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La adicción, una enfermedad en crecimiento

Eduardo Campos Martínez

La lucha contra el tráfico de drogas en América Latina ha significado durante las últimas décadas, miles de pérdidas humanas, así como inestabilidad social, política y una sensación de riesgo latente en la comunidad. Y se han implementado diferentes estrategias para aminorar las consecuencias violentas que este mercado trae consigo.

La inversión en armas y reclutamiento de elementos para hacer frente a las organizaciones criminales dedicadas al tráfico de estupefacientes es cada vez mayor. En los países de medianos y bajos ingresos, esta industria representa una opción, principalmente para los jóvenes, la cual les garantiza ingresos muy por encima del promedio de la oferta laboral en su entorno. Las cantidades que éste mercado genera, encontradas con los bajos ingresos promedio de estas comunidades, son la combinación perfecta para establecerse como el medio de vida.

Pocos hablan de las situaciones que originan que este negocio sea tan demandado, la atención de las adicciones, aunque es la razón de la existencia de este lastimoso negocio, termina en una segunda o tercera prioridad para los gobiernos. A los adictos se les conceptualiza como delincuentes y no como enfermos, lo que ha limitado las acciones exitosas respecto a este fenómeno. La atención médica y de rehabilitación a los adictos es por mucho menor a la inversión que se hace para contener los actos de violencia que provoca el mercado de las drogas.

El gran consumidor funcional de drogas del continente americano son los Estados Unidos, quienes con el argumento de ataque frontal al narcotráfico se han dado licencia de intervenir políticamente en varios países de América Latina y el Caribe, que han destinado millones de dólares para la compra de equipos de inteligencia y armas, pero el esfuerzo para atender a los enfermos adictos de su país es de muy poco impacto. Aunque es un tema complejo de atender, una acción simple podría cambiar las consecuencias que genera el narcotráfico y ésta es definir a los consumidores como enfermos y no como delincuentes.

Según la OMS (2019) los países con mayor registro de consumo de drogas en población de 15 a 64 años divididos por tipo de narcótico son, para cocaína: Australia, que encabeza la lista seguido de Albania y en tercera posición los EE. UU, quien encabeza la lista para el caso de las Anfetaminas, seguido de Polonia y Holanda. La estadística de consumo por región refleja que en EE.UU. y Canadá ha consumido alguna droga el 11.6% de su población, Oceanía (Australia) 10.1%, en África el 7.5%, en Sudamérica el 5.9%, en Europa 4.3%, en Oriente 3.4%, en México y el Caribe 2.8% y en Asia el 0.6%.

Según un estudio publicado en agosto de 2021 por la revista Scientific American el 2020 fue el año con mayor registro de muertes por sobredosis en los EE.UU. con más de 93 mil decesos, lo que significa un aumento del 30% en comparación con el año anterior. A esto habría que sumar todas las muertes que ocasiona el narcotráfico que, por momentos, parecen incontables.

El diseño de políticas públicas en materia de salud deberá concebir a este fenómeno como una emergencia que requiere la atención inmediata del gobierno. Atender las adicciones de la población norteamericana como un tratamiento médico reduciría el consumo y por consiguiente el mercado de estupefacientes perdería el atractivo que hoy significa. La lucha contra el narcotráfico deberá centrarse en la niñez y juventud y que sea la información y acciones de prevención el arma más poderosa de los estados. Atacar la violencia con más violencia nos ha llevado a un crecimiento exponencial del fenómeno que actualmente encabeza todas las actividades delincuenciales afectando a la sociedad en general por distintos actos que amenazan la seguridad familiar y personal sin necesidad, siquiera, de ser consumidores.

De nueva cuenta hay que dirigir los esfuerzos a la niñez y juventud donde yace la mayor esperanza de recomposición en el camino, ese llamado a la consciencia del bien comunitario y el fortalecimiento de la vida saludable como el prototipo de felicidad plena, pues parece que nos hemos dado por vencidos y argumentamos que ya no hay nada por hacer. Hay mucho por hacer, pero, hay que hacerlo.

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