(II PARTE)
Ingar Solty
A coro con los gobernantes
En resumen, la comparación con España en 1936 o Rojava en 2016 es poco convincente, al menos desde una perspectiva de izquierdas; a menos, por supuesto, que los partidarios de las entregas de armas de izquierdas y de la izquierda radical compartan fundamentalmente la valoración de los gobiernos estadounidense y alemán de que la guerra en Ucrania es un «conflicto de valores» en el que «Ucrania» está defendiendo la «libertad y la democracia» de «Occidente» frente al «autoritarismo oriental». En cualquier caso, cuando los izquierdistas y los radicales de izquierda hablan de autodefensa militar contra el ataque ruso, la creación de brigadas internacionales sería coherente. Pero tales iniciativas no se encuentran en este país, o tan solo por parte de los neonazis, lo que significa, por el contrario, que los radicales de izquierda, que normalmente siempre aparecen como antisistema, hoy simplemente quieren y defienden exactamente lo que los gobernantes están haciendo en este momento y lo que se está imponiendo como opinión mayoritaria con mucho esfuerzo propagandístico en la radio y la prensa.
Por supuesto, una posición puede ser correcta, aunque esté en consonancia con la opinión dominante y contradiga a una mayoría de la población. Así, los partidarios de la izquierda y la izquierda radical de la entrega de armas argumentan que, ante la guerra rusa, al fin y al cabo, hay que solidarizarse con Ucrania y defender su soberanía. Quizás sería demasiado esperar que los izquierdistas mostraran su solidaridad con los trabajadores ucranianos en esta situación excepcional centrándose en la campaña internacional de los sindicatos ucranianos contra las duras leyes antisindicales. O que defiendan la soberanía del Estado ucraniano denunciando el actual programa de saqueo del FMI y del capital internacional y lanzando una gran campaña por una reducción de la deuda del país y de su población amargamente pobre. Esto sería necesario, pero podría parecer una farsa a algunos, o incluso ser interpretado por otros como desmoralizador hacia las tropas.
Así que también necesitamos respuestas a la pregunta de cómo solidarizarnos con el pueblo que ahora mismo es víctima de una guerra que le ha sido impuesta por Rusia. Una cosa es que los partidarios del suministro de armas de izquierdas hablen de solidaridad con Ucrania o con la resistencia ucraniana, pero entienden que esto se refiere al gobierno ucraniano y a su cúpula militar, a los que los Estados de Occidente suministran armas. El hecho de que estos izquierdistas aparentemente no puedan imaginar otra forma de solidaridad de la izquierda con la población civil ucraniana que el hecho de que los Estados imperialistas suministren armas a una zona de guerra, que les sea ajena la idea de que podría ser una forma de solidaridad impedir una escalada de la guerra en curso sobre las espaldas de la población ucraniana, presionar por un alto el fuego y promover la resistencia civil, revela hasta qué punto la lógica de los militares ha penetrado en el pensamiento de la izquierda. Es una prueba de la tesis de que, como tendencia, quienes están más alejados de las cuestiones militares y estratégico-militares revelan una disposición mucho mayor a recurrir a soluciones violentas, mientras que militares de alto rango como el Jefe del Estado Mayor estadounidense Mark A. Milley o generales retirados del Bundeswehr como Harald Kujat, Erich Vad o Helmut W. Ganser, liberados por tanto de consideraciones políticas, conocen por experiencia propia los límites de lo militar y advierten contra la ilusión de una solución militar en Ucrania.
Pero volvamos al supuesto de que existe un derecho de autodefensa para los Estados (pueblos) que se convierten en víctimas de guerras de agresión. Al principio de la guerra, Gregor Gysi, político del partido La Izquierda, dijo que esto implicaba la obligación moral de permitirles hacerlo, es decir, suministrándoles armas. Según Gysi, no se puede, por un lado, reconocer que existe tal derecho y, por otro, negar a los atacados las armas para ejercerlo. Así que, en esencia, el suministro de armas es lo correcto. Solo no lo es en el caso de Alemania, por responsabilidad histórica por la guerra de exterminio alemana en el Este, en la que 27 millones de ciudadanos soviéticos -ucranianos, bielorrusos, rusos, etc. pagaron con sus vidas, la mitad de ellos civiles.
Así que, al final, Gysi se pronunció, no obstante, en contra de las entregas de armas del gobierno alemán, con el trasfondo de la historia alemana. Pero la lógica es clara: si un país es atacado, existe la obligación moral de suministrar armas. La ministra de Asuntos Exteriores, Annalena Baerbock y una amplia opinión pública también lo ven así.
La cosa se vuelve un poco desagradable e incómoda cuando uno se da cuenta de que, según esta lógica, el gobierno alemán tendría que suministrar armas a la población yemení para su autodefensa contra la guerra genocida de agresión de la dictatorial Arabia Saudí. Y armas a la población kurda del norte de Siria y del norte de Irak para poder defenderse de la guerra del autócrata turco Erdogan. La guerra de invasión saudí en Yemen ha provocado hasta la fecha más de 380.000 muertos, cuatro millones de refugiados y 19 millones de personas que pasan hambre, según cifras de la ONU. Según datos de Human Rights Watch, «Arabia Saudí y los socios de la coalición (…) están bombardeando hospitales, guarderías, escuelas» y son responsables de innumerables «crímenes de guerra». La guerra de agresión turca contra los territorios kurdos autodeterminados en Irak y Siria, a su vez, ha desplazado a más de medio millón de personas, se ha cobrado decenas de miles de vidas, entre ellas innumerables civiles, mientras que Erdogan ha bombardeado regularmente zonas habitadas kurdas en su propio país también de forma criminal.
¿Orientado por los valores?
Pero en lugar de seguir su automatismo moral, el gobierno alemán no solo encubre, sino que incluso apoya activamente las guerras de invasión de Turquía, socio autocrático de la OTAN, y de la dictadura de Arabia Saudí, vinculada a Occidente. Por ejemplo, la ministra de Asuntos Exteriores de los Verdes, Annalena Baerbock, viajó a Turquía tras el inicio de la guerra y elogió «nuestra sólida cooperación germano-turca» y el hecho de permanecer juntos contra Rusia. A su vez, el Ministerio de Economía de Robert Habeck levantó la prohibición de exportar armas a la dictadura beligerante tras el asesinato del periodista saudí Jamal Khashukji en septiembre de 2022 y aprobó munición y equipamiento alemán por valor de 38,8 millones de euros precisamente para los aviones de combate responsables de crímenes de guerra como el bombardeo de objetivos civiles. Y todo ello aparentemente, como sospechaba incluso el programa de noticias «Tagesschau», con la «esperanza del petróleo y el hidrógeno».
Sin embargo, los representantes del gobierno alemán no se avergüenzan de describir su conducta como «política exterior orientada a los valores» en el sentido de un «orden mundial basado en normas» o, como dijo recientemente Baerbock durante la Conferencia de Seguridad 2023 de Múnich, «guiada por el orden pacífico europeo, la Carta de las Naciones Unidas y el derecho internacional humanitario».
Ahora, sin duda, la izquierda y los radicales de izquierda que, en línea con el gobierno alemán, abogan por el «derecho de autodefensa» y la entrega de armas, también denuncian esta hipocresía y doble moral occidentales. En esto hay acuerdo. Sin embargo, no están siguiendo intelectualmente a Egon Bahr, el arquitecto de la nueva política hacia el Este (Ostpolitik) del antiguo canciller federal del SPD, Willy Brandt. En 2013 Egon Bahr, dirigiéndose a la generación joven, advirtió: «En política internacional no se trata nunca de democracia o de derechos humanos. Se trata de los intereses de los Estados. Recuérdenlo, no importa lo que les cuenten en las clases de historia». En su lugar, ellos se sitúan, consciente o inconscientemente, en el punto de vista por el que, si bien la política del gobierno alemán practica una doble moral y es hipócrita, una «política exterior orientada a los valores» puede existir en principio incluso con este Estado del capital y es buena en sí misma, solo tiene que aplicarse de forma coherente y creíble.
A la inversa, esto significaría que, a partir de ahora, en la práctica, los izquierdistas políticos son los que, al Estado, sobre el que por lo general no tienen influencia alguna y al que rechazan en teoría, exigirían: «¡Entrega por fin armas en (casi) todas las zonas de guerra del mundo!» Porque en la inmensa mayoría de las guerras del mundo hay un agresor o invasor (y no es precisamente raro que se trate de un estado o aliado de la OTAN). Es más: como en la izquierda hay aún más gente a favor de las sanciones que a favor de la entrega de armas – incluso en la dirección del partido La Izquierda hay ahora una mayoría a favor de las sanciones con respecto a la guerra de Ucrania -, en el futuro tendrían que pedir sanciones contra innumerables Estados del mundo en comentarios y artículos y escribirlo en sus programas electorales, tendrían que justificar los efectos sobre las clases bajas de (casi) todos los países, etc. Por supuesto, ningún político de la izquierda radical o del partido La Izquierda haría todo esto, ni siquiera la clase política de Alianza 90/Los verdes, que apuesta por las «soluciones militares» y las sanciones como medio de una política exterior completamente normal. Pero sería lógico y consecuente.
Respuestas desagradables
Sin embargo, el hecho de que los defensores de las entregas de armas (y sanciones) de izquierdas no hagan todo esto no lo hace menos incómodo. Al contrario, puesto que surge la pregunta: ¿Por qué piden entregas de armas (y/o sanciones) en un lugar -como en el caso de Ucrania- pero no en otro -por ejemplo, para Yemen, las zonas kurdas del norte de Siria y el norte de Irak- puesto que ello sería la consecuencia lógica de sus propios valores? ¿Por qué la gente no escribe largos editoriales y mordaces comentarios, organiza manifestaciones y actos hasta que por fin se les escucha y se hace justicia?
Solo hay dos respuestas posibles a esta pregunta: o bien es el resultado de una actitud de fondo racista intuitiva que considera que los ucranianos blancos-cristianos tienen más valor que los musulmanes no blancos. Con la excepción de algunos izquierdistas y ex-izquierdistas socializados como anti-alemanes, es poco probable que este sea el caso. O bien su propia política – al menos la dirigida hacia el exterior y que hoy prima sobre todo lo demás – es y sigue siendo un apéndice totalmente determinado heterónomamente por la política dominante, la política del Estado que, sin embargo, antes se la descubría como capitalista y por una esfera pública mediático-burguesa que una vez, se quiso haber aprendido a pensarla como un «aparato ideológico del Estado» (Louis Althusser).
Es probable que ambas respuestas resulten extremadamente incómodas para los partidarios de la izquierda y la izquierda radical de la política de suministro de armas