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Roy Gómez
 

Se llama a este domingo tercero de pascua el de las apariciones. Y es que en los tres ciclos –a, b, y c— se narran las apariciones primeras de Jesús poco después de la resurrección. En el texto de Lucas que se ha proclamado hoy es como un resumen de esas apariciones al hacer referencia, primero, al episodio de los que caminaban hacia Emaús y luego describir su presencia en medio de los discípulos en el cenáculo. Hay en todos los relatos características comunes de ese nuevo aspecto físico de Jesús: no se le conoce en el primer momento. O, como dice el texto de Lucas de hoy, su aspecto produce inquietud o alarma. Incluso, el mismo Jesús resucitado reprocha a los discípulos que tengan esas dudas interiores. Y al pedirles de comer –y comerse el pescado asado— pues demostraba que no era un fantasma, ni siquiera un “espíritu puro”: lo contrario de un cuerpo humano, según algunos. Ya en días anteriores hemos hablado bastante sobre el aspecto del cuerpo glorificado de Jesús.
Era, sin duda, diferente, pero era un cuerpo. La catequesis que surge de estas apariciones reside en afirmar la condición corpórea de Jesús, nunca sólo en espíritu, y que ello pudiera servir para negar, ni por un segundo, la realidad humana fehaciente del señor Jesús. No debemos olvidar que las primeras herejías –algunas muy tempranas— querían negar la humanidad total de cristo al admitir su condición divina. Y si, finalmente, Jesús se hubiera aparecido como espíritu, pues la resurrección gloriosa de su cuerpo y alma no se hubiera producido. Por eso, dichas advertencias tenían un recorrido más largo que el propio ámbito del cenáculo y correspondiente a los discípulos de primera hora. Están hechas para todos los que iban a llegar a después. La historia ha demostrado que la condición de cristo como hombre total y dios verdadero iba a traer muchas dificultades a lo largo de la historia. Los primeros fueron los gnósticos que llevados de una sublimación del espíritu consideraban la materia como impura y, por tanto, un cuerpo humano no podía formar parte de una realidad divina.
Hoy existe una tendencia a suponer que Jesús de Nazaret fue un hombre maravilloso, único en la historia, pero que no fue Dios. Es parecido a lo anterior, pues es una forma de limitar la auténtica naturaleza nuestro señor. Conviene señalar ahora que toda la escritura, hasta en sus más nimios detalles, ofrece una realidad profética y de revelación de la verdad. Por eso hemos de leerla con esperanza de que nos vaya a dar respuesta a muchas de nuestras dudas. La escritura siempre debe estar siempre a nuestro lado y no debemos hurtar ni un minuto a su necesario estudio y contemplación. No es un camino en soledad, porque los cristianos, según nos enseñó Jesús en el padrenuestro rezamos unidos. Ese “nuestro” es buena prueba de ello.
Otro aspecto que debemos tener cuenta dentro de la enseñanza del cenáculo que Jesús da a sus amigos –y que también se lo expresó a los discípulos de Emaús— es la “necesidad” de que el mesías tenía que padecer. Y es que todavía a los testigos presenciales de la tragedia del Gólgota se les hacía duro creer en ello y puede que la nueva presencia pujante y gloriosa de Jesús tendiera a hacer olvidar lo anterior. Por eso Jesús insiste en lo que ya había dicho muchas veces antes y que se cumplió: que iba a padecer, morir y resucitar. Hemos de comprender lo difícil, desde el punto de vista humano, de los días posteriores a la resurrección para los apóstoles y resto de los discípulos.
No tenemos más que ponernos en su lugar e imaginar algo similar en nuestras vidas. Y todo ello en poco más de una semana. Tiene sentido por ello la permanencia de Jesús durante un buen número de días antes de la ascensión. La catequesis “definitiva” llegaba entonces y no exenta de dificultades. Parece que el prodigio de la resurrección de Jesús no fue suficiente para “convertir” a los discípulos. Tuvo que llegar el espíritu santo para que la más prodigiosa aventura humana en el terreno de la enseñanza de una doctrina comenzara. Por todo ello no nos debe extrañar esa minuciosidad del resucitado en sus enseñanzas. El domingo pasado escuchamos la historia de Tomás y el señor lanzaba un mensaje importante: “bienaventurados los que han creído y no han visto”, que era una gran lección para todos esos testigos presenciales que continuaban renuentes a aceptar todo lo que estaba ocurriendo.
La cronología en la liturgia de estos domingos pega un salto cuando nos presenta los textos de los hechos de los apóstoles. Narran los primeros momentos de la vida de la iglesia en Jerusalén. Ya se había producido la ascensión y pentecostés. Y la doctrina de la iglesia en torno a la salvación, a la encarnación y a la resurrección es expuesta por pedro ante el pueblo de Jerusalén –y sus autoridades—con unos argumentos idénticos a los que la iglesia ha ido ofreciendo desde entonces hasta ahora. Ya había nacido la iglesia e iniciaba su andadura. Ciertamente, no ocurría así en los primeros días tras la resurrección. Está claro que esa “última catequesis” y el influjo del espíritu santo fueron los pilares inmediatos desde donde se comenzó a construir el edificio eclesial.
Muchos años después, el apóstol Juan escribía sobre Jesús como víctima y como altar, como ofrenda maravillosa, para el perdón de los pecados de todos. De aquellos de esa época y de nosotros y de los que están por venir. Y es que los seguidores de Jesús de Nazaret hemos ido comprendiendo, poco a poco, lo importante y sublime de su misión. Por eso es bueno que le dediquemos nuestro tiempo a la contemplación del contenido de las escrituras. Y hacerlo comunitariamente e individualmente con nuestro rezo puesto en las manos del espíritu santo. No podemos –y eso parece más que obvio—que la escritura solo resuene en nuestros oídos cuando acudimos los domingos a la eucaristía. Hemos de tener presente, sobre todo, esa capacidad de Jesús como maestro que está tan vivamente expresada en los evangelios. No dejemos ni un día, en la quietud de nuestra habituación, de escuchar como Jesús nos habla a través de los evangelistas. Tomemos hoy mismo el propósito de hacerlo… que así sea…luz.
 
Royducky@gmail.com

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