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Chilanga en Chiapas

Paulina Vargas

Hace unos días fui a la Ciudad de México a un evento familiar. Fui en avión, en el último vuelo del día. Conforme el vuelo llegaba a su destino y el avión se acercaba a la ciudad, podía ver por la ventana el despliegue de luces que iluminaban la noche. Luces de las calles, de publicidad, de las casas, los edificios y muchas cosas más expandidas por tantos kilómetros alrededor. Llegó un punto en que me sentía en un mar de luces que me hipnotizaba, entre más lo veía fijamente más me perdía en la inmensidad. Fue un espectáculo hermoso ver desde lo alto cómo se ilumina la Ciudad de México. Al contrario del despliegue de pequeñas luces, cuando regresé a Chiapas, también en el vuelo nocturno, lo que veía por la ventana del avión era una negrura espesa, imponente, se siente un vacío lleno, una oscuridad impresionante, se alcanzan a ver algunos reflejos de la luna que acentúan las montañas, pero básicamente es una vista que se siente. Es una sensación avasalladora sentirse en medio de la naturaleza que rodea al aeropuerto de Tuxtla Gutiérrez. Qué pequeña me siento cuando entro en conciencia de saberme parte de esa naturaleza abundante. Y ni qué decir de estos días de lluvia dónde la madre naturaleza ofrece un espectáculo de luz y sonido con rayos y truenos que revientan alrededor del avión. Uno entiende la conexión con lo que nos rodea, la pequeñez de nuestra existencia, pero también lo afortunado de nuestra vida, de poder ser parte de la Madre Naturaleza. La expresión de Dios en la perfección del bosque, la selva, las montañas.

Qué diferente cuando las llegadas a dichos destinos son de día. En este último viaje no fue así, pero también llegar de día por avión tanto a la ciudad de los chilangos como la capital de los chiapanecos es otra visión, en la que parece que la selva es la de concreto y no la verde selva de Chiapas. La selva de asfalto de la Ciudad de México hasta puede llegar a ser más peligrosa que la selva lacandona.

Al final del día disfruto ambas imágenes. La galantería de las luces nocturnas de CDMX y la imponente espesura de la naturaleza chiapaneca de noche. Y la geometría monocromática gris de las casas de CDMX y los juegos azules del cielo chiapaneco fundido con los verdes de las montañas de día. Sin duda que ambas ciudades ofrecen espectáculos visuales diferentes, pero increíbles si se ven con los ojos del asombro.

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