Letras Desnudas
Mario Caballero
Dos son las dudas que giran en torno a la asunción de Claudia Sheinbaum a la Presidencia de México: si Andrés Manuel López Obrador cumplirá su palabra de retirarse de la política al concluir su gobierno y si Claudia Sheinbaum podrá verdaderamente asumir el mando.
Lo primero es difícil saberlo. El presidente ha dicho una y otra vez que a partir del primero de octubre se irá a su rancho, en Palenque, donde ocupará el resto de sus días a escribir libros y disfrutar de su jubilación. Sin embargo, con sus acciones dice todo lo contrario.
Desde el día de las elecciones, él se ha encargado de que su sucesora no pueda emitir o expresar el más mínimo pensamiento, postura o visión de manera independiente. Igual que el sargazo que invade y contamina, la ha ido ahogando. La lleva a sus giras cada fin de semana, le ha impuesto más de la mitad de la gente de su gabinete y en el colmo pretende dejarle la agenda de gobierno y la mesa puesta con la aprobación del llamado Plan C, el cual involucra la cuestionada reforma al Poder Judicial.
Por eso, y sumando que a 26 días de que concluya su administración cuenta con un respaldo social por arriba del 70 por ciento, no se ve que AMLO vaya a dejar de intervenir en la política así de fácil y de influir en el gobierno de la futura presidenta.
Sobre lo otro, y a riesgo de contradecir lo que piensa una inmensa mayoría de mexicanos, creo que la doctora Sheinbaum dejará de ser la segundona que hemos visto hasta ahora y asumirá dignamente el poder en el momento que porte la banda presidencial.
Si me acompaña en las siguientes líneas trataré de explicar por qué lo creo así.
PRIMER ARGUMENTO: TÁCTICA
Parto mi argumentación con que Claudia Sheinbaum no es ninguna tonta ni una improvisada en el juego del poder. Es una política experimentada, inteligentísima y muy capaz. No por nada llegó a ser jefa de gobierno de la Ciudad de México y alcanzar, mediante una votación histórica, la Presidencia de la República.
Por tanto, no sería un error pensar que deliberadamente ha dejado brillar al presidente en las últimas semanas de su sexenio, tratando de no incomodarlo, pues al fin y al cabo él tiene todavía el poder y el control de su partido y del movimiento.
A muchos podrá parecerles indigno que alguien como ella, siendo la primera mujer en ganar la Presidencia, muestre estar siempre un paso atrás del primer mandatario, fungiendo a veces como su vocera y ensalzándolo públicamente a la primera oportunidad. Como sucedió durante su festejo como presidenta electa en el Teatro Metropólitan, donde dijo que “López Obrador es el mejor presidente que haya habido en la historia”.
Empero, no creo que esa actitud sea muestra de indignidad, sino más bien su aparente sumisión es parte de su estrategia. No obviemos que Sheinbaum conoce bien a López Obrador. Ha trabajado con él, ha estado en sus fiestas, en sus comidas; ha sido su mejor aliada, la persona de toda su confianza y hasta su paño de lágrimas; por lo cual, lo conoce bien. Sabe que AMLO padece un narcisismo monumental que le impide dejar de brillar por sí mismo y permitir que otros lo hagan.
Lo mejor es aguantar vara -como se dice-, tragar algunos sapos y aparentar no ser más que su segundona. En este momento, y con la enorme popularidad del presidente, lo mejor es no hacer enojar a este personaje que está acostumbrado a ver su nombre escrito en las marquesinas. Total, ya se acerca la hora de que ella sea la que porte la banda presidencial.
SEGUNDO ARGUMENTO: LECCIONES HISTÓRICAS
Partamos ahora de que a los presidentes en funciones no les gusta y no les conviene el activismo político de sus antecesores.
A lo largo de la historia todos los expresidentes de México han sido medidos por sus declaraciones una vez que abandonan el cargo. Me refiero a la lógica del sistema político mexicano de que “calladitos se ven más bonitos”. Como recordatorio está el exilio de Porfirio Díaz y del mismo Plutarco Elías Calles, este último fundador del otrora hegemónico PRI.
Es una regla no escrita dentro de nuestro sistema político que los expresidentes deben respetar al presidente en funciones y no intervenir en la política interna.
Por esa razón, Luis Echeverría envío a Gustavo Díaz Ordaz como embajador a España, a pesar de que fue gracias a las influencias de éste que había logrado alcanzar el máximo cargo del país.
Años después Echeverría probaría una cucharada de su propio chocolate, y todo por meter las narices donde no debía.
Recordemos que la administración de José López Portillo padeció un tsunami de críticas al que se sumó Luis Echeverría. Lo que provocó la aparición en la prensa de un desplegado que se le adjudica al expresidente López Portillo bajo el título “¿Tú también, Luis?”, en el que le reprochaba a su antiguo amigo haberlo cuestionado tan duramente.
Ese episodio terminó con el envío de don Luis como embajador en Australia.
Otro ejemplo es la salida del expresidente Carlos Salinas de Gortari.
Parte de nuestro sistema político, además del mencionado en líneas arriba, fue -¿o es?- la persecución de algún funcionario del sexenio anterior, de preferencia alguno de los más cercanos al expresidente.
A la sazón, por órdenes de Ernesto Zedillo fue perseguido y arrestado Raúl Salinas, hermano de Carlos Salinas, quien había desempeñado varios cargos en ese sexenio, entre ellos la titularidad de la Conasupo. Lo que propició el exilio del expresidente el tres de marzo de 1995, después de haber tenido una reunión en la residencia oficial de Los Pinos.
Repito: a los presidentes en funciones no les gusta y no les conviene el activismo político de sus antecesores. Por eso Zedillo se refugió en la actividad académica en el extranjero; Fox se escondió en su rancho; Calderón intentó llevar una carrera como internacionalista, aunque al poco tiempo volvió al país ya sea porque se le acabó la beca o por gusto. Y Peña Nieto se fue a España, donde se refocila en la molicie.
Lo cual nos hace pensar que las reglas no escritas de nuestro sistema político no son casualidad, sino una causa de la experiencia política del pasado.
EN CONCLUSIÓN
Por tanto, por más resistencia de López Obrador a dejar Palacio Nacional, más temprano que tarde deberá hacerse a un lado y dejar a Claudia Sheinbaum asumir el lugar que le corresponde. De lo contrario, su destino no podría ser Palenque sino el lugar más alejado de México, o quizá ver tras las rejas a uno de sus familiares o a alguno de sus más cercanos colaboradores.
Por otra parte, espero que como presidenta Claudia Sheinbaum haga realidad su promesa de actuar con honestidad, responsabilidad, respetando la independencia de los poderes y gobernando para todos los mexicanos. Y deseo que pase a la historia no por ser la primera mujer en alcanzar la Presidencia de México, sino por ser la mejor presidenta de la historia.