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Roy Gómez

 

Humildad en el poder…

Durante la lenta evolución animal, el homo sapiens aprendió que sobrevivían los más fuertes. Esto despertó en él un natural y necesario instinto de conservación, que lo llevó a aplastar a los demás seres vivos para sobrevivir. El miedo a ser eliminado por los demás dominaba las relaciones entre los seres vivos; el otro ser vivo era, necesariamente, un adversario. Los grupos entre las especies similares se fueron formando como una forma de defensa y/o de ataque para sobrevivir. Se suelen ver algunos grupos de aves, gacelas, venados, fieras, algunos peces, conejos, etc. Algunas especies sobrevivían mejor en solitario. El ser humano también fue formando grupos para defenderse de las fieras, para cazar y luego para cultivar, así como para protegerse de la fiera más violenta y depredadora conocida sobre la tierra: sus mismos congéneres.

Una vez aparecida la conciencia humana, el miedo, como móvil que impulsaba las relaciones interpersonales, debía desplazarse para darle cabida al amor, que hace ver a los demás seres humanos como hermanos. Pero aún la humanidad no ha alcanzado tal madurez. La evolución no ha terminado. En todos habita un deseo natural de sobresalir sobre los demás, de ser reconocidos como importantes según el medio en el que se vive: en la política, en el deporte, en la religión, en las ciencias, en el arte, en la farándula, en todo. En todos hay por lo menos un pequeño deseo de poder, o un tirano en potencia. Ya lo decía Cervantes en boca del Quijote: “a todos nos gusta mandar, aunque no sea más que sobre un hato de ovejas”. “Es mejor ser cabeza de ratón que cola de león”, dice el antiguo adagio español.

Las culturas lo han llamado de distintas formas: El zar ruso, el káiser alemán, el cacique indígena, el emperador romano, el faraón egipcio, el príncipe medieval. El césar, el jefe, el comandante, el patrón, el mandamás, el duro, el soberano, el absoluto, en fin… hasta la Iglesia lo tiene: el Sumo Pontífice, que, según el cuestionado dogma de la infalibilidad papal, cuando habla ex cátedra ningún creyente puede dudar de la veracidad de sus afirmaciones.

En algunas personas, por las circunstancias en las que crecen, ese natural instinto se va haciendo más fuerte hasta convertirse en una decisión desesperada por satisfacer sus impulsos de poder, cueste lo que cueste. Estas personas son capaces de matar a su propio hermano y vender a su propia madre para lograr ese propósito y una vez lo logran, quieren más y más porque su sed es insaciable. Ser el jefe y mandar sobre los otros se convierte en una necesidad imprescindible para aceptarse como seres humanos. Esto, según Drewermann, no tiene otra explicación que un extraordinario complejo de inferioridad, porque “si tiene una verdadera necesidad de desempeñar el papel de jefe es porque tiene que dar razón del absurdo de su existencia”, pues como dijo Sartre: “detentar el poder, gozar de prestigio ante los demás y ser considerado por ellos, no tiene otra razón de ser que colmar la sima de su propia insignificancia”.

Jesús, sin ser psicoanalista ni existencialista como los dos autores citados, sí conoció lo profundo del corazón humano y descubrió la dureza del hombre cuando se emborracha con el poder. Él mismo sufrió el drama de vivir en una colonia del despótico y criminal imperio romano. Fue testigo de la manera como sus paisanos de la clase dirigente judía, vendían la herencia de Dios a los extranjeros por un plato de lentejas (o sea, por conservar sus privilegios garantizado por el pedacito de poder). Experimentó en carne propia lo que significaban los impuestos impagables, el desplazamiento, la persecución, la pobreza, la miseria, la desintegración humana que generaba ese orden legalmente establecido.

Por supuesto que estaba inconforme con ese orden. Ningún ser humano auténtico puede comulgar con la injusticia y el maltrato a la dignidad de las personas. Pero su propuesta no fue tomarse el poder a la fuerza, como lo esperaban sus discípulos, entre ellos Santiago y Juan, quienes se adelantaron a pedir un buen pedazo en la repartición del pastel. Ya se soñaban como los ministros más importantes del nuevo rey de Israel: uno a la derecha y otro a la izquierda. Los demás se disgustaron, no porque descubrieran la incompatibilidad de la petición con el proyecto de Jesús, sino porque ellos esperaban lo mismo: todos estaban tras el puesto de honor al lado del nuevo monarca.

“No saben lo que piden” dijo Jesús. Una expresión parecida a la que utiliza Marcos en el texto de la transfiguración, cuando Pedro le propuso a Jesús hacer tres tiendas (para no bajar a la llanura sino quedarse en el monte por temor a enfrentar el poder): “En realidad no sabía lo que decía, porque estaban llenos de temor”. Parecida también a una de las frases de Jesús en la cruz: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”.

En realidad, estos dos discípulos, así como los demás, no sabían lo que pedían. Con mucha frecuencia también nosotros en nuestras oraciones, no sabemos lo que pedimos. “No sabían que lo que pedían” era contrario a lo que proclamaba Jesús. No habían entendido su mensaje y su proyecto. Todo lo que habían visto y oído a lo largo su formación con el Maestro, les había pasado por encima, como les pasa el agua a las piedras de los ríos: las moja sólo por fuera, pero por dentro permanecen secas. No sabían que la propuesta de Jesús estaba lejos del proyecto de los grandes de este mundo, famosos por sus conquistas, sus colonias, su poder. No sabían que en el fondo eso no es otra cosa que psicopatologías camufladas en lo que la historia ha llamado “grandes personalidades”.

Jesús anunciaba el reino y ellos, con un modelo preconcebido de los reinos monárquicos y totalitarios de la época, no permitían ninguna variación, sino que se soñaban haciendo parte de un nuevo grupo de privilegiados. Según el falso sueño de los discípulos, en el reinado de Dios instaurado por Jesús se mantendría el mismo esquema de dominio, configurado sobre la misma relación socioeconómica: amos-siervos, ricos – empobrecidos, dominadores – dominados. ¡Claro, si los privilegiados somos nosotros, que venga ese reino rápido!

Primero había que volver a aclarar algo: Ya Él les había dicho que iban a tener problemas y que debían contar con la posibilidad de una muerte violenta, pero no le pusieron mucho cuidado por estar soñando con ese idílico reino. Así que una vez más debía corregir la visión triunfalista, nacionalista y militarista de sus discípulos y recordarles el inminente peligro que corrían: “¿Son capaces de pasar el trago amargo que yo debo pasar y sumergirse en las aguas que yo me he de sumergir?”, les dijo. Porque todos esperaban el triunfo del caudillo y beber gratis la copa de la victoria por ser sus amigos. Pero cuando se trataba de trabajar duro, es más, cuando se trataba de beber el trago amargo y sumergirse en las aguas del dolor, lo pensaban dos veces. Sin embargo, estos jóvenes, a los memos en ese momento de efervescencia y calor, estuvieron dispuestos a jugársela toda para lograr la victoria y el puesto de honor. Pero no se trataba de tener méritos para lograr los primeros puestos. Ese detalle no le competía a Jesús; eso no estaba en el “presupuesto”.

El Reino propuesto por Jesús y los reinos de la época sólo se parecían en el nombre, mas no en las categorías. El que quisiera participar del reino propuesto por Jesús debía prescindir de cualquier deseo de dominación. Él hablaba de cambiar no tanto los personajes que dominaban, sino las estructuras internas que mueven al ser humano a dominar a los demás. Sus discípulos pensaban que cambiando el dominador vendrían ventajas tanto para ellos como para todo el pueblo.

“No sabían lo que pedían”. No sabían que por bueno que fuera quien dominara, por muy Hijo de Dios, por muy sabio y muy santo, nada iba a cambiar si se seguía con los mismos esquemas de dominadores – dominados, amos – esclavos.

La propuesta de Jesús no fue cambiar de personaje dominador, sino cambiar primero, el corazón humano y a partir de ahí las estructuras de poder. A cambio de una persona ávida de poder, un líder capaz de servir. A cambio de un monarca absoluto, un líder creativo e impulsador de procesos de libertad.

La novedad del reinado propuesto por Jesús, es el servicio y la entrega a los dominados y esclavizados por los poderes temporales de este mundo. Si como Iglesia seguimos manteniendo las categorías de poder y dominio que maneja este mundo, en el que los reconocidos como jefes tratan despóticamente a sus súbditos y los grandes les hacen ver su autoridad, no tendremos nada que ver con Jesús y nuestras Iglesias no tendrán credibilidad. Sepámoslo de una vez por todas: Si queremos hacer parte del reinado instaurado por Jesús, no nos queda otra alternativa que renunciar a todas las estructuras de poder y ponernos de manera especial al servicio de aquellos marginados y excluidos. Como lo hizo Jesús quien no vino a ser servido sino a servir y a entregar su vida en rescate por muchos.

Bendice a quienes lideran nuestras Iglesias y comunidades cristianas, para que la ambición de poder sea suplantada por servicio amoroso a los demás. Ilumina a quienes lideran los destinos de nuestra sociedad para que renuncien a sus bajos anhelos de enriquecerse a costa de la miseria del pueblo y se conviertan en verdaderos promotores de la justicia, la equidad y la paz deseada por todos. Que cada palabra y cada acción nuestra vayan dirigidas a defender y promover y la vida. Que como discípulos tuyos superemos todos los odios, los rencores, los egoísmos y todo aquello que destruye la vida, y que hagamos crecer en nosotros el nuevo ser humano totalmente renovado en tu amor, capaz de dar vida al mundo… Que así sea…Luz.

 

royducky@gmail.com

 

 

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