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El primer viaje al extranjero (Canadá) en el contexto del TLCAN, unas remembranzas (I)

Jesús Martínez Soriano

Toronto, Canadá. A casi tres décadas del inicio del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN o NAFTA por sus siglas en inglés), signado entre Canadá, Estados Unidos y México, cuya continuidad hoy algunos analistas empiezan a poner en entredicho, ante el desdén con el que el actual gobierno de nuestro país parece ver a nuestros dos socios comerciales, quizá convenga hacer una retrospectiva de como un sector de entonces estudiantes universitarios vivimos el proceso en el que se discutía la posible firma de dicho Tratado a principios de los 90. En aquel entonces muchos de nosotros compartíamos un desbordado optimismo (en parte por nuestra edad, en parte por la coyuntura del momento), por lo que representaría la inserción de México en la región de América del Norte, el cual se exacerbó todavía más entre quienes realizamos nuestros primeros viajes al extranjero, precisamente a Canadá. A continuación, comparto la siguiente crónica con los lectores de ese primer viaje al extranjero, en el contexto del inicio del TLCAN, hoy T-Mec.

Las motivaciones

Entre los diversos aspectos positivos que la formación profesional propicia en las personas, se encuentra la ampliación de nuestras expectativas, pues a medida que se incrementa nuestro bagaje de conocimiento, se acrecientan también nuestras ambiciones y los objetivos que pretendemos alcanzar. Ese fue el caso de quien esto escribe, cuyo interés por viajar al extranjero se originó durante la etapa universitaria. En particular, dos fueron las motivaciones principales: por un lado, las cátedras de los profesores, muchos de quienes de manera recurrente hacían alusión a su estancia en el extranjero: París, Londres, Washington, etcétera y, por otro, la afición por el cine, incentivada en el campus universitario. Cada año se exhibía en el Centro Cultural Universitario de la UNAM, la institución en donde realicé mis estudios, la Cineteca Nacional y otros espacios culturales, la Muestra Internacional de Cine. En dichos aforos se exhibían largometrajes de diferentes países, tanto del llamado primer mundo o mundo desarrollado, como del entonces bloque socialista (segundo mundo) y del Tercer Mundo o de las naciones en desarrollo.

El observar, a través del cine, construcciones antiguas y de alto valor estético como las de Europa occidental y del este (como anteriormente estaba dividido el viejo continente), modernos edificios como el Empire State de Nueva York, e impresionantes obras de ingeniería como el puente Golden Gate de San Francisco o el Estadio Olímpico de Montreal, incentivaban en quienes entonces éramos jóvenes universitarios, el interés por conocer y explorar otras regiones del mundo. De igual manera, el contemplar los medios de transporte en los que se movía la gente (metros, ferrocarriles, tranvías), generaban curiosidad en nosotros, quienes nos preguntábamos cómo sería la vida en otros países. Por ello y con todo ese antecedente, cuando recibí la invitación para visitar Canadá, de parte de un amigo con quien cursé la Universidad, percibí la posibilidad de realizar uno de mis grandes sueños en la vida.

La llegada

Transcurría el año de 1991, era el amanecer del día 2 de noviembre. Un DC-10 de Air Canadá, procedente de la Ciudad de México, con alrededor de 250 pasajeros, entre quienes nos encontrábamos los dos amigos recién egresados de la universidad, aterrizaba en el Aeropuerto Internacional Pearson de Toronto, Canadá. Después de realizar los trámites migratorios de rutina, salimos al exterior; ya había esclarecido; la mañana era profusamente nublada y gélida, unos 5 grados Celsius, típica de la temporada de otoño. Ahí abordamos un autobús que entonces era el principal medio de transporte hacia la Ciudad, el cual nos llevaría, del aeropuerto ubicado en la localidad conurbada de Mississauga, al centro de Toronto. Aún conservo en la memoria la primera canción que escuchamos en la radio del autobús: Nothing Gonna Stop Us Now, de Starship, la cual, después de esa experiencia, ninguno de nosotros podría dejar de recordar.

En el trayecto, de unos 30 kilómetros de distancia, observábamos hacia el exterior con gran interés, “con el ansia de todo saber”, como reza una estrofa de la famosa canción “Cuanto gané, cuanto perdí”, de Pablo Milanés. Los dos jóvenes éramos presa de una emoción difícil de describir, pues aquel era nuestro primer viaje al extranjero. Posteriormente abordamos el metro, en la estación Islington de la línea 2; un convoy con vagones de color del aluminio natural, grisáceo transparente, algunos de los cuales aún continúan circulando en la misma línea 2. Más adelante nos trasladamos en uno de los viejos tranvías, de color gris y rojo, los cuales durante muchos años adornaron la imagen de esta Ciudad, pero que fueron retirados de la circulación a partir de 2020. Todo ello resultaba novedoso y atractivo para nosotros, quienes únicamente conocíamos los medios de transporte de la Ciudad de México. Eran las épocas en las que no existía el Internet, ni los dispositivos móviles, y nuestro conocimiento y referencias sobre Canadá eran muy escasos. Así iniciamos, los dos amigos, una estancia de poco más de un año en Toronto, que en aquellos años era la tercera ciudad más poblada de Canadá, sólo después de Montreal y Calgary, pero que hoy se ha convertido en la principal metrópoli del país, con alrededor de 6 millones de habitantes, incluida su zona conurbada.

El contexto

Aquellos eran los tiempos en los que, en círculos políticos, académicos e intelectuales de los tres países se discutía la posible firma del TLCAN, iniciada en 1990. Sin haberlo planeado y sin dimensionar del todo su real importancia, los dos amigos fuimos testigos de la discusión y materialización, desde Canadá, de uno de los acuerdos más importante para nuestro país y para la región de América del Norte, cuya vigencia continua hasta nuestros días. Para los canadienses, México generaba expectación e interés, pero en ese momento les resultaba un país sumamente desconocido, tanto como Canadá lo era para nosotros. En los noticieros de radio y televisión, en la prensa escrita, en las escuelas públicas y hasta en los centros de trabajo, el tema recurrente era ¿Qué pasaría con la inclusión de México en el Tratado de Libre Comercio? Lo anterior toda vez que, como se recordará, Canadá y Estados Unidos habían signado ya un acuerdo de libre comercio en 1988. El 7 de abril el entonces presidente de México, Carlos Salinas de Gortari, visitaba Ottawa, la capital. Recuerdo que al día siguiente los principales diarios del país, The Globe and Mail y The Toronto Star, en sus primeras planas, daban la noticia de la presencia del mandatario mexicano en Canadá.

(https://forointernacional.colmex.mx/index.php/fi/article/download/1585/1575/1575).

Para los mexicanos que atestiguábamos esos sucesos desde Toronto, la cobertura y relevancia que los medios locales daban a un presidente de nuestro país, nos generaba una gran satisfacción y optimismo. México estaba de moda y nos hacía soñar. Muchos de nosotros estábamos convencidos de que nunca como en ese momento en la historia reciente estaban dadas las condiciones para que México diera el gran salto, sino hacia el desarrollo, si hacia un nivel que nos acercara a él. Lo anterior no se trataba de un análisis apresurado o de un solo anhelo de juventud, sino que pensábamos que nuestro optimismo tenía bases reales de sustento, como algunos pudieran pensar. Como muestra de ello baste mencionar algunas de las reflexiones del estadounidense Paul Krugman, Premio Nobel de Economía 2008. Krugman ha señalado que, “Cuando se negoció el TLCAN, había una creencia generalizada de que (en el caso de México) abrirse al comercio, aunado a unas reformas básicas, detonaría un crecimiento más rápido y eso no ha sucedido. Lo que teníamos -subraya- era una esperanza, basada en la experiencia de las economías asiáticas, de que el tratado daría más (…) La pregunta es ¿por qué México no ha podido despegar económicamente al estilo de una nación asiática? Nadie lo sabe”.

 (https://www.elfinanciero.com.mx/bloomberg-businessweek/paul-krugman-y-el-misterio-de-por-que-mexico-no-ha-despegado/).

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2 Comentarios

  • Roxana 2 de agosto de 2022

    Existen muchos motivos por los cuales México no ha sabido aprovechar su presencia en el TLCAN, por ejemplo, la corrupción desmedida siempre presente en países de tercer mundo. Hay mucho por avanzar al respecto.

    Tocante a la narrativa del texto, genial, se logra percibir la emoción de los protagonistas, muy grata lectura.

  • Roxana 6 de agosto de 2022

    Entre otros motivos, México no ha sabido aprovechar su presencia en el TLCAN debido a la corrupción y a una educación financiera nula. Sin duda nos falta mucho por avanzar.

    Resalto la narrativa del autor ya que logra transportarnos a la época mencionada haciendo que el lector se emocione junto con aquellos jóvenes ávidos de experiencias.

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