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Distractores y polarización, y todos caen

Jorge Fernández Menéndez

Entre sábado y domingo hubo 206 en todo el país, incluyendo un bebé de un año muerto en Cajeme, Sonora; hay temas de fondo que dificultan la vida económica, incluyendo divergencias con nuestros principales socios comerciales, Estados Unidos y Canadá; hay dos importantes campañas electorales en curso y un proceso de selección de candidatos para los comicios de 2024 que abarca, en los hechos, a todas las fuerzas políticas, en el oficialismo y en la oposición. En el congreso está a punto de terminar de aprobarse el llamado Plan B, una reforma del sistema electoral que puede ser devastadora para el mismo.

Y hay mucho más en la agenda nacional, pero ayer el tema de debate, impuesto desde la propia presidencia de la república, era que la nueva presidenta de la Suprema Corte, la ministra Norma Piña, no se había parado cuando ingresó al Teatro de la República, en Querétaro, el presidente López Obrador, un debate en el que nadie hubiera puesto la menor atención si el vocero presidencial, Jesús Ramírez, no hubiera destacado ese supuesto hecho en la tarde del domingo en redes sociales. Para el oficialismo y su círculo, una descortesía, una falta a las formas que denota un conflicto de fondo. Para la oposición, la demostración de que la ministra Piña está dispuesta plantarle cara al Ejecutivo.

En realidad, la ministra presidenta sí se paró en ese evento para recibir al Presidente e incluso al terminar su intervención, aunque el que no la saludó al llegar al Teatro de la República dicen que fue el presidente López Obrador y pese a que, faltando a las formas que se reclaman, tanto la ministra como el presidente de la mesa directiva de la cámara de diputados, Santiago Creel, en lugar de estar junto al mandatario en el presídium, como representantes de los poderes judicial y legislativo, fueron acomodados en primera fila pero en un extremo.

Pero también es verdad que, como decíamos ayer, ninguno de los discursos fue incendiario ni de ruptura abierta como se quiere hacer ver. Todos jugaron sus cartas y cubrieron su papel: la ministra Piña destacando la independencia del poder judicial; Creel invocando al diálogo como lo hizo también el gobernador Mauricio Kuri; el senador Alejandro Armenta con un discurso oficialista pero moderado y el presidente López Obrador repitiendo su versión de la historia polarizada entre conservadores y liberales que aplica para todo, desde la independencia hasta la revolución, pasando por el porfirismo y el neoliberalismo. Todo previsible, ninguna sorpresa.

Pero como ocurrió con los honores a la bandera en la cámara de diputados en el inicio del periodo ordinario de sesiones del congreso, un tema menor se convirtió en el distractor del debate político. Y en esa lógica, cae casi siempre la oposición, que ayer al mismo tiempo que se quejaba de que el diputado y la ministra, violando las formas, habían sido enviados a un extremo del presídium, trataba de explicar que la ministra no violó las formas al no pararse. La forma suele ser fondo, pero un distractor no es la verdad. ¿No caen en la cuenta de la manipulación en la que caen destinada a ignorar los verdaderos debates de la agenda nacional?

Los distractores, además, cumplen con una función clave: agudizar siempre la polarización. Siempre hay un nuevo o viejo enemigo, siempre un complot, un sabotaje, no es que las políticas fallen o los datos no se ajusten a la realidad, sino que hay fuerzas oscuras que las obstaculizan y manipulan: sólo hay amigos y enemigos. Y eso se aplica a todo y a todos sin matices, desde Cuauhtémoc Cárdenas hasta Lilly Téllez.

Y así los distractores se convierten en el eje del debate. No importa qué posición tendrá el poder judicial respecto a las iniciativas del ejecutivo, ni conocer los daños que provocará el plan B al sistema electoral y la confiabilidad de las elecciones, no importa qué aspirante presidencial, del oficialismo o la oposición tiene mejores propuesta o su visión de país, ni mucho menos si funciona o no la estrategia de seguridad, qué importa si los sicarios atentan contra un periodista o matan bebés y familias enteras, importa si se es amigo o enemigo y casi todos se terminan ubicando, graciosamente, en alguno de esos extremos.

García Luna, día VIII

Si al comenzar la tercera semana del juicio a Genaro García Luna, la fiscalía no ha comenzado a presentar pruebas materiales contra el ex secretario de seguridad, en la Corte de Brooklyn, sinceramente no sé cuándo lo hará. Se siguen repitiendo los testimonios y ahora con personajes de menor nivel: el ex secretario de Hacienda de Coahuila, agentes del aeropuerto, un agente de la DEA que dice que esa agencia sabía desde 2009, sin hacer nada que García Luna se reunía con los Beltrán Leyva, sin demostrarlo por supuesto.

Es evidente que la fiscalía lo que busca, ante la ausencia de pruebas materiales, es exhibir un conjunto de testimonios que coincidan en mostrar a García Luna como cómplice del cártel de Sinaloa, pero esos testimonios son todos controvertidos y algunos contradictorios e inverosímiles. En ocasiones pareciera que lo que se busca más que mostrar pruebas contra el acusado es exhibir a un país, México, carcomido en todos los ámbitos por el narcotráfico, por lo cual cualquiera puede ser culpable de cualquier cosa. Quienes festinan dicha estrategia no comprenden, o no quieren comprender, esa intencionalidad política y se convierten en objetos manipulables de fuerzas que no controlan.

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