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Presidente insensible, medios amenazados

Raúl Trejo Delarbre

Enfurecido, el presidente de la República amenazó a los medios de comunicación que no se subordinan a su agenda: “acuso recibo, porque es extremo, ya es el colmo del cretinismo”. Andrés Manuel López Obrador tomó como reto personal la crítica a su enorme error, voluntario o no, cuando contó un chiste en vez de responder a los reporteros que, a gritos, le pedían una opinión sobre el terrible asesinato de los cinco muchachos en Lagos de Moreno.

Ya en los últimos minutos de la extensa “mañanera” del 16 de agosto, cuando en todo México se comentaba con dolor e indignación el crimen contra esos jóvenes, el presidente cometió uno de los errores más notorios de su gobierno. No sabremos si, de manera intencional, quiso relatar una gracejada para eludir ese tema. Él mismo, más tarde, subrayó su ira contra periodistas y medios que hicieron notar el traspiés.

El presidente dedicó decenas de minutos para quejarse de los medios que difundieron y que, en algunos casos, deploraron el inoportuno chiste. Pero durante las más de siete horas de sus conferencias del miércoles 16, jueves 17 y viernes 18, no dijo una sola palabra de condena al asesinato de los muchachos en Jalisco. Tampoco expresó condolencia, ni solidaridad con los familiares de las víctimas de ese espantoso crimen.

El aislamiento de López Obrador, o su pretensión para negar la realidad envolviéndola con mentiras y reproches, en esta ocasión le ha resultado muy costoso. En todo el país hemos transitado del estupor, a la tristeza y la consternación. La reacción social ante la sevicia de los delincuentes en Lagos de Moreno, subraya que no podemos ni queremos acostumbrarnos a episodios criminales como ese. De todo ello, el presidente no quiso enterarse. Para él, ese crimen ha sido motivo de molestia porque los medios cuestionaron su insensibilidad.

Con el índice levantado de manera admonitoria, el viernes dijo que los medios habían inventado su reacción burlona: “Pero ya no culpo a los conductores de radio, de televisión, no, son los dueños de los medios los que están dando la consigna, los dueños de las estaciones de radio, los dueños de las estaciones de televisión, los dueños de los periódicos”.

En la autoritaria concepción del presidente, periodistas y conductores obedecen a consignas que les dictan los propietarios de los medios. Por supuesto, las empresas de comunicación tienen intereses mercantiles y de carácter político. Pero para competir, ganar audiencia y de esa manera alcanzar presencia pública y hacer negocio, los medios tienen que desempeñarse con criterios profesionales. No siempre lo consiguen, y hay enorme variedad entre unos medios y otros. Desde hace algunas décadas en México se ejerce una libertad de prensa que no existía en tiempos anteriores. López Obrador, en ese como en otros temas, pretende que el país retroceda a los años 60 cuando en los medios solamente destacaba una voz, que era la del gobierno.

Como no ocurre así, el presidente se enfurece y asume como provocación personal la libertad de información y opinión que ejercen muchos medios. “Acepto el desafío” les dijo, colérico, a las empresas de comunicación que no difunden su discurso con la intencionalidad que él quiere.

Esa amenaza del gobierno puede implicar presiones financieras, fiscales, de negocios, políticas. En las empresas de comunicación, la apuesta por la independencia periodística es muy desigual. En un país con la concentración de poder y la intolerancia que hoy padecemos en México, los amagos de López Obrador vulneran la libertad de expresión.

El presidente quiere ser candil de los medios privados, pero mantiene en la oscuridad y la parcialidad a los medios que sí están obligados a ser plurales, que son los que se sostienen con recursos fiscales. Los medios públicos que controla el gobierno, especialmente la televisión, se han anclado en la propaganda a favor del presidente y su partido. López Obrador pretende que todos los medios se comporten así.

ALACENA. Todo lo de cristal: Ciudad, memoria y fantasma

La memoria nunca es fiel, la ajustamos a nuestras imaginaciones, a los miedos y sueños que la retocan. Por eso vamos a las hemerotecas, en donde están los hechos como fueron narrados en otros tiempos. Rafael Pérez Gay pesca retazos de la vida pasada en el océano de la memoria y registra los cambios en la ciudad y en el niño y joven que fue. El tiempo, así recobrado, es el hilo conductor de Todo lo de cristal (Seix Barral, 166 pp.) una novela entrañable, es decir, íntima y afectuosa.

El niño que fue, y al que reencuentra en las calles que sigue transitando, atisba desde el pasado cómo lo mira el narrador de hoy. En aquel Distrito Federal en donde no había Metro, la televisión transmitía Rin Tin Tin en blanco y negro y anunciaba chiclosos Ko-Ri; en el Palacio Chino estrenaban Cuando los hijos de pierden con Gina Romand; en los teatros Iris y Blanquita anunciaban a La Sonora Santanera, Olga Guillot y Carlos, Neto y Titino; Díaz Ordaz comenzaba su campaña presidencial y el Necaxa jugó contra el Partizán de Yugoslavia. Con datos como esos, Todo lo de cristal reconstruye año por año la década de los 60 y algo más, de acuerdo con las mudanzas de casa que tenía que hacer la familia del narrador. Los perseguía la maldición del desahucio. Ayer en El País Irene Vallejo escribe que esa palabra, “desahucio”, es una de las más crueles de nuestro idioma.

La infancia esencialmente feliz a pesar de las vicisitudes familiares, así como los reproches largamente fraguados —y después de todo prescindibles— a los defectos del padre, son vistos junto con la evolución de una ciudad que se modernizaba con innovaciones que hoy parecen candorosas. Por lo general, cuando hablamos de nuestro propio pasado lo hacemos con manufacturada benevolencia. Pero en este autorretrato del pasado que relata Pérez Gay “la realidad es un alambre de púas”. Lo que sí hay, omnipresente como todos los de su especie, es un juicioso y memorioso fantasma que pone en perspectiva esta historia fascinante.

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