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Carlos Villa Roiz

Llegó el día tan esperado por los millones de aficionados al futbol. Hay expectación en las canchas; los pronósticos son parte del juego, también hay un ánimo distinto en todas las embajadas de los países y turistas asistentes pues en cualquier momento puede haber detenciones de algunos visitantes que, sin querer, o queriendo, violen las rigurosas leyes islámicas cuyas penas pueden ir desde los azotes físicos, la cárcel y hasta la pena de muerte si el asunto es muy grave.

La copa del mundo, en Qatar, es una prueba de fuego para los países árabes que reciben a miles de aficionados que pueden ser cristianos o de cualquier confesión, e inclusive, ateos, y cuya única razón del viaje es su afición por este deporte que une multitudes y no otra.

Los bebedores de cerveza ya tuvieron una tarjeta amarilla preventiva desde que tramitaron su visa, pero hay hábitos y conductas que deben ser suprimidos so pena de una dolorosa tarjeta roja.

No se trata de adoptar la más absoluta laicidad, sino de convivir en un medio profundamente religioso, como es el mundo de los musulmanes, cuyas mezquitas harán 5 veces al día sus llamados con altavoces al rezo, y la forma de vestir, principalmente entre las mujeres, no será un simple protocolo de cortesía sino de una imposición arraigada en su cultura desde el siglo VII.

Ciertamente, tanto Qatar como Dubái, son ciudades arábicas que tienen experiencia en el trato del turista de otras religiones y distintos niveles sociales, pero su tolerancia religiosa no tiene límites. No hay que anticipar hechos ni jugar a los posibles escenarios, pero en este mundial, también está en juego el futuro como destino turístico.

En Qatar, los Derechos Humanos como se les conoce en occidente, dejan mucho que desear. No hay libertad religiosa, ni tampoco plena libertad de expresión. Las mujeres y la comunidad homosexual padecen discriminación en la ley y en la práctica, y los trabajadores migrantes también padecen abusos.

El usufructo del petróleo ha permitido hacer de Qatar un país extremadamente rico, moderno con toques de arquitectura futurista y con extravagantes diseños en medio del desierto donde, dicho sea de paso, no abunda el agua; sus rascacielos hablan de buenos aprovechamientos de los recursos y de óptima administración pública.

El mundial también dejará enseñanzas a sus habitantes al tener como huéspedes a personas que, de antemano, saben que son plurales y muy distintas. Quizá, de no ser por el futbol, nunca hubieran visitado este país.

La reseña del mundial de futbol ojalá y no se limite a lo deportivo, que, sin duda, será muy interesante y apasionado, aunque informar desde Qatar otro tipo de temas como son los sociales y políticos puede resultar riesgoso, pero, una vez fuera del país, la gente tendrá mucho que contar a sus amistades y familia, donde no habrá censura, y ese será la prueba de fuego que necesariamente tendrá que enfrentar.

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