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Marco Alvarado/ Diario de Chiapas

“Allá, en el pueblo, no podríamos platicar porque tú eres hombre”, dice Sebastiana Sántiz Hernández, luego de contar cómo se gana la vida para mantener a cinco hijos.

El peso del machismo está marcado en las experiencias de mujeres como ella, que prefieren reservarse un saludo, incluso la mirada, para no tener problemas. Aunque nadie de su comunidad la observa, el hecho de haber aceptado la entrevista la pone nerviosa.

Si estuviéramos en San Juan Chamula, de donde es originaria, menciona que sería imposible hablar porque sus vecinos dirían cosas de ella “inventando chismes”, y eso podría acarrearle muchos problemas.

Sebastiana es una mujer viuda desde hace ocho años, y desde entonces mantiene a sus hijos con el dinero que gana confeccionando ropa de lana, con bordados que demandan hasta mes y medio de trabajo, y si puede hacer otras artesanías también las realiza.

Y aunque es una actividad que le gusta, sueña con que sus hijos tengan educación y puedan estudiar una carrera profesional, para que no dependan de las artesanías, una actividad que considera poco reconocida.

“Muchas personas no valoran nuestro trabajo, el tiempo que nos lleva hacer las piezas, y nos piden el precio más bajo”.

Me muestra los bordados que elabora, los materiales que trabaja y el tiempo que esto le lleva. Una “margarita” que realizó con lana, por ejemplo, tiene un costo de mil 500 pesos, pero es difícil que la paguen, asegura.

Como ella, muchas son las mujeres de este pueblo y de las comunidades aledañas que mantienen sus hogares, o contribuyen con ello, a partir del trabajo artesanal, ya sea en tela o mediante la elaboración de piezas de barro y madera.

Pese a ello, Sebastiana cuenta que su actividad se valora poco, incluso por los hombres de Chamula, que “se sienten con derecho” si solo ellos trabajan o aportan algo para la comida.

Ser mujer en Chamula no es fácil, como tampoco lo es para otras mujeres de las zonas indígenas que, en muchos casos, son relegadas a actividades secundarias, principalmente en sus hogares.

Con todo y el contexto que enfrenta, Sebastiana sueña con romper esta tradición de estar sujeta, sin posibilidad de ganar su dinero y hacer con él lo que mejor considere, como en este caso, que lo emplea para alimentar a sus hijos, comprar los útiles escolares y llevar su hogar lo mejor posible.

Situación que le gustaría cambiar no solo para ella, sino para el resto de mujeres indígenas, muchas de las cuales apenas y comprenden el valor de las actividades que realizan, no tienen muchos grados de estudio, o no fueron a la escuela, y entonces deben emparentarse con un hombre y lanzar una moneda al aire.

Por eso es que cuenta, algunos confunden estas uniones con el derecho de hacer lo que les venga en gana, por ejemplo, prohibiendo que hable con otro hombre, como en este caso.

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