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Fanfarrón y borracho

Letras Desnudas

Mario Caballero

 

Fanfarrón y borracho

Miro la foto y en lo primero que pienso es ‘Juan Sabines Guerrero sigue siendo el mismo político fanfarrón, parrandero y borracho de siempre’. Es de los muchos funcionarios del actual gobierno federal al que el tamiz de la Cuarta Transformación no le hizo ningún efecto. Al que los postulados de “no robar, no mentir y no traicionar” le valen una pura y dos con sal. No entiende, o no quiere entender, que su jefe, el presidente Andrés Manuel López Obrador, pugna todos los días por cambiar la imagen de la clase gobernante, exigiendo de todos los servidores públicos que sean honestos, leales al pueblo, modestos en su modo de vivir y responsables con los encargos públicos, pero él, fiel a su costumbre, sigue llevando la misma vida llena de privilegios, de derroche, licenciosa y de ebrio consuetudinario, que se la pasa de cantina en cantina. Sí, a pesar de estar ostentando la investidura de cónsul en Orlando, Florida.

La foto es, en sí misma, escandalosa. No lo sería si él no fungiera como funcionario diplomático en el extranjero. Sin embargo, recibió la encomienda del propio presidente de la República de velar por los intereses de nuestros compatriotas en Estados Unidos, de proteger sus derechos, brindarles seguridad, asistirlos en la expedición de documentación certificada y, entre otras cosas, darles asesoría legal en caso de necesitarla. Es decir, tiene en sus manos una responsabilidad demasiado grande como para andar de farra y de bohemio, como él mismo se describe.

Un cónsul mexicano, se supone, no debería ser solamente un diplomático que represente y proteja los intereses económicos, administrativos y legales de los ciudadanos en una ciudad del extranjero, sino también un digno representante del Estado mexicano, ejemplo de mérito y autoridad moral. Pero la sola foto del cónsul Sabines dice todo lo contrario. Para empezar, da muestra de una tremenda irresponsabilidad.

Porque ¿qué le da pensar una foto en la que el cónsul está por entrar a uno de los bares más conocidos y concurridos de la ciudad de Orlando, de donde se sabe salió perdido de borracho?

En la escandalosa imagen se ve a Juan Sabines Guerrero posando para la cámara afuera del restaurant de cocina mexicana ‘Don Julio’ después del acto de inauguración de la Ventanilla de Atención Integral a Pueblos Originarios, de la Secretaría de Relaciones Exteriores. Tiene el cabello completamente blanco, la panza hinchada y las ojeras como las de alguien que no ha dormido en varios días. Muy difícil que no haya podido dormir por mucho trabajar, ya que el consulado de Orlando es de los que menos ha laborado desde antes de que empezara la pandemia.

¿Dónde está el escándalo? Se preguntará usted.

Primero, ¿qué hace el cónsul entrando a un restaurant que es famoso no por la comida que ofrece a su clientela, sino por las borracheras que surte a punta de tequila?

Segundo, ¿por qué no mejor elegir un lugar donde se pueda pasar un rato agradable donde las bebidas alcohólicas sean la excepción y no la norma? A todo esto, ¿por qué acudir a un lugar concurrido cuando la recomendación de las autoridades sanitarias es evitar las aglomeraciones, los espacios cerrados y guardar la sana distancia? Sobre todo, ahora que la variante Delta del coronavirus ha provocado un altísimo repunte de contagios entre la población estadunidense.

Tercero, porque el principal invitado de Sabines Guerrero fue nada más y nada menos que el embajador de México en Estados Unidos, Esteban Moctezuma Barragán, quien acudió a dicho evento de inauguración y que aparece a su lado en la fotografía. Sin duda, la imagen pública del extitular de la SEP resultó afectada.

UNA VIDA REPOSADA EN ALCOHOL

La vida de Juan Sabines se resume en dos periodos. El primero, su etapa como servidor público mediocre, en la que ocupó un cargo de bajo rango y mal pagado, que no le daba ni para mantener a su esposa y a sus tres hijos. El segundo, como el político que alcanzó la gubernatura de Chiapas mediante una carrera meteórica, famoso más por sus amoríos y borracheras que por sus acciones como mandatario. Pero en ambos ciclos el ingrediente principal fue su terrible y reprobable adicción al alcohol.

Durante la primera etapa, siendo empleado de tercera categoría en la Delegación Cuauhtémoc, en la Ciudad de México, acostumbraba acudir a las clásicas cantinas, las de puertas batientes y hedor a orines, sudor y humo de cigarro. El que siempre lo acompañaba era Tomás Sánchez Sánchez, quien en ese entonces era su guarura y chofer, y a quien en su sexenio nombró sin ningún otro mérito que el haber sido su acompañante de juerga como titular de la Secretaría de la Función Pública en el estado.

Otro de sus acostumbrados camaradas de borrachera era Nemesio Ponce Sánchez, el famoso camillero que se ostentó como subsecretario de Gobierno en la administración sabinista y que enfurecía si no lo llamaban doctor, cuyo título de médico obtuvo en 2015, tres años después de haber concluido ese sexenio.

Como a Sabines no le alcanzaba más que para pagar una botella de tequila José Cuervo Tradicional, argumentaba que esa era la bebida que Pedro Infante promocionaba en sus películas, y por eso era su preferida. Cuando, a la verdad, lo decía para disimular su miseria.

Muchas son las anécdotas de cómo Tomás Sánchez lo sacaba arrastrando de los tugurios, como la cantina Cascadas de Agua Azul, en la colonia Roma, uno de sus principales refugios en la década de los ochenta y principios de los noventa.

Aunque sus peores anécdotas vienen de cuando cumpliendo su función de empleado de su entonces jefe y protector, Juan Díaz González, subdelegado administrativo de la Delegación Cuauhtémoc, Sabines Guerrero tenía acceso a los finos congales de la Zona Rosa, como el Men´s Club y el Solid Gold, que estuvieron de moda en aquella época, donde Sabines Guerrero, aparte de beber las bebidas más finas, se metía en los privados con las chicas que atendían a los clientes completamente desnudas. Es decir, se emborrachaba de gorra, “charoleando” con licencia de funcionario público, como lo hace cualquier delincuente del crimen organizado que hace valer su derecho de piso.

Su segundo periodo de vida, ya como gobernador del estado, podría sintetizarse con las muchas veces en que Nemesio Ponce, con su maletín de médico en mano, se metía al baño con el hoy cónsul, que estaba hecho una piltrafa por tanto alcohol o por tanto inhalar sustancias psicotrópicas. No importaba si ese baño era de un restaurant, de una cantina o de una oficina pública, y sólo Dios sabe qué pasaba ahí, pero el caso es que en unos cuantos minutos los dos salían más frescos que una lechuga.

 

UN PELIGRO LATENTE

Historias como las anteriores hay muchas, en las que Juan Sabines Guerrero es el gran protagonista, pero contarlas sería un insulto para usted, lectora, lector querido. El caso es que el presidente López Obrador y el canciller Marcelo Ebrard deberían entender que el cónsul de Orlando es un peligro para la representación del gobierno mexicano. No por nada hay serias advertencias sobre confiar en los fanfarrones y borrachos.

Ayer la imagen pública del embajador Esteban Moctezuma fue gravemente afectada, así como la del propio consulado. Mañana podría ser algo mucho, mucho peor.

 

@_MarioCaballero

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