Letras Desnudas

Mario Caballero

Hoy voy a contarles la historia de un ser mezquino. Su nombre es Javier Jiménez Jiménez.

Mientras nuestro país era conmocionado por la masacre de Tlatelolco, y el mundo por la guerra de Vietnam, la represión brutal de la Primavera de Praga y los asesinatos de Martin Luther King Jr. y Robert Kennedy, Javier nacía el 16 de octubre de 1968 en Tuxtla Gutiérrez.

Creció en el hogar de una familia de clase humilde, formado por sus padres, quienes le inculcaron desde pequeño el valor del trabajo, el respeto, la honestidad y el fervor a Dios.

La semilla, tristemente, no cayó en buena tierra. Su hijo se perdió por el camino de la perversidad y la ambición. Si de niño y adolescente Javier dio muestras de convertirse en un futuro hombre de bien, a la larga terminó dentro del mismo costal donde está toda esa gente oportunista, corrupta y falta de integridad moral que pulula en la política chiapaneca, de lo cual hablaré en líneas más adelante.

Siguiendo con la historia: Javier no pasó penurias en las primeras etapas de su vida, pero tampoco gozó de lujos. No tuvo nanas, ni cocineras, ni choferes que lo llevaran al mejor colegio de la ciudad. Según cuenta él mismo, tuvo que trabajar para sacar sus estudios. Nadie le regaló nada, dice. Todo lo que es y lo que tiene le ha costado.

De este modo, no con poco esfuerzo se graduó como contador público en la Universidad Autónoma de Chiapas en el año 1992.

Con su título en mano comenzó a abrirse camino en el mercado laboral. Trabajó como profesional independiente ofreciendo servicios de consultoría y auditoría externa a empresas públicas y privadas, y dos años después de graduarse ingresó a la plantilla laboral de la Unach, como docente de materias contables y administrativas, cargo que ejerció hasta el año 2018.

En 1999, concluyó la maestría en Contaduría Pública y años más tarde obtuvo el doctorado en Administración. Su inquietud profesional lo llevó a ser presidente del Colegio de Contadores Públicos Chiapanecos A.C., por el periodo 2010-2012.

Por esto que aparenta ser una carrera profesional exitosa, Javier se llena la boca diciendo que proviene de la cultura del esfuerzo, una frase trillada que ahora mismo de nada le vale.

EXCURSIÓN POLÍTICA

Su interés por participar en la política apareció en 1990, año en que se afilió al desaparecido Partido de la Revolución Democrática (PRD). Pero a diferencia del despunte que tuvo en su carrera profesional, en la política ha sido más bien un excursionista, una de esas personas que por diversión o curiosidad se metió a la política para ver si chicle y pega.

Y no pegó si hasta hace poco, en las elecciones recientes, que logró una curul en el Congreso del Estado. Antes lo único que había conseguido era ser candidato suplente a diputado local por el Partido Alianza Social, y eso fue hace 24 años.

Su nulo crecimiento político no fue cuestión de suerte, como muchos de sus allegados quieren justificarlo, sino fue por su falta de tablas.

Javier Jiménez conoce de cuentas, sabe cómo cuadrar un balance general y seguramente cómo maquillar un estado financiero para evadir al fisco, pero de política, de ese arte de gobernar como la definió Aristóteles, con la que Mandela logró unificar a su pueblo y llevar a Sudáfrica del apartheid a la democracia, y de la que Churchill se basó para ganar la Segunda Guerra Mundial, no sabe nada.

Sin embargo, su amistad con el exgobernador Rutilio Escandón Cadenas no sólo lo llevó a degustar las dulces mieles del poder, sino también a salir de pobre.

Antes de ocupar la Oficialía Mayor del Poder Judicial del Estado, vivía en la medianía, con un sueldo que apenas le ayudaba para llegar a fin de quincena y que le permitía darle cobijo a su familia en una casa de interés social.

Algunos meses después, renovó su guardarropa con prendas de marcas elegantes, relojes finos y lociones que de tan caras equivalían al sudor divino. Es fue el comienzo de una vida regodeada en la opulencia. Se volvió un funcionario público “totalmente palacio”.

Al llegar a la titularidad de la Secretaría de Hacienda, decir que perdió el piso es poco decir.

Abandonó su vieja vivienda para mudarse a su mansión de más de ocho mil metros cuadrados, donde tiene jardines, alberca climatizada y hasta un campo de fútbol profesional.

Ese salto lo convirtió en un ser intratable, prepotente, arrogante y abusivo, que miraba a todo mundo por debajo del hombro y hasta adoptó gestos con los que hacía saber que ni el suelo que pisaba lo merecía. Nada quedó de aquel maestrito universitario de vestimenta humilde y trato afable. Bien dice el dicho que “el que nunca ha tenido y llega a tener, loco se quiere volver”.

Con la obtención de poder, la vida de Javier Jiménez dio un giro de 180 grados. A tal punto que se sintió con la capacidad de ser gobernador del estado.

No obstante, distintas investigaciones periodísticas dieron a conocer que abusó de su autoridad para colocar a su familia en cargos de gran relevancia en el gobierno. Se dijo que metió con calzador a su hija Adriana Sarahi Jiménez López en el Tribunal Electoral del Estado como subsecretaria general de Acuerdos y a su yerno Bruno Anaya lo hizo proveedor de distintas dependencias estatales, como el Instituto Estatal del Agua. Esto sólo por mencionar algo.

Jiménez Jiménez enfermó de poder. Durante su desempeño como secretario de Hacienda fue señalado de humillar a sus homólogos, condicionar la distribución de los recursos a las instituciones y exigir moches, diezmos y hasta contratos de obra pública y proveeduría.

Se enriqueció. Su nombre aparece ahora en la lista de los nuevos millonarios de Chiapas.

DESESPERACIÓN

Pero cometió un error: creer que el poder era eterno.

Toda esa gente que humilló, pisoteó y abusó, le dio la espalda. Literalmente se quedó sólo. Tanto así que su nuevo partido, Morena, lo mandó a ver dónde puso la marrana. No le dio ni siquiera una candidatura a regidor.

Por tanto, se desesperó. Y tanta fue su desesperación que se dice que en un par de ocasiones le entregó portafolios cargados de dinero a la senadora Sasil de León para apoyar su campaña a candidata de Morena a la gubernatura. Aquí también se equivocó.

Ya a las cansadas, logró negociar la postulación a diputado local por Huixtla con el PT, y se comenta que el día de las votaciones sacó la billetera para realizar una compra masiva de votos para ganar la elección. ¿Tenía otra alternativa? Lo dudo. Siendo de Tuxtla era difícil que la gente votara por él en un lugar donde nadie lo conocía.

Hoy, a pesar de encontrarse en el Congreso del Estado, Javier sabe que más tarde que temprano el fuero que lo protege de vestir el traje naranja del penal El Amate se terminará. Aunado a ello, está solo, no tiene alianzas.

Por eso, ahora está empeñado en promover la campaña de su hija Adriana Sarahi que es candidata a jueza de distrito en materia de amparo y juicios federales en el reciente proceso electoral de los cargos del Poder Judicial.

Seguramente, de ganar la elección ella se encargará de expedir los amparos que libren a su padre de darle cuentas a la justicia.

En fin, no sé cómo acabará la historia de Javier Jiménez, pero de algo estoy seguro: sólo un padre mezquino es capaz de utilizar a su hija en su propio beneficio, que en este caso es para no pisar la cárcel.

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