• Spotify
  • Mapa Covid19

Letras Desnudas

Mario Caballero

La trágica historia de Mariana

¿Cómo decirle al hombre que te dio la vida, que te cargó en sus brazos, que te enseñó a caminar, que se sacrificó para que tú tuvieras un techo, un plato de comida en la mesa, educación y que hizo hasta lo imposible para verte convertida o convertido en una persona de bien, que no puedes hacer nada para salvarle la vida?

Mariana se enfrentó a ese lance. No es que no haya querido ayudar a su padre, sino simplemente no pudo. Hizo todo lo humanamente posible para salvarlo. Pidió ayuda. Salió a buscar los medios. Pero al final todo fue en vano. El 17 de octubre, su padre murió de coronavirus después de una angustiante travesía por encontrar un hospital donde lo atendieran.

Cuatro días antes del suceso fatal, Mariana le escribió en Twitter a su padre: “Papito, sé que tienes miedo, ayer me lo dijiste. Perdóname por no poder pagar quinientos mil pesos, perdóname por no haber insistido más en que te hicieras la prueba desde el martes, confío en Dios en que estarás en buenas manos. Perdóname”.

La historia de Mariana llamó poderosísimamente la atención de los internautas que tuit a tuit se enteraron de lo que estaba pasando con ella y con su padre. Decenas de personas se sumaron a las peticiones de ayuda a las autoridades de la Ciudad de México y del gobierno federal. Reclamaron atención para don Bonifacio Estrada y no faltaron los comentarios de enojo e impotencia. ¿Dónde está la cuarta transformación? –decían.

Hasta donde se sabe todo empezó el 6 de octubre. Ese día el señor Estrada había vuelto a su casa sin nada de apetito y sintiendo un cansancio más allá de lo habitual. Se limitó a platicar un poco sentado en el comedor y después se fue a la sala, donde se recostó en el sofá y encendió el televisor.

Pasaron varias horas y don Bonifacio siguió prácticamente igual: sin sentir hambre y muy cansado.

Él era de esas personas fervorosas de la familia. Su momento favorito del día era estar sentado a la mesa en compañía de sus hijos y de su esposa. Pero la pandemia le hizo cambiar algunos aspectos de su rutina. A penas atravesaba la puerta se iba directamente al baño, ponía toda la ropa que llevaba puesta en el cesto de la ropa sucia y tomaba una ducha. Al salir, los saludaba a todos y ocupaba su lugar en la mesa. Pero ese martes todo fue muy distinto.

Las horas siguieron hasta la noche, en las que no hubo un cambio en su condición. Pero preocupados por su semblante le compraron un oxímetro, que indicó que los niveles de saturación eran normales.

Así terminó el martes. Las veinticuatro horas siguientes, don Bonifacio realizó sus actividades de la manera acostumbrada. No hubo nada de qué preocuparse. Pero el jueves presentó 38 grados de temperatura. Aunque él insistía en que se sentía bien a pesar de la fiebre, “ya no me gustó nada la situación”, confesó Mariana.

El viernes, a primera hora, lo llevaron para que le hicieran la prueba de Covid-19 en un laboratorio privado. Hasta ese momento, no había perdido el gusto ni el sentido del olfato. El 10 de octubre llegó el resultado: positivo.

Con los resultados de la prueba en mano, el señor Estrada fue por su propio pie a consulta con un neumólogo. Sus hijas lo acompañaron. El doctor le recetó vitaminas, reposo y le pidió hacerse una placa de los pulmones. La fiebre había cedido, pero continuaba cansado y sin hambre.

Horas después, su oxigenación cayó de pronto a 69. Nadie en la familia se esperaba que aquel hombre fuerte se pusiera tan mal de un momento a otro. Aquí empezaron las horas desesperadas.

Lo llevaron a un hospital privado en Coyoacán, donde les pidieron 30 mil pesos para ingresarlo y 200 mil por cada día que permaneciera internado. La tarifa no incluía los honorarios médicos, ni los medicamentos. Mariana escribe en un tuit: “En ese momento tuvimos un golpe de realidad”.

Se dice que la vida de una persona bien vale todo el dinero del mundo. Pero ¿quién o cuántas personas en México pueden costear un tratamiento médico así? Por desgracia, son poquísimas.

De acuerdo con la última medición de pobreza, en México hay actualmente 62.25 millones de pobres, es decir, la mitad del país está marginado. Y, tristemente, según cifras del doctor Hugo López-Gatell, subsecretario de Salud, son los más pobres del país en los que se concentra la mayor cantidad de contagios y decesos por coronavirus.

La familia de Mariana pertenece a la clase media-baja. Tienen o ganan lo suficiente para llevar una vida modesta y sin preocupaciones, pero sin lujos y sin la capacidad para pagar servicios médicos como el que necesitaba su padre.

Entre ella y su hermana lograron reunir sólo 68 mil pesos. Eso les alcanzaba para que admitieran al señor Estrada y para cuatro horas y media de hospitalización. Nada más.

Para ese instante don Bonifacio ya hacía esfuerzos para respirar. Una enfermera del mismo sanatorio les dijo que el Instituto Nacional de Enfermedades Respiratorias era el hospital más cercano, por lo que se trasladaron para allá. Y allá les dijeron que tenían que tomarle una tomografía para saber si era necesario internarlo. Y la tomografía dijo que sí, pero no había camas. “Busquen a donde llevarlo”, les dijeron a las dos hermanas.

La condición del enfermo era cada vez peor. Y las hijas no recibían otra respuesta que la de “sigan buscando”, “en aquel hospital tal vez tengan espacio”, “no se desesperen”. Pero ¿cómo no desesperarse cuando ves a tu familiar morirse en el asiento trasero del carro sin poder hacer nada?

Mariana y su hermana iban de aquí para allá, lidiando con el tráfico, recorriendo las calles de la ciudad más terrible del mundo, buscando una de esas camas que el presidente Andrés Manuel López Obrador y López-Gatell dicen que sobran en la ciudad.

Donde sí había camas era en los hospitales privados, pero les pedían que primero tenían que depositar 500 mil pesos. Estando en el Hospital Militar, un amigo les dijo que lo llevaran al Hospital de La Raza, pero al oír eso el señor Bonifacio les dijo desde el asiento trasero “ahí los matan”. Con todo y eso, las hijas, solas, con miedo, no tuvieron más opción que llevarlo.

Cuenta Mariana que a partir de ahí ya no volvió a ver a su padre: “Ingresó en el coche al triaje y no me permitieron entrar. Mi hermana entró con él. Le pidieron que lo desnudara, que le quitara sus pertenencias, su celular, sus zapatos. Salió destrozada. Intentamos abrazarla y no quiso que la tocáramos. La enviaron a su casa, indicándole que se aislara”.

Durante los días siguientes pudieron comunicarse con él gracias a un trabajador de limpieza que les facilitó su teléfono celular para que le hicieran videollamadas. Bromearon un poco y él les dijo que se hicieran la prueba y que compraran oxígeno para cuando saliera.

La noche del 16 de octubre, el trabajador de limpieza les llamó para decirles que su padre había empeorado, que los médicos tuvieron que acostarlo bocabajo para que pudiera respirar mejor. El señor Estrada pudo marcarle a su esposa y le dijo que lo sacara porque lo querían intubar y que ningún médico había pasado a verlo.

La madrugada del 17, Mariana fue informada de que su padre había sido intubado. En ese momento ella escribió una carta muy dolorosa:

“Abriste tus ojos grandes, grandes, te toqué a través del espejo del coche, te ayudé a bajar, estabas agitado, pesado. Papito, no sabes cuánto quisiera sostener tu mano y no dejarte ir, por nada del mundo, así me fuera la vida en ello.

“Siempre pensé en encontrar el amor de mi vida, y el amor de mi vida eras tú, hoy lo sé y nunca te lo dije. Papá, lucha por tu vida”.

A las 12:50 le llamaron a Mariana del hospital para avisarle que su padre había muerto. Se trasladaron y sólo su hermana pudo entrar para reconocer el cuerpo. De ahí lo llevaron al crematorio.

“Nos dijeron que no podíamos acercarnos. Lo bajaron en una bolsa gris… Nos entregaron sus cenizas aún tibias”, dijo.

La voluntad del señor Bonifacio era que arrojaran sus cenizas en el Centro Histórico de la Ciudad de México, pero hasta el momento no han podido hacerlo. La hermana de Mariana presentó síntomas al día siguiente y su hermano y su esposa también se contagiaron.

El 19 de noviembre, México rebasó la cifra de los cien mil muertos por la pandemia. Y el presidente López Obrador y Hugo López-Gatell hasta hicieron bromas. ¿Cuántas de esas cien mil vidas sufrieron algo como esto? ¡Chao!

yomariocaballero@gmail.com

Compartir:

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *