente a las personas a través de estereotipos aceptados social y culturalmente.

Los memes muestran el funcionamiento de la sociedad digital; las subjetividades están sujetas a jerarquías, y hay relaciones de dependencia entre el conjunto de instituciones de las que se valen el neoliberalismo, las religiones, la política, los sistemas educativos, etc., para fijar maneras de ser, pensar y actuar individuales o colectivas. Aparentemente en esas imágenes hay un lenguaje propio y original, pero si revisamos la historicidad, paradójicamente los modos de entretenerse o de pasar el tiempo están prefijados por mensajes que siguen códigos de la clase hegemónica.

En este contexto de hiperproducción de imágenes, se anula la capacidad crítica, se promueve la sujeción al aparato productivo dominante y se fomenta un conformismo cobijado por las industrias del entretenimiento cuya base es el sentido del humor. No voy a negar que hay un mundo alternativo autonómico en la elaboración y propagación de los memes, pero las formas de consumo apuntan más a imágenes vinculadas al entretenimiento y formas parciales de ver a la otredad. En un sentido pretederminista, los memes contribuyen a los procesos de colonización del pensamiento y a la imposición sutil de formas de pensar sobre las otredades; las imágenes operan en los imaginarios sociales e influyen en una percepción positiva de los valores hegemónicos del sistema y en la denostación de toda aquella instancia que piense o actúe de manera distinta.

Las subjetividades e intersubjetividades no escapan al utilitarismo y, en este sentido, si se quiere provocar alguna reacción desfavorable hacia alguien de parte de un sector y convertirlo en el objeto de la burla, un meme podría cumplir tal cometido de acuerdo al marco sociocultural desde el que se está compartiendo, el cual nunca será neutral: detrás de un meme hay encubierta una ideología. Para agradar a ciertos sectores, un memero desde su parcialidad podría violentar simbólicamente a propósito a los pueblos originarios, a los colectivos feministas, humillar a los que tienen preferencias sexuales distintas, burlarse de los fanáticos de algún equipo de futbol -un opio más-, denostar las creencias religiosas ajenas, y todo esto bajo un prisma de ideología y consumo cultural que son la fuente del memeverso neoliberal.

Bajo esta tesitura, los procesos de elaboración de un meme no son al cien por ciento prácticas culturales participativas, porque las interacciones simbólicas que propician no solo materializan las historias personales de los memeros o los imaginarios grupales de sus seguidores, sino que reproducen formas parciales de percibir a la otredad a través de la sobrecarga de sentidos negativos, lo que provoca que aquellos personajes que saben fusionar su humor negro con el manejo de la tecnología generen contenidos acordes a cierto tipo de audiencias. Esto propicia que los memes sean productos hiperrealistas a modo -auténticos en apariencia- que aparecen en espacios de afinidad y alcahuetería donde los públicos interaccionan simbólicamente a través de la cultura, la ideología, la política, la religión, etc.; su omnipresencia provoca encuentros y desencuentros entre mundos opuestos donde prevalecerá aquel que tenga mejores condiciones tecnológicas o mayores dosis de humor y creatividad, aunque esta última a mi juicio es cuestionable.

Dentro de la lógica neoliberal, los memes pueden ridiculizar a una celebridad y también pueden volver famoso, como se dice en el argot de nuestra identidad nacional, a cualquier mortal. Estas imágenes no son homogéneas, ya que pueden mostrar tras la develación hecha por los memeros tanto lo superficial como lo profundo de un fenómeno o de un personaje que ha perdido la condición de sujeto para ser presentado como un objeto, ya que sus nuevas «cualidades» le son impuestas desde la subjetividad de quien se da el tiempo de procesar imágenes y textos cortos desde alguna aplicación en su teléfono móvil o computadora; los memeros son los sujetos que traen al presente su evocación por algún personaje o hecho de su interés, y para cumplir tal cometido dotan de «actualidad» e «importancia» a esa develación.

Estas imágenes no son totalmente trascendentes en cuanto a que la experiencia fenomenológica influya por igual en quienes las vean; habrá quienes se identifiquen con esas microhistorias y los que se desmarquen de ellas; en el caso de que cumplan sus cometidos, los memes adquieren el carácter de absoluto conforme vayan replicándose cientos, miles o millones de veces, lo cual genera miles de millones de dólares en ganancias a las redes sociodigitales cuyos modelos de negocio se basan en el engagement: el tiempo que los usuarios pasan en ellas.

Fenomenológicamente, pretender habitar un fenómeno para elaborar memes significa vivenciar las ideologías, las militancias, las identidades o hasta el mercantilismo; los memes son el neoliberalismo experimentándose a sí mismo en creaciones «espontáneas»; los Estados, los partidos políticos, las empresas, las religiones y otras instancias más, necesitan de nuestra complicidad y tiempo libre porque sin estos no podrían sostenerse y ejercer su poder. Como instrumentos ideológicos de control digital, los memes y las redes sociodigitales legitiman los modos de hiperproducción de mensajes y los memeros no solamente habitan sus propios fenómenos, sino el del sistema en su conjunto a través de la digitalización de la condición humana.

Las contradicciones de la condición humana ya no están presentes solamente en las películas, las series televisivas o en el streaming; también están en los memes que no solamente son formas «novedosas» de intersubjetividad, sino un instrumento que tiene una cara visible y otra que encubre intencionalidades como dividir, escandalizar, provocar, condenar, estereotipar, orientar la atención hacia ciertos temas, crear tendencias o posicionar ideologías y personajes. El libre mercado de memes genera plusvalías de adscripciones que crean un orden a modo que busca «inocentemente» entretener, divertir o propiciar buenos momentos; un meme contracultural, en el sentido estricto de la palabra, solamente podría tener minutos o unas cuantas horas de presencia, ya que las partes afectadas tienen la facultad, al estilo de la Policía del Pensamiento de Orwell, de hacerlo pasar por el ojo de la censura y quien lo hizo sea castigado por días, meses o ser excluido definitivamente de un sistema que también vigila a través del consumo y del comportamiento en las redes sociodigitales.

Es difícil precisar hasta qué punto esas microhistorias propicien la participación social fuera de los poderes que controlan las esferas políticas, económicas, sociales o culturales; a mi juicio, los memes autonómicos, irreverentes o contestatarios que realmente le duelen a la parte instituyente son aún menores en cantidad comparados con los superficiales o faltos de contenidos realmente irónicos. Los memes son los encuadres donde el neoliberalismo, las ideologías, el mercado, las religiones o las creencias en general se experimentan a sí mismos a través de las vivencias condicionadas de quienes los elaboran y reproducen en sus respectivas adscripciones socioculturales.

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