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La primera señal la dio Urzúa

Razones

Jorge Fernández Menéndez

La desafortunada muerte de Carlos Urzúa le resta al equipo de Xóchitl Gálvez a un talentoso economista, una figura que conocía por dentro el funcionamiento del Estado y del gobierno, y al país a hombre serio, un académico reconocido, un funcionario eficaz y honesto, sobre todo el términos personales e intelectuales.

Pero su partida sirve para comprender mejor del deterioro del diálogo y la pluralidad en la presente administración. Salvo algunas posiciones, el gabinete y el equipo presidencial han trascendido hacia el servilismo y una poca capacidad individual inédita en otras administraciones, e incluso notable comparada con la del inicio de esta administración.

Aquella máxima que impuso el Presidente de 10 por ciento de capacidad y 90 por ciento de lealtad para designar a sus funcionarios, la ha cumplido al pie de la letra con la diferencia de que la lealtad es entendida como una subordinación absoluta a la figura presidencial. Nadie habla, nadie confronta incluso internamente al presidente. Personajes políticamente oscuros se han convertido en sus únicos interlocutores reales. Y la deriva autoritaria es inocultable.

La cantidad de personajes de buen nivel profesional, académico, económico que han dejado el gobierno debería ser por sí misma preocupante y es lo que explica la debilidad operativa en la que se encuentra la administración federal. El primero fue precisamente Carlos Urzúa, que estuvo apenas seis meses, que vio como se destruía el aeropuerto de Texcoco, pese a su opinión y la de todos los expertos del gobierno, y vivió una situación ridícula: enviaron al congreso una redacción alternativa (un relato político e ideológico que redactó el propio López Obrador) al Plan Nacional de Desarrollo que había presentado con anterioridad. Decidió renunciar. Lo reemplazó uno de sus discípulos, Arturo Herrera, que abandonó el barco porque las decisiones financieras se tomaban en la oficina presidencial sin consultar expertos, sobre todo en el tema energético. Tampoco duraron mucho Gerardo Esquivel, que incluso fue retirado del Banco de México, y su esposa la primera secretaria de Economía, Graciela Márquez, dos economistas respetables.

Una de las primeras víctimas fue Alfonso Romo, descalificado cada día por las decisiones presidenciales que ignoraban los acuerdos y compromisos que Poncho había establecido en representación presidencial. La salida de Romo golpeó la interlocución y la credibilidad del gobierno federal. Una de sus personas cercanas, Margarita Ríos Farjat dejó el SAT para irse a la Suprema Corte donde sus diferencias con el presidente han sido evidentes.

Pero pocas cosas costaron tanto en términos de interlocución política y empresarial como la salida de Julio Scherer Ibarra, que se había convertido en el principal operador presidencial. El acoso de los duros, que se ha mantenido durante todo el sexenio, lo que ha buscado es deslegitimar toda vía dialoguista. Hay que recordar sólo una cosa: durante el tiempo en que Scherer cumplía ese papel desde la Consejería Jurídica se sacaron todas las reformas legales y constitucionales que presentó el ejecutivo, con diálogo y acuerdos. Desde entonces, aunado a la decisión presidencial de endurecer todas sus políticas y abolir el diálogo luego de las elecciones de 2021, todo ha terminado siendo desechado por vicios de origen, desde constitucionales hasta de técnica legislativa. Un desastre.

Otro personaje sin tanto protagonismo, pero con alta capacidad de interlocución era Lázaro Cárdenas Batel, hijo de Cuauhtémoc y coordinador de asesores. Siempre se pensó que Lázaro hubiera sido un muy buen prospecto para dirigir Pemex o para Gobernación, pero fue siendo cada vez más aislado hasta que decidió dejar el gobierno federal. Un destino similar sufrió César Yáñez, con varios años “con cargo, pero sin encargo” en las oficinas presidenciales. Nadie como César había podido mantener la interlocución con los medios durante casi 20 años. Esa que se ha perdido por completo.

Olga Sánchez Cordero tuvo aciertos y varios errores en Gobernación, pero había sido ministra de la Corte, tenía diálogo con muchos sectores y era respetable y respetada. Su papel terminó siendo marginal.

Tatiana Clouthier pensaba tener una posición importante en Gobernación después del rol desempeñado en la campaña presidencial. No fue así y se regresó a Monterrey. Luego fue designada en la secretaría de Economía. Otra vez las diferencias la llevaron a dejar esa posición. Se requerían incondicionales.

Lo que ocurrió con Marcelo Ebrard discurrió por otros andariveles, relacionados directamente con las legítimas ambiciones de Marcelo para la candidatura presidencial. Más allá de que la candidatura recayó en Claudia, hasta el día de hoy los duros han presionado a Ebrard con acusaciones de una presunta traición que simplemente fue un ejercicio de autonomía.

Nadie contribuyó más a solventar la imagen de Claudia Sheinbaum en la ciudad de México que Omar García Harfuch, que estaba destinado a ser el candidato de Morena en la capital. La forma en que fue apartado de esa posibilidad, incluso después de haber ganado por amplio margen la encuesta de Morena, fue infame, fue un golpe a Claudia y lo mejor que le puede haber pasado a la oposición en la ciudad. Otra vez, la norma fue no dejar crecer nada que tuviera autonomía y capacidad de diálogo.

Y hay muchos más desde Javier Jiménez Espriú hasta Germán Martínez, desde Tonatiuh Guillén hasta Adán Augusto López. La deriva autoritaria ha debilitado la capacidad del gobierno, lo ha dejado sin interlocutores y lo ha alejado de muchos sectores sociales. En la vieja izquierda decían que se dividían porque “eran pocos, pero sectarios”. Hoy esa parece ser la norma.

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