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Razones

El caso García Luna

Jorge Fernández Menéndez

Son innumerables las conjeturas que se han realizado en torno al caso García Luna, sobre todo desde que ayer se conociera que su defensa presentó una solicitud para comenzar una negociación con la fiscalía. Más allá de lo que se puede intuir o conjeturar, creo que hay que comenzar por las certidumbres.

El presidente López Obrador dijo que al momento de la detención no tenían conocimiento del caso. Le creo. El gobierno federal ha actuado con incertidumbre y depende de la información que llega de Estados Unidos y no parecen tener mucha más que la tenemos los medios.

Entonces es un caso armado y ejecutado por el departamento de Justicia de los Estados Unidos. Aparentemente no han intervenido las agencias con las que García Luna trabajaba, como la DEA, la CIA o el FBI. El punto es central porque el ex secretario de seguridad pública fue formado por esas agencias de seguridad: tuvo cursos y formación con la CIA, la DEA, el FBI, mantuvo estrechas relaciones con el comando norte y el sur de la Defensa estadounidense, con el Mossad y con los organismos de inteligencia de Japón, donde vivió, durante los meses que estuvo en ese país, en la casa del jefe del mismo.

Durante sus años de servicio, primero en el CISEN, durante el gobierno de Zedillo, luego en la AFI, durante el de Fox y más tarde en la secretaría de seguridad pública con Calderón, esas relaciones se estrecharon aún mucho más. García Luna llegó a tener la autorización de seguridad para acceder a información de Estados Unidos, más alta que cualquier otro mexicano, junto con un alto mando de la Marina. Para nadie era un secreto.

Durante tres sexenios tuvo acceso a una enorme cantidad de información de seguridad y de la vida política del país. Instrumentos como Plataforma México eran poderosísimos en ese sentido. La consecuencia es que el principal interlocutor con Estados Unidos durante el gobierno de Calderón, pero también durante el último tramo del de Fox, fue el propio García Luna.

Cuando acabó el sexenio, estableció una agencia de seguridad en Miami. Sus socios eran un ex jefe antiterrorismo de Estados Unidos, responsable del operativo que acabó con la vida de Osama Bin Laden, y un reconocido ex jefe de seguridad de Colombia. Esa empresa trabajó para la DEA, para la OEA, para Harvard y para innumerables empresas muy importantes de EU y México, además de gobiernos centroamericanos. García Luna obtuvo autorización de la seguridad estadounidense para adquirir los derechos de sistemas muy sofisticados que instaló en México. Con esa infraestructura siguió trabajando para empresas particulares, para agencias de gobierno e incluso para dependencias (esos son los contratos que la UIF califica como transferencias).

No es creíble que la detención se haya derivado de la declaración del Rey Zambada. Estamos ante una operación de otras características. A partir de que se presenta la solicitud de negociación por parte de la defensa (por cierto, el despacho que defiende al ex secretario de seguridad, Quinn Emanuel Urquhart & Sullivan, es donde trabajaba el actual embajador, Christopher Landau) se abre otra perspectiva. Para negociar con las autoridades estadounidenses García Luna tiene, efectivamente, que declararse culpable de por lo menos uno de los cuatro delitos de los que se le acusa. Tres son gravísimos: narcotráfico y conspiración con narcotraficantes, el cuarto es haber mentido cuando hizo su solicitud de naturalización, respecto a la pregunta de si había tenido tratos o relación con personajes del crimen organziado, un delito menor.

No es descabellado pensar que pueda asumir esa cuarta responsabilidad, explicable, además, por los cargos que tuvo, y a partir de un acuerdo colaborar con las autoridades estadounidenses para no ir a juicio, un proceso que tampoco querrán las agencias de ese país. Hay demasiados secretos en juego. El depositario de esa información, en este caso el gobierno estadounidense, tendría un instrumento formidable para hacer presión sobre México, prácticamente en todos los ámbitos.

El presidente López Obrador dijo ayer, y tiene razón, que el caso García Luna es tan importante como el caso Odebrecht. El caso Odebrecht, llevó a la cárcel a Lula da Silva y a su rival, Michel Temer, antes provocó la renuncia de Dilma Rousseff y terminó con más de la mitad del congreso procesado, y una crisis generalizada en el país, que llevó a la presidencia a un personaje de extrema derecha, Jair Bolssonaro. Provocó caídas de presidentes, el suicidio de Alan García, escándalos de todo tipo. Y fue manejado desde Washington, desde el momento en que Marcelo Odebrecht se declaró culpable y negoció un acuerdo con las autoridades de ese país. En Palacio Nacional deberían estar muy preocupados.

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