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Roy Gómez

Algo viene…

Como se ha anunciado, este Domingo Quinto de Cuaresma es el último. El próximo, el Domingo de Ramos, es ya el inicio de la Semana Santa… Días duros y emocionantes que terminan gozosamente con la Resurrección de Jesús, anuncio de la nuestra propia. Y por eso esperamos la Resurrección. La escena de Betania que el Evangelio nos ha descrito hoy tiene, pues, especiales resonancias de futuro.

Y, en realidad, Jesús de Nazaret había resucitado a más personas en su vida pública. Y son, obviamente, impresionantes y muy emotivos los relatos de la resurrección de la hija de Jairo o del hijo de la viuda. Pero la vuelta a la vida de su amigo Lázaro se iba a producir en el momento más difícil de la posición de Jesús ante las autoridades judías. Él mismo evita ir a Jerusalén en esos días. Es obvio, asimismo, que las otras resurrecciones produjeron un enorme impacto. Sin duda. Pero ahora las cosas transcurrían de otra manera. Y así, y no nos engañemos, la resurrección de Lázaro va a ser como un pórtico a la propia muerte de Jesús. Pero, además, la familia de Betania, los amigos de Jesús en Betania, debían ser gente muy principal y muy conocida en Jerusalén. Por tanto, el impacto tuvo que ser fortísimo. Muchos que conocían a Lázaro acudieron los días posteriores a su vuelta a la vida para verle y hablar con él. Y hasta curiosear, con un cierto morbo, en torno al sepulcro, escenario del prodigio.

Estas serían, pues, las cuestiones sociales y políticas que habían suscitado el hecho extraordinario de la resurrección de Lázaro. Pero junto a ello está lo que, a mi juicio, es más importante. Y que incide en el nivel de amistad que Jesús tenía con los tres hermanos de Betania. De todos es sabido, la relación profunda e importante que mantenían los cuatro personajes y que se refleja en varios episodios evangélicos. El de Marta y María, el de la acción y la contemplación –“Dile a María que me ayude con las cosas de la casa…”—es otra de las cumbres de las enseñanzas evangélicas. Por eso Jesús va a llorar cuando ya cerca del sepulcro de Lázaro Marta le dice que por qué no ha llegado antes.

El misterio profundo de la realidad de Jesús puede estar ahí. ¿Si Él sabía que iba a morir, por qué no acudió antes? ¿Y si sabía, también, que Lázaro iba también a fallecer por causa de la enfermedad por qué se queda dos días más en Galilea? ¿O es que todos sus actos tenían que estar al servicio de su misión sin tener en cuenta sus propios sentimientos? No lo sabemos. O, mejor, si lo sabemos, no podemos comprenderlo. Esos aspectos desconocidos y fronterizos de la personalidad de Jesús, donde sabiendo él mismo que es Dios se comporta como un hombre muy obediente, sujeto a las exigencias de una misión, serán siempre un misterio para nosotros y que, tal vez, ninguno podamos comprender con exactitud en esta vida. Pero, por otro lado, ya para evitar los excesos de nuestra imaginación, es bueno centrarnos en el relato del evangelista Juan y sacar enseñanza de toda la riqueza que se nos ofrece en el texto que acabamos de escuchar.

Está claro que ya Jesús expresa que la enfermedad de Lázaro no acabará con la muerte y que será causa para admirar la gloria de Dios. ¿Verdad que todavía nosotros seguimos confusos? Los apóstoles, a su vez, le recuerdan lo peligroso de volver a Judea. La mención del apedreamiento es sinónimo de muerte, porque esa forma de ejecución a pedradas era –digamos—más habitual que la de la cruz. Tomás será un poco el profeta del grupo y dirá eso de “muramos con él”. Y hay que decir que, más pronto o más tarde, todos los apóstoles, salvo San Juan, acompañaron a Jesús por la senda del martirio. Luego está el relato preciso de la llegada a Betania. Del encuentro con Marta antes de entrar en la aldea, con la declaración clara de la mujer de que Jesús es el Mesías. Después, la llamada de Marta a María y el cortejo que se forma para acudir al sepulcro…

“Señor, si hubieras estado aquí…” esa frase dicha por María la hemos repetido nosotros muchas veces. Le hemos preguntando directamente a Dios por sus supuestas ausencias cuando le hemos necesitado, porque muchas veces nos hemos sentido completamente solos ante la aflicción, ante la muerte de un ser querido, echando de menos una presencia divina que, de acuerdo con nuestra idea, habría servido para evitar toda desgracia. Pero, como decíamos antes, la relación del ser humano con Dios está llena de misterios. Es posible que una de las mejores frases de la sabiduría popular sea aquella que nos dice que “Dios escribe derecho con renglones torcidos”. Nunca podemos apercibirnos de los planes de Dios, porque todo lo nuestro es fruto de la inmediatez, de la necesidad próxima e imperiosa. Pero nuestros caminos no son los de Dios. “Señor, si hubieras estado aquí… Pero Él siempre está. Otra cosa es que seamos capaces de verle.

Muchas veces uno tiene la impresión que el mejor texto de homilía es el que no existe. Y esto nos ocurre, sobre todo, con los últimos aspectos del evangelio de hoy, desde el momento cuando Jesús dice: “¿Dónde le han enterrado?” Los comentarios no parecen posibles. La fuerza del relato es tanta que sería mejor que todos nos calláramos. De ahí, sin duda, la importancia que tiene para todo fiel la relectura de los textos de la Misa de cada domingo. Y, probablemente, tanto antes, como después, aunque permanecer toda una semana –hasta el domingo siguiente—deglutiendo ese contenido nos puede hacer mucho bien.

Jesús llora. La humanidad de Cristo nos llega muy especialmente. Es posible que, sin quererlo, tengamos “excesivamente” divinizado al Señor olvidando que, además de Dios, es uno de nosotros, es un hombre, uno de nuestra raza humana, que llora, ríe, come, suda se cansa e, incluso, como nosotros, tuvo sus temores y sus dudas. Por eso, probablemente, en este episodio de San Juan da gracias a Dios. Sabe que le ha escuchado. La losa ya está abierta. Él ya nota la percepción de que la vida vive al fondo del sepulcro. Sabe de la presencia de Dios y sabe de su fuerza. El grito fuerte Cristo sería para despertar a Lázaro del sueño, porque resucitado ya debería haber resucitado al haber movido la losa.

Hemos de confiar en Dios y pedirle hasta la extenuación lo que deseamos. Hemos de rezar mucho e insistentemente. Y no tanto porque el Señor se haga rogar. Él tomará sus medidas cuando sea conveniente y utilizará sus renglones torcidos para escribir derecho, cosa que nosotros no entendemos. Nuestra insistencia en el rezo es por nosotros mismos. Nos sirve para convencernos de que nos creemos lo que pedimos. Desearlo no es suficiente, Hemos de creer que Dios nos va a socorrer y nos marcará el camino que más conviene.

Estamos, como decía, a una semana de la Semana Santa. En ella, Jesús de Nazaret va a ser puesto a prueba y hasta un extremo enorme, tremendo, inhumano. Nosotros debemos de acompañarle y llevar con junto con Él nuestros dolores o nuestras dudas.

Tengo la impresión de que cada uno no terminará de convertirse hasta que no haga suya –en la medida de sus fuerzas—la Pasión de Cristo. Y si eso fuera mucho, por lo menos sumergirse, con la mayor honradez posible, en los textos bíblicos de estos días que se acercan, en la misma liturgia que nos propone la Iglesia, para así vivir todos dichas jornadas en la sintonía de algo muy grande. La meta de ese camino será hacer nuestra esa Pasión salvadora que nos hizo libres a todos, porque –sin duda—en la noche santa que resucitó el Señor Jesús todos resucitamos con Él…Que así sea…Luz.

royducky@gmail.com

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