Cronotopo
Roberto Morales Figueroa
«La corrida es el único arte en que el artista está en peligro de muerte constantemente, y en el que la belleza del espectáculo depende del honor del torero.» (Ernest Hemingway)
En la fiesta de los toros, la política y la vida hay de todo, como en botica.
¿Qué demonios tienen en común? Desde el punto de vista de este tecleador, mucho. Los tres son tan apasionantes como desafiantes. Son ellas un maremágnum de pasiones desbordadas.
La alternativa
Es la ceremonia en la que un novillero o torero primerizo se convierte en matador de toros. Paso obligado para aquellos toreros que busquen alcanzar el grado más alto en su profesión. En esta ceremonia, el aspirante recibe la alternativa del torero más experimentado de su cartel, su padrino. A partir de acá lo que venga en el futuro de este artista es y será producto de sus actuaciones.
Los políticos todos tienen un padrino. En política, es un factor fundamental para iniciar en ella. Muchas veces emularán el actuar del padrino y en otras no, lo que es innegable es el peso de este apoyo. A pesar de que en ocasiones pueda verse o calificarse como algo negativo, no hay cosa más errada que esto, debe verse con total objetividad y entender que es una circunstancia más en un juego de circunstancias.
En la vida, todas las personas necesitan de una oportunidad, esta no se genera de forma espontánea, es dada por otro individuo. Padrino de vida.
Ya que nuestro protagonista ha mutado, y pasada la fiesta de celebración, se dirige al ruedo. Camina solo, armado únicamente con su temple. Alma vida y corazón sobre la arcilla.
En ocasiones reciben al miura a porta gayola, de rodillas frente a los toriles, al fondo de ese pasillo obscuro acecha el compromiso. No sabe bien lo que se viene, puede ser una embestida bárbara, pausada o súbita, lo único que sabe es que listo o no, hay que comenzar.
Los tercios
De capote, banderillas y de muleta.
Estos suponen pasar de una parte de la faena a la siguiente, de un ciclo de la vida personal y político al siguiente.
Los tres tercios van concatenados todos al fin último: la muerte del toro. Vencer a la vida y sus circunstancias, sobreponerse a ella y sus adversidades. Triunfar en la carrera política a pesar de las circunstancias.
El arte
Algunos toreros se refugian cerca de las tablas, donde los subalternos están atentos y prestos al auxilio. Cuando los amigos, la familia y cofradías están atentos a los movimientos, uno tras otro los capotazos van dejando ver qué tanto puede salirse con la suya en soledad. A veces el toro embiste con tal magnitud que no queda más que pedir un auxilio, cercano al callejón, el sujeto se sabe menos expuesto.
Pero hay una especie de toreros que practican su arte en el centro del ruedo. Ahí, desprovistos de cualquier posibilidad de asistencia, pase a pase van enfrentando la adversidad.
“Acoso y derribo”, una faena taurina de campo en la que se hace caer al becerro para conocer su bravura. El político y el sujeto también la viven, y cuando “dan el pecho” se conoce su tamaño, su temple. Deben atarse bien los machos.
Cada toro tiene su lidia. “Cada político tiene su forma de matar pulgas”, decía Porfirio Muñoz Ledo. Cada persona tiene su forma de ser y hacer.
En última instancia, la fiesta de los toros, la política y la vida convergen en un escenario común de desafíos y pasiones. Así como el novillero recibe la alternativa en la plaza, los políticos encuentran respaldo en sus padrinos, y cada persona busca su oportunidad, su padrino se vida.
Los toros, la política y la vida, solo pueden ser vividos de una sola forma: de frente, con valor y muchos arrestos.