Letras Desnudas
Mario Caballero
Me pregunta un amigo por qué no he hablado del famoso rancho Izaguirre. La verdad es que hay cosas de las que simplemente no me gusta hablar en mis columnas, pero hay que hacerlo para enfrentar, exhibir y sacar a la luz lo peor de la humanidad. Con ello quizá, y sólo quizá, podremos algún día, si no superar, al menos catalizar lo que en este preciso momento define nuestra realidad.
Aclarado esto, hablemos entonces.
CAMPO DE EXTERMINIO
¿Se acuerda del complejo de Auschwitz, convertido por la Alemania nazi en un campo de concentración durante la Segunda Guerra Mundial?
Bueno, sin tomar en cuenta la magnitud, puesto que en ese lugar ubicado en un rincón de Polonia murieron más de un millón cien mil personas, de las cuales el 90% eran judíos, lo del rancho Izaguirre se le parece en eso de que también ahí se cometieron los crímenes más innombrables y donde de acuerdo con distintos testimonios fue utilizado por un cártel del narcotráfico como un campo de adiestramiento y exterminio.
(El recuento siguiente es una recopilación de las declaraciones de varios sobrevivientes).
Ubicado en la localidad de Teuchitlán, en el estado de Jalisco, al rancho Izaguirre llegaron cientos de personas mediante reclutamiento forzado. A través de distintos medios, recibían una oferta para laborar como guardia de seguridad, puesto por el que ofrecían un sueldo de 13 mil pesos mensuales.
Con la necesidad de encontrar un empleo, nadie se imaginó que el ofrecimiento de trabajo se trataba de una trampa, por lo que inocentemente acudían a los sitios donde les programaban la cita para la entrevista, que por lo regular era la terminal de autobuses de Tlaquepaque.
Los aspirantes a guardias de seguridad llegaban puntal a la reunión, y de ahí los trasladaban en grupos de siete o diez personas. Uno o más servicios de Uber pasaban por ellos y los dejaban en una casa cerca del rancho. Hasta en ese momento se daban cuenta del engaño.
Eran recibidos por hombres armados que desde el primer minuto los trataban con violencia, insultos y agresiones de toda naturaleza.
Una vez dentro del rancho la oferta cambiaba. Ya no era para el puesto de guardia y tampoco el sueldo era de 13 mil, sino les ofrecían un pago semanal de tres mil pesos por cumplir un periodo de adiestramiento del que se graduaban como sicarios.
Los que se negaban eran asesinados sin la menor misericordia. Y los que aceptaban, nada les aseguraba que llegarían vivos al final del día.
El infierno, según los evangelios, es descrito como un lugar de tormento, donde el crujir de dientes, el dolor y el sufrimiento nunca paran. Así el Izaguirre: un lugar de adiestramiento, pero también de castigo.
La instrucción no era sencilla. No sólo aprendían a utilizar el arma, disparar, cargar y seguir disparando. Eran enseñados para matar y sobrevivir.
A todo esto, les vendían botas tácticas, porque el zapato o el tenis que llevaban el día que según acudían a la entrevista de trabajo no servía para su entrenamiento. Los ponían a cavar fosas en horas en las que hacía más calor, y no les daban agua, ni comida y aquel que se rindiera o no cumpliera con la tarea terminaba muerto a manos de alguno de sus compañeros o por un sicario ya titulado.
También los obligaban a pelear entre ellos a muerte, ya sea a mano limpia o con cuchillos. El que ganaba tenía que cavar el hoyo del otro, donde lo enterraba, pero con él dentro.
Así pasaban toda la noche, con decenas de kilos de tierra aplastándolos, con un cadáver al lado y respirando a través de una manguera. Para colmo, sus “instructores” se orinaban y defecaban sobre el montón de tierra y de vez en cuando algo de esa materia inmunda llegaba a caerles encima.
Los que acaban muertos durante la faena diaria o en las peleas eran conducidos a un cuarto que en su nombre describe lo que ahí hacían. Lo llamaban “la carnicería”.
Los que sobrevivían se encargaban de descuartizarlos. Obvio, les enseñaban cómo hacerlo. Después, los restos los incineraban. Porque hasta eso existía un lema en el rancho Izaguirre: “Si no hay cuerpo, no hay delito”.
Esta actividad propia de gente sin alma, sin consciencia, sin el menor rastro de humanidad, no todos eran capaces de llevarla a cabo. Aquellos que no podían o se negaban a hacerlo terminaban asesinados. La mayoría de las veces con la más infame brutalidad.
Para concluir el adiestramiento eran enviados a una plaza del cártel en Zacatecas, de donde varios lograron escapar.
EL DESCUBRIMIENTO
El rancho está ubicado a unos 50 kilómetros de Guadalajara, la tercera ciudad más poblada del país. Se accede por un camino de tierra que serpentea entre potreros, a pocos minutos de la localidad La Estanzuela.
Esta finca fue allanada en septiembre de 2024 por elementos de la Guardia Nacional, quienes detuvieron a diez personas, rescataron a dos secuestrados y hallaron un cadáver. Más allá de eso, nada, a pesar de que contaron con retroexcavadoras, medidores de compactación de suelo y binomios caninos.
Pero como dice la criminóloga Yuriria Rodríguez Castro: “Si entras con la intención de no querer encontrar nada, no vas a encontrar nada, aunque lo tengas en la cara”.
No lo sé de cierto, pero supongo que si en verdad no encontraron nada o callaron ante lo descubierto fue para evitar el escándalo que estalló el 5 de marzo pasado, cuando el colectivo Guerreros Buscadores llegaron al lugar tras la llamada de un presunto sobreviviente del rancho Izaguirre. De hecho, después de que el caso saliera a la luz recibieron muchas llamadas de personas que aseguraron haber estado cautivas ahí, entre ellas una que dijo haber sido retenida en 2012, lo cual indica que el sitio operaba desde hace más de una década.
¿Cómo es posible que nadie haya notado movimientos sospechosos? ¿Cómo entender que nadie haya escuchado gritos y los disparos, ya que se encontraron numerosos casquillos de bala? Más sorprendente todavía, ¿cómo es que un lugar así, utilizado para adiestrar sicarios, pasó inadvertido por mucho tiempo? O, ¿por qué las autoridades no encontraron lo que grupos de buscadores de desaparecidos hallaron en minutos?
Fueron encontrados 305 pantalones, 170 mochilas, 18 maletas, un par de guantes de boxeo, 154 pares de zapatos y numerosas prendas de vestir desde playeras, trusas, pans, suéteres, chalecos y hasta bufandas. Para dar un inventario aproximado de 1800 objetos, que alguna vez le pertenecieron a alguien que ahí perdió la vida, que tal vez sobrevivió o que se hizo sicario con tal de seguir con vida un día más.
A esto se suman restos óseos presuntamente de humanos.
LA INFAMIA
Es difícil hablar de estos temas que exigen una fuerte dosis de valor y coraje, amén de tener las tripas bien puestas para no sucumbir ante lo vomitivo, como las declaraciones de muchas autoridades que tratan de ocultar la participación de funcionarios sin la cual este centro de adiestramiento jamás hubiera operado. Lo cual es, por sí misma, una infamia.
Pero que lo dicho antes quede aquí como un recordatorio de lo mucho que nos hemos perdido como sociedad, de que nuestros gobiernos en lugar de resolver el problema tratan de encubrirlo así como los gatos entierran sus cagadas, y de que este descubrimiento representa una verdad irrefutable: el horror del crimen organizado es mucho peor de lo que nos imaginábamos.