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La compleja realidad de los feminicidios

De Aquí y de Allá

 

Salvador Monroy Ordaz

@SalMonOrd

 

La compleja realidad de los feminicidios

La violencia multidimensional contra las mujeres al fin se ha colocado como uno de los temas más importantes dentro de la agenda gubernamental. Más allá de la politización del tema, es importante que este problema se vislumbre y dimensione de manera correcta a fin de que la sociedad en su conjunto pueda aportar soluciones desde los espacios civiles que han surgido en años recientes, y también para que pueda evaluar el impacto de las políticas públicas que se apliquen por parte de los diferentes niveles de gobierno.

Lo primero que hay que tener presente es que México tiene una tasa de homicidios muy alta, de alrededor de 25 homicidios por 100,000 habitantes cada año. Salvo algunos pequeños países centroamericanos y caribeños, esta es la tercera tasa más alta del mundo (solo Brasil y Sudáfrica tienen una tasa mayor), y en número absolutos, sólo Brasil reporta más homicidios cada año. Ahora bien, mientras que en países de altos ingresos la tasa de mujeres asesinadas ronda entre 35% y 55% del total, el porcentaje de mujeres que son víctimas de homicidios cada año en México es asombrosamente bajo, apenas un 12% en 2019. Este es uno de los porcentajes más bajos del mundo y se ha mantenido relativamente estable al menos desde hace 30 años. Esta baja proporción de mujeres víctimas de homicidio parece poder explicarse por la estructura general de los homicidios en México, y se comparte con otros países, principalmente centroamericanos, en los que prevalece la criminalidad generada por el crimen organizado. Éste sigue siendo “cosa de hombres”.

Esto de ninguna manera significa que en México haya pocos homicidios de mujeres, pero sí puede arrojar cierta luz sobre las políticas que son necesarias para reducirlos. Los homicidios son apenas la punta del iceberg de un ambiente de violencia hacia las mujeres que sí se vive en el país, y que ha sido normalizada en la cultura nacional. Esto es evidente en el hecho de que cerca del 60% de las víctimas son asesinadas por alguien de su entorno familiar y social más inmediato. Esto podría parecer como un problema de fácil resolución, pero la realidad es lo opuesto. Este tipo de homicidios no responden fácilmente a políticas públicas de control de crimen organizado, que es actualmente el principal enfoque del gobierno.

¿Qué hacer entonces? Lo primero es separar claramente el problema de la violencia hacia las mujeres del problema de delincuencia organizada. Son temas completamente distintos y requieren de soluciones distintas. Sin embargo, pueden enmarcarse en la problemática general de la procuración de justicia en México. Es de sobra conocido que nuestro sistema judicial es uno de los más ineficaces del mundo: solo el 3% de los delitos cometidos son resueltos mediante sentencia judicial, y cualquier proceso puede durar años en trámites sumamente tortuosos y caros. Esto nos afecta a todos por igual y, por lo mismo, no ha podido surgir un movimiento que logre enfocar a la opinión pública en los detalles de este sistema inoperante. Quizá el movimiento feminista, al definir claramente a un grupo vulnerado y los mecanismos con los que el sistema perpetúa su vulnerabilidad, pueda convertirse en punta de lanza para la creación de un verdadero estado de derecho en México.

 

 

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