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Letras Desnudas

Mario Caballero

Da pena admitirlo, pero México despide cada vez más un tufo a República bananera. Los ojos del mundo nos miran como un país con inestabilidad política, atrasado, empobrecido y corrupto. Triste, ¿no le parece?

Yo creo que sí. Estando orgulloso de mi nacionalidad y mi país, me entristece que pudiendo estar mejor en todos los sentidos, ser una nación competitiva y avanzada, cada vez que se habla de México se empieza por nombrar la violencia, la pobreza, la inseguridad y la corrupción que distingue a buena parte de nuestra clase política.

Y me entristece todavía más porque México es mucho país. Con una población de casi 130 millones de personas, posee una rica historia cultural y gran diversidad, una geografía favorable y abundantes recursos naturales. Además de gente hermosa, honesta y trabajadora. Se encuentra entre las quince economías más grandes del mundo y es la segunda en América Latina. Tiene instituciones macroeconómicas sólidas y está abierto al mercado.

EL TUFO

Pero lo del tufo a República bananera es cierto. Y se lo debemos a nuestros políticos. No a todos, por supuesto. Es un hedor no de ahora, sino que viene de mucho tiempo atrás. Ocasionado por la ridiculez, extravagancia, ignorancia y cinismo de los que nos gobernaron y ahora gobiernan.

El escribidor que tan trabajosamente garrapatea estas líneas no proviene de los tiempos oscuros de la política mexicana, pero estoy seguro que muchos de los que esto leen no me dejarán mentir que el México que hoy conocemos surgió de las más oscuras noches del priismo, de cuando las páginas de los diarios reflejaban las más grotescas solemnidades del poder, de cuando en los espacios públicos se escenificaban delirantes ceremonias en honor al supremo presidente de la República, en las que la demagogia del nacionalismo revolucionario se alzaba como la única verdad, tanto irrebatible como irreprochable.

Me viene a la mente la imagen del perruno defensor del peso, José López Portillo, cuando en su último informe de gobierno, en 1982, lloró en San Lázaro. Dijo que sus lágrimas eran por haberle fallado a los mexicanos.

“No vengo aquí a vender paraísos perdidos, ni a buscar indulgencias históricas (…) decir la verdad, la mía, es mi obligación, pero también mi derecho (…), soy responsable del timón, pero no de la tormenta (…) he expedido en consecuencia dos decretos, uno, se nacionalizan los bancos privados del país (…) a los desposeídos y marginados, a los que hace seis años les pedí perdón”, dijo antes de soltar unas lágrimas de sus ojos.

Y, frente a sus lágrimas, los aplausos y las porras de los priistas y de sus corifeos que laureaban el valor del presidente por decir su verdad, cuando todo el mundo sabía, sobre todo ellos, que la ineptitud, abusos y excesos de JOLOPO provocaron la más profunda y prolongada recesión económica de México de los últimos 50 años.

¿Recuerda la Roqueseñal? Otro tufillo bananero.

En 1996, en medio de uno de los momentos más cuestionados del gobierno de Ernesto Zedillo, con 290 votos a favor los priistas celebraron con júbilo el incremento de la tasa del IVA, que pasó del 10 al 15%. Y Humberto Roque Villanueva, coordinador de la bancada del PRI, con las manos empuñadas y meciendo reiteradamente los brazos hacia la cintura, hizo ademanes que fueron interpretados por la prensa como una procaz señal sexual de triunfo, que fue bautizada como la “Roqueseñal”.

Y ya que andamos en tristes recuerdos, rememoremos el episodio de cuando Irma Serrano, “La Tigresa”, pronunciado un discurso desde la tribuna del Senado, le respondió a Porfirio Muñoz Ledo, quien desde su curul la interrumpía constantemente llamándola mentirosa:

“Bueno, compañero. Ahora tengo dos opciones: terminar mi discurso o bajar a partirle su madre”.

Y así podríamos seguir relatando ridiculeces, bobadas y hechos vergonzosos de nuestra clase política. Pero lo más pertinente es cuestionar lo siguiente:

¿Este tipo de cosas pasan en países democráticos del primer mundo? Es decir, ¿se aplaude con estruendo el engaño y la ineptitud del gobernante? ¿Se festeja el abuso con ademanes intolerables? ¿Se debate a partir del exabrupto y la maledicencia? Tal vez, aunque son la excepción y no la regla.

Al menos este columnista no se ha enterado de que en esos países los seguidores de algún funcionario, gobernante o líder sindical le ofrezcan tanta pleitesía y grandes dádivas. Como sucedió hace varios años con Leonardo Rodríguez Alcaine, viejo líder de la CTM, al que los miembros del Sindicato Único de Trabajadores de Electricistas le regalaron un auto BMW por considerarlo un “padre” para ellos.

O que hayan paseado a un gobernador, con atuendos de rey, corona incluida, por las calles de un pueblo indígena gobernado por un político afín a su partido. Tal como sucedió aquí mismo en Chiapas en administraciones pasadas.

¡QUÉ VERGÜENZA!

Pero, carajo, ni en los peores tiempos del PRI y el PAN, que como vimos fueron pletóricos de rituales que desprendían un pestilente olor a República bananera, la vida pública jamás cayó tan bajo como para que altos funcionarios entonaran un himno a… ¡un aeropuerto! ¡Por Dios santo!

El priismo, desde Calles hasta Peña Nieto, fue malo, lo sabemos. Los dos gobiernos panistas, también. Sin embargo, cantarle alabanzas a un aeropuerto está para tirarse de los pelos, y eso que yo tengo pocos.

Preguntar a quién o a quiénes se les ocurrió semejante idea, es irrelevante. Igual que conocer los nombres del poeta y el músico que estuvieron dispuestos a componerle sonetos para cantarle al Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles (AIFA).

Lo verdaderamente oportuno es clarificar que la intención no fue glorificar los muros, las pistas, las señalizaciones, ni la torre de control, sino el hecho de congraciarse con el oficialismo, o mejor dicho, con el que mandó a construir esta obra que se considera insigne del actual gobierno.

Apelando al tradicional “Sólo en México”, estas conductas nada más pasan en países con alto grado de pobreza moral y fanatismo político, con militantes y seguidores fascinados por el caudillo en turno, dispuestos a utilizar el aparato gubernamental para cantar en coro tamaña barrabasada.

Pedirles a estas personas fanatizadas con el oficialismo, entre ellas muchos servidores públicos con puestos importantes en el Gobierno Federal, más responsabilidad y compromiso con las funciones que les fueron encomendadas, creo que ya no sea posible ni viable. Pues un fanático, igual que un drogadicto o un religioso, siempre irá en pos de su devoción, así tenga que pasar por encima de sí mismo.

ÚLTIMAS PREGUNTAS

¿Sabe que es lo más preocupante? Es que si los simpatizantes del partido oficialista fueron capaces de componer un himno a un aeropuerto, ¿qué más estarán dispuestos a hacer para quedar bien con su amado líder? ¿Amenazar a los opositores? ¿Robar una elección? ¿Qué?

Por lo menos, el sábado pasado, durante el mitin en conmemoración a la Expropiación Petrolera, patearon y quemaron una piñata con la imagen de la ministra Norma Piña, presidenta de la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Y eso nos dice mucho.

@_MarioCaballero

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