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Buscan madres a sus hijos migrantes

Jeny Pascacio/Diario de Chiapas

Anita Zelaya, es madre de un migrante que desapareció en Frontera Hidalgo, Chiapas. Su hijo, Rafael Alberto Rolin Zelaya de 23 años, salió de El Salvador el 2 mayo de 2013 y entró a México por el río Suchiate.

La última vez que Anita habló con su hijo fue el 19 de mayo del mismo año: le dijo que estaba en una casa con el ‘coyote’ que lo llevaría hasta la frontera con Estados Unidos. “Y no supe más”.

La desesperación de Anita la llevó a tocar puertas y fundar el Comité de Familiares Migrantes Desaparecidos (Cofamide) en El Salvador. Además, cada año participa en la Caravana de Madres de Migrantes Desaparecidos que recorre las entidades que forman parte de la ruta migratoria en México.

“A los representantes del gobierno mexicano le decimos que esperamos exista un compromiso, una acción en la búsqueda de nuestros familiares porque las madres seguimos en la lucha, somos resistentes y nos verán de nuevo”, advierte Anita Zelaya en entrevista vía telefónica.

La mayoría de los hallazgos son de migrantes sin vida, agrega. En 2019, el Equipo de Antropólogos Forenses Argentinos tomó muestras de ADN a 950 familias salvadoreñas para compararlas con cadáveres encontrados en México, principalmente en la frontera norte. 

Lamenta que la complicidad entre el gobierno de México con el crimen organizado y los cárteles estén propiciando más violaciones a los derechos humanos de personas migrantes y desapariciones, “porque hasta ahora nadie ha hecho justicia por un migrante”.

Los representantes de la Embajada de Honduras y del Consulado de Guatemala, señalan que, tras los acuerdos migratorios con los países del Triángulo del Norte, las autoridades mexicanas solicitaron no hablar sobre el tema de desaparecidos.

Mientras, la pandemia del COVID-19 detuvo algunas actividades presenciales de la caravana que organiza el Movimiento Migrante Mesoamericano, aunque el trabajo de búsqueda continúa de manera virtual.

En la actualidad, el número de personas migrantes desaparecidas en México permanece en la omisión de las autoridades, incluso de los países con presencia de migrantes, insisten las madres que buscan a sus hijos.

#TeBuscamos

Aarón Eleazar Carrasco Trucios, Honduras. “Él me dijo que era peligroso y que tenía miedo de estar ahí, en Nuevo Laredo Tamaulipas. La última vez que supimos de él fue el 23 de abril de 2012, un mes después que salió de casa”, recuerda con tristeza su madre, Ana Cecilia Turcios.

La extrema pobreza en la que vivía lo hizo migrar cuando tenía 23 años de edad. “Me voy al norte mami, para ayudarte”, fueron las palabras de Aarón dijo antes de partir.

José Gregorio Medina Alonso, Honduras. María Félix Alonso, de 70 años, usa vendas elásticas en los pies para aguantar las largas jornadas para buscar a su hijo José Gregorio Medina Alonso que salió de Pespire es un municipio del Departamento de Choluteca en 1998.

Entonces doña María no tenía teléfono y el mensaje que su hijo dejó en una caseta telefónica de Tegucigalpa se lo dieron un año después. Nunca más volvieron a hablar. “Ya me siento sin fuerzas, pero tengo la esperanza de que alguien me diga, ¡yo lo conozco!”.

Alicia Méndez Pérez, Guatemala. En el 2002, Alicia Méndez huyó de Huehuetenango, Guatemala, y se instaló en Motozintla, Chiapas, donde desapareció dos años después. Era violentada por su pareja, por lo que decidió llevarse a sus tres hijos más pequeños. El día que desapareció iba acompañada de dos menores de edad (hija y nieto). El niño apareció días después, pero ellas no. “El niño tenía cuatro años entonces, y lo que dijo es que a su abuela la habían destazado como lo hacen con las vacas”, relata su hija mayor, Lidia Marilú López Méndez.

Denunció ante las autoridades mexicanas en esta entidad y derechos humanos, pero asegura que no logró nada.

Eddy Jhonatan Patzán Guerra, Guatemala. El 22 de enero de 2018, Eddy Jhonatan Patzán Guerra, se fue de Guatemala para buscar el sueño americano. Llamó por celular a sus padres antes de cruzar el río Bravo y prometió comunicarse cuando pisara Estados Unidos, pero el teléfono ya no sonó.

“Tengo un mapa de por dónde pasó mi hijo y cada vez que llegó a un lugar, recuerdo que él estuvo ahí. Es una tortura, pasan los días y los años y no sabemos nada, preferiría que me llamara y me dijera que está en la cárcel”, cuenta Toribio Patzán.

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