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Roy Gómez

Israel tuvo conciencia de ser un Pueblo elegido por Dios, ser propiedad de Dios. Y esto nació de la experiencia de salvación que tuvo. Dios intervino con poder haciendo perecer en las aguas impetuosas a los enemigos. Por eso es un Pueblo que vive de la Fe y Esperanza en el Dios que salva de todo peligro. Fue un pueblo libre, pero al mismo tiempo propiedad del Señor, ya que Dios los hizo suyo.  Esta es la Fe y Esperanza que ha mantenido en pie al pueblo, a pesar de todas las dificultades por las que tuvo que pasar a lo largo de su historia.

Y esta es la Fe y Esperanza que debe sostener al Pueblo de Dios, la Iglesia, en momentos de persecución y peligros. Por eso la carta a los hebreos, que pretende afirmar la fe de la comunidad cristiana procedente del judaísmo en base a las Escrituras, propone a Abraham como el primer testigo y modelo de fe. De modo que la seguridad de la Iglesia, del cristiano, no está en el dinero acumulado (recordemos lo que nos decía el Señor el domingo pasado), ni en el poder, ni en las alianzas con los poderosos, sino en una fe y esperanza viva en el Señor. Ya lo dice el salmo 19,8: “Unos confían en sus carros, otros en su caballería; nosotros invocamos el Nombre del Señor Dios nuestro”.

Un verdadero discípulo, entonces, no debe aferrarse a las riquezas ni al poder. Esto, cierto, dan una seguridad, pero efímera, vana. Recuerde: “Vanidad de vanidades, todo es vanidad”.

Sin embargo, el “Pequeño Rebaño”, muchas veces se siente inseguro. ¿Dónde busca su seguridad? En lo inestable, en la vanidad. Por ejemplo, una muestra de esta seguridad vana es el clericalismo, mal que ha hecho y hace tanto daño en el Pueblo de Dios. Y la parábola del servidor infiel, que abusa en su cargo maltratando a sus semejantes, viene a graficar muy bien este mal.

Dentro de la comunidad de los creyentes muchas veces hemos olvidado que somos simplemente discípulos y no maestros, que somos hermanos y no padres, que somos servidores y no dueños de la Viña del Señor.  Por eso, como decía al inicio, la Palabra nos está advirtiendo (y hace rato) cómo debemos vivir el discipulado. Esto es para todo aquel que quiera vivir como discípulo del Reino. Pero también vale esto para la sociedad, en donde el vértigo del poder ha hecho tanto daño a la gente.

Dice el salmo responsorial: “¡Feliz la nación cuyo Dios es el Señor, el pueblo que Él se escogió como herencia!” Cierto. Nosotros somos ese Pueblo de Dios y en Él depositamos todo lo que somos. Nunca debemos perder la confianza en el Señor. Esta es la actitud fundamental de adhesión absoluta y fidelidad a Dios en medio de las dificultades, que involucra tanto a nuestra persona como a la comunidad cristiana. Esto caracteriza a un verdadero creyente.

Hoy día, en pleno siglo XXI, existe en muchas partes del mundo, una abierta persecución contra la Iglesia y el cristianismo, incluso en América latina. Claro que esto no lo publica la prensa ya que no vende y no le interesa. Espero que no pase lo mismo en nuestro país.  

Por eso hoy, reunidos para celebrar, damos gracias a Dios por la fe y la esperanza que nos sostiene, por la nube actual de testigos que hay en el mundo: En México asesinan a dos hermanos sacerdotes jesuitas, en Nicaragua, donde cerraron las radios católicas, en Haití, donde bombardearon la catedral, el Yemen y en tantos lugares del mundo donde nuestros hermanos sufren y no son escuchados. Pero, sobre todo, por el Gran Testigo Fiel, Jesucristo, a quien sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Que así sea…Luz.

royducky@gmail.com

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