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Razones                                          

Jorge Fernández Menéndez                                                                                        

Me gustas cuando callas

porque estás como ausente

Pablo Neruda

Lo que sucede después de los debates presidenciales suele ser más interesante que el debate en sí mismo, porque es el momento en que los partidarios, los periodistas y la gente resaltan los aspectos que consideran más importantes y que con las redes pueden convertirse en temas virales en forma casi inmediata.

Pero el debate del domingo resultó aburrido incluso en el post debate. No sé porqué se sigue insistiendo en que los debates deben ser de propuestas, cuando evidentemente no lo son, se trata de una confrontación de personalidades, de convicciones, donde la gente quiere ver qué hay detrás de cada aspirante.

Diego Fernández de Cevallos ganó el debate de 1994 contra Zedillo y Cuauhtémoc Cárdenas porque literalmente los arrolló con un discurso de ataques constantes donde sus oponentes se quedaron hasta sin respuestas.       Seis años después Francisco Labastida que era un buen candidato del PRI y que tenía mejores propuestas que sus rivales, fue arrollado por Vicente Fox en los distintos debates incluyendo aquel del famoso “hoy”. A Labastida nadie lo recordó por sus propuestas, sino por aquella exigencia de Fox de que el debate se hiciera ese día y ya en el debate por la malograda frase de Labastida contra Fox, diciendo “que me ha llamado mariquita, lavestida, chaparro”, etc. A lo que Fox le contestó que a él “lo majadero se le quitaba, pero a ustedes, los priistas, lo corruptos no”. Ganó el debate y la presidencia.

En 2006 López Obrador se equivocó mucho, primero con aquello de “cállate chachalaca” dirigido al presidente Fox, y luego al no ir al primer debate confiado en la ventaja que llevaba y que todos sabíamos que se estaba reduciendo rápidamente. En los debates siguientes lo más notable fue cuando Roberto Madrazo apareció con algo extraño en la cara porque se había cortado rasurándose, según dijo. Lo cierto es que el debate lo ganó Calderón y también la presidencia, aunque todavía López Obrador no lo digiere.

No hubo nada notable en los debates de 2012, salvo una edecán que distrajo a algún candidato y a muchos espectadores, y tampoco en los de 2018, donde un López Obrador con mucho mejor manejo, con apenas tres burlas dejó fuera a Ricardo Anaya que no supo como contestar. El debate y la presidencia fueron para López Obrador.

El de este domingo pasará al olvido: no hubo emoción, no hubo frases célebres, los ataques fueron suaves y previsibles, quizás la única novedad es que Máynez con absoluta claridad se puso del lado de Claudia contra Xóchitl. Sheinbaum hizo lo que tenía que hacer: no equivocarse, si de casualidad tenía una pregunta complicada contestaba otra cosa y se pertrechaba en los ataques de Máynez para golpear a Xóchitl, tampoco demasiado.

No entendí en absoluto la estrategia de Xóchitl, visiblemente nerviosa, sin una línea clara sobre sus objetivos en el debate, leyendo casi todo el tiempo hasta en los momentos que tendrían que haber sido más íntimos, personales. No recuerdo jamás, en ningún lugar, que alguien haya ganado un debate leyendo. Se habló de salud y no dijo nada de la pandemia, de López Gatell, de la compra de vacunas, del rechazo de los barbijos, de las muertes inútiles, innecesarias de personal médico y pacientes, del retraso en la compra de vacunas, del propio esquema de vacunación. De la falta de medicamentos de los niños con cáncer, del desastre que dejó el INSABI.

Se habló de corrupción y sólo como una lejana referencia se habló de Segalmex, de Dos Bocas, del Tren Maya, de los negocios de los hijos y otros familiares del presidente. Claudia respondió como era previsible: que si tenían pruebas las exhibieran y a nadie se le ocurrió llevarlas para hacerlo.

Si bien el debate no era sobre violencia, el tema se abordó tangencialmente sobre todo respecto a feminicidios, y Xóchitl también lo dejó pasar, cuando las cifras son contundentes respecto al brutal incremento de ese crimen y de los asesinatos en general.

Eso le quitó emoción, profundidad, al debate, no creo que nadie haya cambiado su voto después de verlo. Nadie descubrió nada nuevo en Claudia, Xóchitl se vio más incómoda e imprecisa de lo que se esperaba y Máynez nunca se supo qué hacía ahí y de qué se reía.

Como nadie ganó el debate, la ganadora fue Claudia Sheinbaum, cuya tarea es mantener la distancia respecto a sus rivales, no desgastarse, no caer en conflictos que le puedan quitar puntos y no diferenciarse en nada de López Obrador, sobre todo porque el escenario en varios de los nueve estados donde también habrá elecciones, se está ensombreciendo. La ciudad de México, Veracruz, Morelos, Guanajuato, Jalisco y Yucatán están muy complicados para el oficialismo y eso terminará afectando no sólo la lucha por el poder en esos estados sino también la composición del congreso federal.

Por lo pronto, el debate resultó un intento fallido para modificar tendencias. Se culpó al formato de lo intrascendente del debate. No fue el mejor, como tampoco el set o el tener sentados a los candidatos. Como formato fue mejor, por ejemplo, el de los candidatos a la ciudad de México. Pero creo que más allá del formato, lo que acható el debate fue la actuación de las candidatas y la banalidad del candidato. Estoy seguro que si hoy se le pregunta a alguien en la calle qué fue lo que más le llamó la atención del debate dirá que el escudo al revés de Xóchitl y se preguntará porqué leía tanto. De Claudia dirá que sigue sin conocerla.

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