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Polarización y conciliación: el debate sucesorio

Razones

Jorge Fernández Menéndez

El factor Monreal comienza a tener peso en el proceso de sucesión presidencial que comenzó hace meses y que con la marcha del domingo quedó oficialmente detonado. La marcha y el mensaje presidencial tuvieron un tono de fin de sexenio inocultable, con Claudia Sheinbaum, Marcelo Ebrard y Adán Augusto López a la espera de una decisión presidencial que, en todo este proceso tan adelantado, se dará, aseguran, dentro de seis meses, en cuanto concluyan las elecciones del estado de México y Coahuila.

Lo visto el domingo indica, una vez más, que la simpatía presidencial y así se hace ver, está con la jefa de gobierno, pero como siempre en este camino lleno de simulaciones, engaños y bombas de profundidad, falta muy poco, pero al mismo tiempo siempre son meses políticamente larguísimos, sobre todo en un 2023 que se adivina tan polarizado como convulso.

Ante ese panorama, Monreal está jugando sus cartas con prudencia, pero con una estrategia de largo plazo. No fue a la marcha, sabía que allí sería agredido, por lo menos verbalmente, por los más duros de Morena (ahí está el escupitajo que recibió Ebrard en plena avanzada de la marcha), y prefirió ir a Madrid a la interparlamentaria México-España. Allí coincidió con dirigentes de la oposición y allí mismo llegaron a un acuerdo para iniciar una gira conjunta con el presidente de la cámara de diputados, Santiago Creel, impulsando la agenda que presentó el propio Monreal una semana antes, en el acto de la Arena México donde en los hechos lanzó su precandidatura, enarbolando un programa basado en la reconciliación.

Es una apuesta inteligente y que la oposición debería asumir rápido. Por supuesto, en la oposición también hay rudos que prefieren ir directamente a la confrontación. Escuchaba ayer al senador Germán Martínez diciendo que no tiene sentido hablar de reconciliación ante un presidente que endurece y polariza. Se equivoca con la fe de los conversos: ante la polarización pocos discursos son más efectivo que la reconciliación. El presidente López Obrador polariza y lo seguirá haciendo porque sabe que en esa lógica sus oportunidades son mayores, siempre lo ha hecho, a veces le funciona y en otras ocasiones no. Pero todo el discurso presidencial se construye en torno a ello: liberales y conservadores, chairos y fifís, leales y traidores, y toda la larga lista de adjetivos con el presidente diariamente elogia a los suyos y descalifica a los que considera sus adversarios (que en ese discurso siempre son enemigos).

El país exige reconciliación porque sin ella no se puede reconstruir ni el tejido social, ni la economía, ni el entramado político, no se puede recuperar ni la seguridad, ni el crecimiento, ni el sistema educativo y de salud. No creo que haya un discurso más positivo para la oposición, la encabece Monreal o cualquier otro u otra, que exigir la reconciliación, que proponer un proyecto de país que pueda restañar heridas, cerrar las brechas que desde el propio gobierno se han abierto.

No es casual que la más importante expresión opositora en estos años haya sido la defensa del INE (en realidad de un sistema electoral que, con aciertos y errores, ha demostrado ser equitativo y que ha permitido la alternancia), quizás la institución que mejor representa en todo este proceso de transición democrática que vivió el país durante tres décadas, el espíritu de conciliación. Si se pudo transitar de la dictadura perfecta, diría Vargas Llosa, a un verdadero sistema democrático ha sido gracias a la conciliación de todas las fuerzas políticas. El propio López Obrador, y ahí está como ejemplo su discurso de toma de posesión el primero de diciembre del 2018, tan diferente al de este domingo, ganó con tanta amplitud las elecciones presidenciales porque dejó de lado en esa campaña las aristas radicales que le quitaron el triunfo en 2006.

Por eso la estrategia de Monreal es correcta, porque además hay que recordar que sigue, hasta que Morena decida lo contrario, dentro del ámbito oficialista, que existe un grupo de senadores que lo quiere quitar del liderazgo el senado, pero sigue manteniendo el apoyo de la mayoría de los senadores oficialistas y de la oposición. Apenas la semana pasada, en una carta, 152 diputados federales (50 de Morena) le dieron su apoyo ante los ataques de Layda Sansores, tiene espacios de poder en la ciudad de México, obviamente en Zacatecas y es escuchado en distintos ámbitos de poder. ¿Le alcanza con eso para ser candidato de Morena? No, pero sí para poder construir mucho desde otros espacios, incluso en Morena, aunque el oficialismo se haya decantado por la polarización.

Es evidente que Morena no está dispuesta a abrirle espacios a Monreal, mucho menos su añeja aspiración de ser candidato a la ciudad de México (arrebatada en 2018 en favor de Claudia Sheinbaum, una de sus principales opositoras desde entonces hasta hoy). Pero también parece ser evidente que con el discurso de la reconciliación Monreal está esperando que la decisión la tome Morena, al tiempo que aglutina partidarios en la oposición.

Pueden pasar muchas cosas, pero en el corto plazo todo indica que en esa confrontación entre polarización y conciliación puede establecerse buena parte de la disputa política sucesoria del futuro inmediato.

Por cierto, fue tan imponente la marcha del domingo, como notoria la desorganización y la ausencia de seguridad para el propio presidente López Obrador. No es un tema menor.

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