Letras Desnudas

Mario Caballero

Algo que me ha quedado bastante claro después de tantos años en mi desempeño como comentarista político es que la lealtad de muchos actores políticos dura lo que dura un sexenio, o bien, lo que tardan en alcanzar otro hueso.

Por eso hemos visto a decenas de priistas mudarse a Morena después de que el viejo partido les dio todo, fama, una carrera y mucho dinero. Ahí están los casos del exgobernador de Oaxaca, Alejandro Murat; o el actual gobernador de Sonora, Alfonso Durazo, o la gobernadora de Campeche, Layda Sansores San Román, quien sólo ahora que está en las filas de Morena critica y cuestiona al PRI, cuando años antes le quemaba incienso.

Un caso emblemático en nuestro estado es Juan Sabines Guerrero, que no sólo traicionó a todos aquellos que le tendieron la mano cuando vino de la Ciudad de México sin un peso en la bolsa.

De esto mucho pueden contar los políticos y empresarios que le dieron un lugar donde vivir, ropa para su familia, comida para sus hijos, un empleo con sueldo fijo y la oportunidad de construir una carrera en la política local, quienes fueron perseguidos, o desterrados o encarcelados por Sabines durante su periodo como gobernador.

Como botón de muestra está el mismo Pablo Salazar, quien influyó para que obtuviera la candidatura a diputado local, luego a presidente municipal de Tuxtla Gutiérrez y hasta viajó a la capital del país a negociar la postulación al Gobierno del Estado por el PRD con los entonces líderes del partido y con Andrés Manuel López Obrador. Y qué recibió en pago, la cárcel.

La traición no conoce de límites y tampoco niveles. Si Jesucristo fue traicionado por el que comía de su mismo plato, qué podemos esperar de muchos políticos que sólo andan a la caza de una nueva coyuntura que les favorezca en estatus social, poder y dinero.

JESÚS DOMÍNGUEZ

Quiero hablar sobre este tema a manera de advertencia para los diputados Mario Guillén Guillén y Luis Ignacio Avendaño Bermúdez, quienes han realizado un trabajo legislativo muy importante e incluso con las acciones llevadas a cabo desde sus respectivas presidencias le han devuelto credibilidad a la imagen del legislador chiapaneco.

¿De qué trata esta prevención? Simple, de la demasiada confianza que se está tomando en sus nombres el diputado Jesús Domínguez Castellanos.

Es muy común en la política construir alianzas y formar grupos en torno a un proyecto. Bien lo dice la expresión popular, “la unión hace la fuerza”.

Sin embargo, no debe darse por descontado el origen y la historia de Domínguez Castellanos, quien no es ningún político propiamente dicho, sino un oportunista, uno de esos personajes de los que no se puede fiar y cuya única virtud es que supo amasar una gran fortuna con la venta de cerveza en la región de la Costa y Soconusco, y después utilizarla para relacionarse con gente de poder en Chiapas.

¿Y qué ha hecho con sus relaciones políticas? Sólo enriquecerse.

Empezó como repartidor de cerveza y vendiendo caguamas, pero desde hace algunos años es accionista de la Cervecería Modelo del Sureste.

Tras su salto a la política sus negocios no hicieron más que crecer. Obvio, todos en el giro de la venta de bebidas embriagantes. Para ello, contó con el respaldo de distintos políticos, entre ellos el exgobernador Rutilio Escandón Cadenas.

Así, como podrá usted imaginarse, en el sexenio pasado a Jesús Domínguez no le fue bien, sino de lujo. Se rodeó de la crema y nata de clase gubernamental, y se llevaba de pellizcos de pompis con los altos mandos. De hecho, formó parte del grupo político encabezado por el exsecretario de Gobierno, Ismael Brito Mazariegos, quien le dio protección y la facilidad para realizar todo tipo de negocios bajo el amparo del poder.

Se comenta que en complicidad con el entonces auditor superior del estado y actualmente diputado local, Uriel Estrada Martínez, presionaba a los presidentes municipales para que le dieran contratos de obra pública, moches en efectivo, entre otros beneficios.

También que con la exalcaldesa de Tapachula, Rosa Irene Urbina Castañeda, saqueó las arcas municipales a través de la obra pública, que durante los casi dos trienios pasados fue asignada por adjudicación directa a las empresas constructoras de Domínguez Castellanos y del arquitecto Tomás Rubiera Espadas, esposo de Rosy Urbina.

Fueron cientos de obras pequeñas que se adjudicaron a esas empresas, pero no se concluyeron. Además, hubo contratos grandes, como el de rehabilitación de la plata potabilizadora de Tapachula y la instalación de sistemas de energía eléctrica en decenas de colonias, que tampoco se realizaron o quedaron a medias. De esos cientos de millones de pesos que supuestamente se invirtieron en la mejora de la imagen urbana y de los servicios públicos municipales, Jesús Domínguez tiene mucho que explicar ante la justicia.

Antes de finalizar la administración pasada, la Secretaría de Salud del Estado le otorgó 29 permisos para la apertura de nuevos establecimientos, a pesar de que existe un decreto que mandata desde el 28 de diciembre de 2016 la suspensión definitiva de permisos y licencias para negocios con venta de bebidas alcohólicas.

Por si fuera poco, Rutilio Escandón lo premió con la diputación plurinominal que hoy ostenta.

TRAICIONES

Empero, igual que la fábula del alacrán y el sapo, Jesús Domínguez terminó por traicionar a todos lo que lo ayudaron.

A Rosa Irene Urbina ni siquiera le devuelve las llamadas, a Uriel Estrada le saca la vuelta cada vez que se lo topa en los pasillos del Congreso del Estado, a Ismael Brito (uno de sus mayores benefactores) le negó hasta el saludo y nunca quiso aparecer a su lado durante el tiempo que fueron compañeros en el recinto legislativo y a Rutilio Escandón lo apuñaló en el momento que negó sus nexos con el llamado Grupo Tabasco, del que recibió favores, muchos privilegios, poder y riqueza.

Esta historia no debe ser ignorada por nadie, y menos todavía por los líderes del Congreso. Porque hoy Jesús Domínguez podrá jurar lealtad al proyecto de Eduardo Ramírez y de la presidenta Claudia Sheinbaum, pero no olvidemos que él financió las campañas de Adán Augusto López Hernández a la Presidencia de la República y la de Pepe Cruz a la gubernatura de Chiapas.

Y como la guinda en el pastel, estuvo involucrado en la campaña de desprestigio contra el actual gobernador. Y hasta se comenta en los corrillos políticos que dijo entre amigos, y lo cito: “llegó la hora de sepultar (políticamente) al Jaguar”.

Los diputados Mario Guillén y Luis Avendaño no pueden arriesgar el gran trabajo que han venido realizando en favor de la sociedad desde el Congreso local, donde han logrado los mejores acuerdos para Chiapas. Tampoco su buen nombre.

Desmarcarse de Jesús Domínguez sería el primer paso. El segundo, dejar que la justicia haga su trabajo. Pues como lo hemos visto, este personaje tiene muchas cuentas pendientes.

La Nueva ERA no puede en ningún momento reciclar lo peor del pasado, ya que lo contaminaría. “Un poco de levadura leuda toda la masa”, advierte una sentencia bíblica.

Además, Domínguez Castellanos no debería continuar en el cargo legislativo y, vaya, ni siquiera considerársele político, sino como lo que ha sido siempre: un vendedor de caguamas que hoy jura lealtad para no terminar en la cárcel.

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