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Nada que festejar, mucho por denunciar y exigir

Razones

Jorge Fernández Menéndez

¿Existe una verdadera política de apoyo y respaldo a las mujeres que son víctimas de la violencia? ¿existe una estrategia de prevención, un trabajo serio para cambiar la cultura del machismo exacerbado que prevalece en nuestra sociedad? ¿existe una justicia dispuesta a castigar, como debe hacerlo, todas las formas de violencia contra la mujer, desde los feminicidios y la violación hasta el acoso sexual en los centros laborales o la violencia intrafamiliar?

Es evidente que no, que por más que se proclame no existe en esta administración (y tampoco en las anteriores, pero incluso los tímidos avances que se dieron han sido suprimidos) una verdadera agenda de la mujer. Claro que debería ayudar que haya mujeres en el gabinete, en la Corte o en el congreso, pero la verdad es que, excepto algunos casos muy concretos, la agenda de la mujer no es defendida incluso por esas mujeres, y el presidente López Obrador interpreta a la agenda feminista como un movimiento conservador. Por eso cuando ese apoyo se tiene que reflejar en acciones concretas, desde aplicar la justicia para mujeres injustamente detenidas, víctimas de venganzas políticas o familiares, simplemente los ignoran y a veces incluso los generan.

No es nuevo. Hace 17 años, era aún el gobierno de Vicente Fox, un día como hoy le conté aquí esta historia. No necesito cambiarle una sola palabra. “Hoy en el día internacional de la mujer nos esperarán innumerables homenajes, discursos, reconocimientos y muy poca sustancia, muy pocos hechos que ayuden realmente a garantizar mayor equidad a las mujeres en nuestra sociedad. En los hechos, en esa lucha, la mayoría de las mujeres suelen estar, lisa y llanamente, casi solas, con autoridades que hablan mucho y hacen poco. 

“Nada es más inequitativo, más denigrante para nuestras mujeres, que la violencia. Todos (bueno, no todos, algunos atribuyeron esos asesinatos al que las víctimas usaban minifaldas) nos hemos escandalizado con casos como el de las jóvenes asesinadas en Ciudad Juárez o en Tapachula, pero no parece haber una reacción ante la violencia cotidiana y generalizada que se vive en todo el país. Cuando esa violencia se presenta, las autoridades simplemente suelen olvidarse de las palabras y mirar para otro lado.

“Una historia es notable en este sentido y demuestra, mejor que muchos de los discursos que se van a pronunciar hoy, como amplios sectores sociales y las más altas autoridades del país, ignoran la violencia más elemental, más cotidiana, más brutal contra las mujeres. 

“Una de las instancias claves para la lucha contra esas agresiones cotidianas, son los centros de refugio para mujeres en situación de violencia. Cuando una mujer es golpeada, perseguida, sobre todo en su entorno familiar, debe buscar algún refugio confiable: el recurso de simplemente presentar la denuncia y regresar a su casa, suele concluir, en la mayoría de los casos, con mayor violencia e incluso hasta la muerte de la denunciante. Existe 33 centros de refugio en nuestro país, agrupados en una asociación llamada Red Nacional de Refugios para Mujeres en Situación de Violencia (RENARAC). 

“No se trata sólo de que no exista una verdadera política oficial de apoyo y respaldo a estas organizaciones, sino que no existe una tarea de elemental protección de las autoridades a las mujeres que los encabezan y a las que allí buscan refugio. Dos casos lo demuestran en forma palmaria. 

“Lydia Cacho Ribero es la presidenta de uno de los principales refugios del país, el Centro Integral de Atención a las Mujeres (CIAM). Lydia está siendo amenazada y acosada, incluso su vida corre peligro, entre otros casos, por haber dado refugio a dos mujeres, en dos casos distintos, cuyos esposos están relacionados con el crimen organizado en complicidad con autoridades de seguridad y justicia. Y en ningún ámbito local o federal, existe, pese a las denuncias, respuesta seria a esas amenazas”. 

El texto que escribimos en 2005 continúa con esas historias, pero hay que reconocer que nos equivocamos en algo. Hoy la situación no está igual que entonces: está mucho peor.

La violencia contra las mujeres ha alcanzado cimas históricas en término de feminicidios, violaciones, abusos, violencia intrafamiliar, acoso laboral. A los centros de para la atención de las mujeres se les quitó el preupuesto que les habían dado anteriores administraciones. Hoy encontrar un centro que proteja a una mujer de un marido violento a sus hijos y a sí misma, es cada vez más dífícil; la legislación de muchos estados protege más a los hombres que a las mujeres, es descaradamente patriarcal (un ejemplo: la diferencia de la legislación de Nuevo León, añeja y retrógrada en estos casos, criminaliza a la mujer, incluso en casos de divorcio, y está a años luz de la de ciudad de México, ese es un tema al que tendría que abocarse Marina Rodríguez, más que a las redes); no hay una estrategia pública y clara para detener los feminicidios y algunas autoridades consideran que son una extensión de la violencia generalizada, (y no es verdad, el procentaje de feminicidios, así como la crueldad con que estos se ejecutan, ha crecido mucho más).

Decíamos en aquel texto de 2005 que una de las promotoras de esos centros era la periodista Lydia Cacho, entonces mucho menos conocida que ahora. Pues bien, Lydia no sólo no ha logrado que se haga justicia en su propio caso, sino que ha terminado refugiada en España ante las continuas amenazas que sufre. Nada que festejar y mucho que exigir y denunciar.

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