José Falconi
Ciudad de México
A lo largo de “Biografía de una locomotora”, libro publicado por la Editorial Norte/Sur, la visión que del mundo tiene el poeta Jorge Manuel Herrera se va haciendo íntima, esencial; es decir, fundamental y creativa, pero también confusa y dramática, pues el biógrafo de esta locomotora lírica sabe bien que “los poetas son los únicos legisladores del alma”. Los únicos, como los niños, capaces de “llorar en medio de la sordera universal”. Nos dice el poeta:
El origen de la tragedia está a unos pasos de la estación, en los durmientes que vienen y estallan en el interior de la infancia. Las penas viajan a bordo de un tren enmohecido, cargando velices repletos de añorar el vacío.
e duele la luz
por falta de una hora precisa
:el polvo –obeso– hace estragos
en mis dientes al preguntarme
:– D Ó N D E
puedo permanecer fijo
:este imposible ignorar
de peces
divide el paisaje.
Se me figura que el tren que “corre” en este libro se fugó del de Dámaso Alonso, “Hijos de la ira”, concretamente del poema intitulado Mujer con alcuza; donde una anciana viaja interminablemente en un tren muy largo y muy horrible que siempre para en estaciones diferentes. Un patético tren que avanza sin conductor alguno: una buena metáfora de la condición humana:
Cubierto de moscas
con la sonoridad de un cadáver
el habitante del túnel
especula –sin gravedad
: la nostalgia perruna de su olfato
inmerso en el abrazo altruista que da
el día al tiempo
; un viajante no distingue
la ruta del pasado…
Menos al ebrio que orienta sus líneas en medio de la tormenta
preso de la caldera
de la máquina
que corre desbocada.
El poeta Jorge Manuel Herrera, sabe conducir su tren lírico; un tren hecho de tiempo, a veces anclado en el pasado (que ya, inevitablemente, se nos fue); a veces, en el futuro (que en realidad nunca acaba de llegar), y otras veces en el inmóvil tiempo de lo absurdo de la cotidianidad, cuando la vida se asemeja a una broma macabra, cuando un sentimiento de vacío y soledad nos gana, nos madrea por dentro y por fuera y nos envuelve en celofanes afilados:
La paciencia se hace hermana de la memoria
al viajar por el efímero mundo
plantado afuera de los vestidores de damas
silente como la quilla de los trenes ligeros.
La utopía es entonces un posible caminar y caminar
sacudirse el esqueleto de la hierba acumulada
desear que el infinito se derrumbe con la luz de la vieja farola
y esperar el tiempo necesario
para insistir en la marcha
motivado por el derrumbe del cargado tren de la pasión.
Entonces nos sentimos extraviados en un mundo a la vez familiar y remoto, íntimo e indiferente, como si la vida fuese un tren de silencio que, sin embargo, exhala un sonido que se esfuma como la memoria del tiempo de canallas que nos ha tocado vivir.
El canto del poeta no es un canto sin sangre y sin destino: Biografía de una locomotora versa, en poemas en verso y prosa, sobre la escisión primordial que todos los seres humanos padecemos. No hay una hora precisa para que el hombre acalle su silencio y pueble su vacío. No hay un lugar para que permanezca fijo, en verdad dueño de la realidad que lo circunda, porque la realidad, a pesar de a veces parecernos tan familiar, perfectamente inventariada, también siempre nos es, paradójicamente, ajena:
¿Qué pasa de pronto? sólo la Nada y su esqueleto húmedo; la Nada extranjera en el país de siempre
la Nada que avanza orinada de vértigo
siniestra cogedora
y que de nuevo incide en la mirada del vacío donde no estoy conmigo
la Nada que se apodera.
Un maullido oscuro y enclaustrado, como de ángeles caídos y demonios que expresan la furia y el amor que este extraño mundo nos provoca, parece dejar como sedimento, como eco, este intenso poemario: “maravilloso equilibrio entre la armonía y el caos”, como bien definió a la poesía el poeta argentino Raúl González Tuñón.