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Editorial

Odeco, ni al caso

En antaño, las familias de México disfrutaban de la comida que podían extraer del campo. Hace por lo menos cuatro décadas, cualquier familia campesina, aquella que labraba sus tierras con sudor y esfuerzo, pero felices, podía recoger de las parcelas sus hierbas o verduras como los quelites, la verdolaga o la hierba mora. Tiempos aquéllos en que había para llenar el estómago.

Pasados los años, con el augue de los químicos o hierbecidas que se empezaron a aplicar en los campos para eliminar las plagas o lo que comúnmente se le llama monte, la producción natural de frutas y hortalizas, desapareció.

El uso de estos productos fue minando la productividad. Sin embargo, había que reinventar para no dejar de sembrar todo aquello que se le ha llamado productos de la canasta básica.

Frijol y maíz, los dos productos simbólicos en la mesa de las familias chiapanecas hoy son cada vez más escasos. El campo se volvió perezoso. Los hombres jóvenes, hijos de campesinos, optaron por abandonar esta práctica y salieron corriendo hacia las grandes urbes o en el peor de los casos, buscaron el sueño americano, situación que provocó el desplome productivo. Si a ello se le añade el poco interés del gobierno, tenemos un resultado negativo

Sin embargo, la gente tiene que comer y lo poco que hoy se cosecha en la fértil tierra no alcanza para alimentar a la población que cada día aumenta en este planeta.

Por ello los alimentos de la llamada canasta básico están escasos y si los hay, su precio surca los cielos por el sobreprecio en que es adquirido.

Ir al mercado o a un centro comercial no tiene razón de ser si no se lleva uno mínimo unos 500 pesos para traer lo que se consumirá en el día, sobre todo si es una familia numerosa. Los analistas económicos auguran precariedad y la amenaza mundial de que los alimentos se agotan es una realidad.

Pese a todo ello, un asunto toral que con el paso de los años es ya obsoleto ha sido el trabajo que realiza la Procuraduría Federal del Consumidor (Profeco).

Cuándo nació, allá por los años ochenta, su función rigorista, de vigilancia, garantizaba al consumidor que los precios de básicos y otros productos, no constituyeran un abuso. Hoy es inoperante. No hay regulación, todo se rige por la oferta y la demanda. De ahí que acudir al mercado es ir a ciegas, con la esperanza de que se encuentren productos baratos.

En los estados, como Chiapas, la Profeco pasó a llamarse Odeco. Otro factor más para enterrar las ilusiones de quienes velan por los derechos de los consumidores y el empresariado no se salga con la suya. Ni el significado de Udeco la ciudadanía conoce (Oficina de la Defensa del Consumidor).

Si usted gusta de comer carne de res, pollo y cerdo, frutas, verduras, frijol, leche, huevos y tortilla, tendrá que escoger. No hay para tanto. Si gusta pollo debe desembolsar entre 50 y 80 pesos el kilo; carnes de res entre 120 a 140; cono de huevo de 65 a 70 pesos; kilogramo de tortilla de 17 a 23 pesos.

Del tomate, limón, aguacate, chayote, papa, melón, sandía, manzana, uva y plátano, mejor ni hablar.

A todo este embrollo la gente se pregunta para qué sirve la Odeco, si no inspecciona, verifica ni mucho menos, sanciona. Desaparecer al Instituto Nacional del Consumir (INCO), ente que sí tenía y ejercía esa función, fue un craso error. Entonces para qué sostener una institución que sólo es una carga para el erario. Como se dice en Chiapas: ni al caso su existencia.

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