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Christopher Pastrana

Tan reprobable es servirse de la desgracia, como no hacer nada por evitarla, teniendo el poder de hacerlo. Es cierto que es ruin hacer política o aprovecharse del sufrimiento, el dolor o la desgracia ajena, pero también es verdad que la indolencia, la incapacidad, la inacción y la negligencia matan. Quizás no de forma directa, pero sí con la misma efectividad. Aquellas son características indeseables en personas con poder de decisión que ocupan posiciones claves para influir en las vidas de cientos de miles o millones de personas, por ejemplo, al definir el rumbo de la atención de una emergencia sanitaria global o al trazar y ejecutar una estrategia nacional de combate al delito.

El recuento de la incidencia delictiva de los últimos 5 años, de acuerdo con información proporcionada por el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP), indica que, con corte al mes de abril de este año, se han cometido 716,106 mil delitos; 2,141,954 en 2022; 2,044,248 en 2021; 1,841,192 en 2020 y; 2,071,178 en 2019. Tomando como base esas cifras oficiales, podríamos afirmar que al día se cometen más de cinco mil delitos del fuero común, es decir, aquellos cuya investigación compete a las entidades federativas y que normalmente son delitos de alto impacto, como el robo, feminicidio, homicidio y secuestro.

Si esas cifras son graves, resultan más alarmantes las que reporta el INEGI en su última Encuesta Nacional de Victimización y Percepción sobre Seguridad Pública, según la cual en 2021 se cometieron 28.1 millones de delitos (casi 26 millones más de los registrados por el SESNSP). De ellos sólo el 10.1% fueron denunciados.

Sólo por citar un ejemplo, el propio Secretariado Ejecutivo señaló que, en 2021 el delito de robo alcanzó su registro más alto en estos últimos cinco años, con un total de 928,502 robos registrados, esto es, casi el 50% del total de delitos en esa anualidad. En lo que va de 2023, ese ilícito representa un 27% de incidencia del universo de los cometidos.

Como van las cosas, no sería muy sorprendente que, cada vez con mayor frecuencia, escuchemos iniciativas como las que en los últimos años se han venido formulando –por fortuna de forma infructuosa- para reformar los artículos 10 de la Constitución Política y 26 de la Ley Federal de Armas de Fuego y Explosivos, para permitir no sólo la posesión de armas de fuego en nuestros domicilios, sino también su portación, es decir, poder llevarla consigo a prácticamente cualquier lado, bajo la falaz “justificación” de la defensa legítima ante las ascendentes condiciones de inseguridad pública que vivimos.

La inseguridad es innegable, pero suponer sin evidencia objetiva que la violencia se resuelve con más violencia, o presumir que el uso de armas es un remedio contra el delito, es una válvula que libera presión de una olla de vapor y lo reconduce a otra más grande. La pequeña olla de vapor es el evento en particular y la olla más grande la sociedad hastiada y en conflicto permanente: unos defendiendo al atacante, otros a la víctima, otros a los dos y otros más criticando la omisión policial o su actuación abusiva.

Las víctimas de robo de hoy no sólo seguirán existiendo, sino que se convertirán también en pérdidas humanas mañana y éstas en estadísticas. La otra verdad que las estadísticas nunca reflejan, es que cada muerte es el arrebato injusto de la vida de una persona con rostro, con nombre, con familia casi siempre ignorados en los avisos noticiosos y oficiales que a diario se dan junto a la de otros miles, como si nuestro paso efímero por este plano fuese intrascendente por esa sola razón. No lo es. Nunca lo es. Es posible que su ausencia transforme el mundo de una o más personas, quizás también destruyéndolas. Esa persona tuvo tras de sí una historia, tenía un presente y debió tener un futuro.

El hartazgo conduce a la desesperación y la desesperanza a aplicar medidas extremas o creer en ellas como remedios mágicos. En tiempos convulsos y de personas extraviadas, siempre habrá quienes conozcan la utilidad de esa combinación y sepan cómo aprovecharla.

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