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De la insensatez al deterioro

Razones

Jorge Fernández Menéndez

Dicen que el cenit del poder es también el inicio de la decadencia. Algo así es lo que estamos viendo en un proyecto de país que, más allá de las grandielocuencias matutinas, pareciera que en muchos sentidos comienza a derrumbarse por sus propios y recurrentes errores, incluso afectando a sus instituciones más firmes.

La declaratoria presidencial de que no irá a la cumbre de las Américas a realizarse del 6 al 10 de junio en Los Angeles, si no se invita a Cuba, Nicaragua y Venezuela es una insensatez incomprensible en términos de política real. Dice el presidente López Obrador que prefiere la “fraternidad universal” y la unidad, y eso es una falacia. Estamos hablando de política, y en política hay demócratas y dictadores; están quienes respetan los derechos humanos y quienes no; quienes se someten al voto de los ciudadanos y permiten la alternancia y quienes ejercen la dictadura más larga de la época contemporánea, como hace el régimen cubano. Hay quienes respetan, aunque sea con limitaciones y excesos, los derechos humanos, la libertad de expresión, el pluralismo, y quienes los han abolido en forma absoluta, quienes aceptan y fomentan el pluralismo y quienes meten a la cárcel a sus opositores.

En realidad, participar o no en la Cumbre es una elección. Es la misma elección que se ejerce cuando se decide apoyar, porque en este caso la abstención es una forma de apoyo, al régimen de Putin, cuando no se condena la invasión a Ucrania y se dice que se apoya la paz, cuando no es equivalente entre invasores e invadidos.

Y es un error monumental respecto al alineamiento de México en el mundo, precisamente cuando vivimos una profunda crisis económica, cuando dependemos más que nunca de la relación con Estados Unidos y del TMEC para sacar adelante nuestra economía, cuando hay una crisis migratoria sin precedentes en la frontera y cuando está en entredicho toda nuestra estrategia de seguridad, tan ineficiente que pone en riesgo, también, la relación bilateral.

En la ceguera ideológica que caracteriza a la administración López Obrador no se comprende que quizás el gobierno de Joe Biden no esté dispuesto, como quería Trump (al que por cierto el presidente López Obrador dice apreciar porque “trató bien a México”), a disparar misiles contra laboratorios del narcotráfico en México (como quería el ex mandatario), pero tampoco se quedarán de brazos cruzados. La Cumbre de las Américas vino a ser impulsada en México por el secretario de Estado Anthony Blinken, el propio presidente Biden insistió en la invitación al presidente López Obrador en la última llamada que mantuvieron, no ir por defender a Cuba, Nicaragua y Venezuela no les parecerá una ocurrencia más de un presidente folklórico.

No es casualidad que ayer estuviera en Palacio Nacional el embajador Ken Salazar, por el tema de la Cumbre, al mismo tiempo que expresaba “su profunda preocupación” por el asesinato de periodistas en México y demandaba salvaguardas y respeto a libertad de expresión en nuestro país, algo que ya había hecho el propio secretario de Estado, días atrás. La demanda de Salazar fue acompañada por un reclamo similar de la oficina del Alto Comisionado de los Derechos Humanos de la ONU y otras organizaciones internacionales.

A la exigencia del respeto a los derechos humanos se suman las numerosas demandas por las nuevas normas energéticas de México que terminarán en tribunales nacionales e internacionales. Están también las demandas de legisladores republicanos y demócratas por las sucesivas violaciones al TMEC del gobierno mexicano. Las relaciones comerciales con España y la Unión Europea están también deterioradas por las incomprensibles declaraciones presidenciales contra esos países y, también, por la negativa a condenar la invasión rusa a Ucrania.

Estamos eligiendo y estamos, como país, eligiendo muy mal: estamos optando por un grupo de regímenes populistas, se digan de derecha o de izquierda, que se han convertido en dictaduras o en regímenes profundamente autoritarios, en lugar de buscar nuestro lugar entre las democracias del mundo. Y lo hacemos en un ambiente de profundo deterioro de todo tipo.

La seguridad es un ejemplo más de ese deterioro. No había visto una escena como la de anteayer en Nueva Italia, Michoacán: camiones con soldados del ejército mexicano correteados por sicarios de un cártel, amenazados e insultados sin que hubiera más reacción que la de huir de los agresores a pesar de tener posibilidades reales de hacerles frente y reducirlos. El Estado mexicano, o por lo menos áreas muy importantes del mismo, han decidido no dar la lucha. Lo ocurrido se comprende cuando el gobernador de Michoacán, Alfredo Ramírez Bedolla, en un estado controlado por grupos criminales enfrentados entre sí, con territorios donde la fuerza pública simplemente no puede entrar, con un número infinito de muertos y desaparecidos, simplemente dice que ésta es una guerra que se negará a librar.

No me gusta la palabra guerra en estos temas, no se trata de ello: se trata de que el gobernador, el presidente, el Estado mexicano, deben asumir su responsabilidad de asegurar la seguridad y por ende hacer justicia ante grupos criminales que están expoliando a la sociedad y al propio Estado. Y hoy no se está cumpliendo con esa responsabilidad. Y peor aún, ante la tolerancia y la decisión de no enfrentar a los grupos criminales en forma decidida, se está exponiendo a las instituciones más firmes que tiene el Estado mexicano, las militares, a la posibilidad de un deterioro similar al que están viviendo otras instituciones del país, como el sistema educativo, de salud o la energía.

Por cierto, once periodistas asesinados en lo que va del año, siete en Veracruz y ni una palabra en la mañanera.

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