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¿Qué imagen proyecta nuestra Embajada en Canadá?

Jesús Martínez Soriano

¿Qué imagen proyecta nuestra Embajada en Canadá?

Toronto, Canadá. El pasado mes de diciembre, en el fin de semana previo a la Navidad, visité Ottawa, la ciudad capital, ubicada al noreste de Toronto, exactamente a 351 kilómetros de distancia. Entre los sitios de interés que me propuse conocer, se encontraba la embajada de México en este país, que desde hace algún tiempo me generaba curiosidad e interés; recordé que en mi época de estudiante universitario acudí a varias embajadas en la Ciudad de México, por motivos meramente académicos, y que sus banderas y nombres oficiales me remitía hacia algún suceso histórico, una referencia o una noticia reciente sobre las naciones que representaban; me preguntaba yo cómo sería la vida en cada una de ellas: su gente, sus costumbres, sus ciudades, etc. Hoy en día, cuando casualmente me encuentro con alguna representación diplomática, aún me surgen las mismas inquietudes y pienso también que muy probablemente a mucha gente en el exterior le ocurre lo mismo al transitar por nuestras embajadas o consulados. Y si bien es cierto que hoy en día el Internet nos aproxima a cualquier lugar del mundo de manera virtual, no genera el mismo impacto que estar físicamente en ellos. Pero la gran expectación existente por conocer la embajada de México en Canadá, pronto se convirtió en un desencanto, sentimiento que se acentuó todavía más al contrastarla con otra, con la que involuntariamente me encontré, como me permito narrar a continuación, de manera estrictamente cronológica.

Una embajada que proyecta magnificencia y poderío

Era el viernes 18 de diciembre de 2020 cuando arribé a la ciudad capital, poco después de las 20:00 horas; era una noche despejada, aunque demasiado gélida, el termómetro marcaba -14 °C, pero a pesar de ello decidí caminar por las calles del centro, en donde se percibía un gran movimiento y la vida parecía transcurrir con bastante normalidad: muchas tiendas, malls, bares y restaurantes permanecían abiertos y altamente concurridos, a diferencia de Toronto, que mantenía el lockdown o confinamiento debido a la pandemia. Avanzaba yo por la calle de Rideau, con dirección al edificio del Parlamento, la sede de los poderes del estado, cuando al llegar a la calle Sussex divisé a mi derecha una construcción que, por su atractivo y magnificencia, me generó curiosidad; al aproximarme a ella me percaté de que se trataba de la Embajada de Estados Unidos.

Me detuve un momento para contemplar ese enorme y moderno edificio ubicado en el número 490 de Sussex Drive, el cual se extiende a lo largo de dos grandes manzanas y en cuyo frente destacan relieves plateados, así como una vistosa cúpula en su parte superior, la cual se encontraba iluminada con los colores verde y rojo debido a la temporada navideña, lo que atraía todavía más el interés de los transeúntes; asimismo, en su parte central lucía pletórico, en letras plateadas, el nombre oficial del lugar: Embassy of United State of America, y en lo alto ondeaba, imponente, la bandera de las barras y las estrellas. Al investigar los datos del inmueble, me enteré que fue inaugurado apenas hace poco más de dos décadas, en 1999, por el entonces presidente William Clinton, cuya belleza, grandilocuencia y magnificencia proyecta una imagen de prosperidad, abundancia, poderío, y no es para menos, pues se trata ni más ni menos que de la embajada de la nación más rica y poderosa del mundo.

Una representación diplomática extraviada en O´Connor St.

El haber conocido la embajada estadounidense, aunque de manera accidental, me generó todavía mayor curiosidad por visitar la de mi país, por lo cual, al día siguiente, a pesar de la intensa nevada que caía ininterrumpidamente, me trasladé hasta donde ésta se encuentra. Previamente, había yo realizado la búsqueda de su localización y desde que observé algunas imágenes, me percaté de que no era como la había imaginado; no obstante, mantenía el interés por conocerla. Llegué a la dirección indicada: el número 45 de la calle O´Connor, en donde se encuentra un par de torres contiguas, de no más de 20 pisos, ambas de color crema, con cristales de tonos verdosos, que corresponde a la World Exchange Plaza. Ahí se ubican varias oficinas, siendo una de ellas nuestra representación diplomática, que ocupa la suite número 1000. Dichos edificios abarcan toda una manzana, sobre la calle en mención y en cada extremo de la planta baja lo único que destaca es una sucursal del Toronto Dominion Bank, del lado derecho, y un establecimiento de la cadena Shoppers Drug Mart, en el costado izquierdo. Caminé por las cuatro calles que rodean la manzana, buscando alguna referencia (letrero, bandera o cualquier otro emblema) que me permitiera identificar que ahí se localizaba nuestra embajada, sin haberla encontrado. Posteriormente, ingresé al inmueble, pero tampoco encontré tal referencia.

No puedo negar el desconcierto, desilusión y desencanto que me causó atestiguar que a pesar de que esa plaza se ubica en pleno centro de la ciudad, las oficinas ahí establecidas quedan totalmente inadvertidas en el exterior; supuse que prácticamente la totalidad de las personas que transitan habitualmente por esa zona no tienen la más mínima idea de que en dicho inmueble se localiza la sede diplomática mexicana. Aunque no puede comparársele con la de Estados Unidos, en lo personal esperaba que la nuestra se acercara al prototipo de las existentes en otras partes del mundo, que reflejara la relevancia que nuestro país posee, máximo tratándose de nuestro segundo socio comercial más importante. Recordé que la primera embajada mexicana en el extranjero que conocí, a principios de los 90, fue la que se encuentra en Washington, en la ya icónica, para nosotros, Pennsylvania Avenue; aquellos eran los tiempos en que se negociaba el Tratado de Libre Comercio en América del Norte (TLCAN), como consecuencia de lo cual México era visto con gran expectación e interés. Aún tengo presente la agradable sensación que me causó observar el edificio de nuestra representación diplomática con el estandarte tricolor que ondeaba en lo alto de su parte central, cuyo tamaño parecía agigantarse con todas las expectativas que empezaban a generarse sobre el país.

Escenarios semejantes, percepciones contrastantes

Poco antes de viajar a Ottawa, caminaba yo por St. Clair Ave., en Toronto, al llegar a la intersección con Avenue Rd. distinguí una construcción antigua de tres niveles, ubicada en un terreno de unos 300 metros cuadrados; su atractivo arquitectónico y una bandera ondeando en lo alto de la misma llamó mi atención, se trataba del Consulado de la República de Corea (Corea del Sur). Pensé que más o menos esas características tendría nuestra embajada, es decir, un edificio independiente y modesto, que proyectara una imagen más cercana al tamaño de la nación que somos y al lugar que ocupamos en el concierto de las naciones. México es el décimo país más poblado del mundo, con 128 millones de habitantes, el décimo tercero más grande en cuanto a extensión territorial y, además, es miembro del acuerdo comercial de América del Norte.

En el trayecto de regreso de Ottawa a Toronto, ya en la comodidad del interior del tren, reflexionaba yo acerca de los diferentes momentos en los que conocí la embajada de México en las dos naciones de Norteamérica: La que se ubica en Estados Unidos, cuando estaba por concretarse el TLCAN, en un ambiente en el que, como señalé anteriormente, las expectativas sobre el país eran muy altas y en el que pensé, al igual que muchos jóvenes de mi generación, que esa era la oportunidad inmejorable para que el país pudiera “despegar” y dar pasos sustanciales hacia el desarrollo; por lo mismo, la imagen de México en Washington, vista a través de su embajada, parecía agigantarse. En contraste, ahora que recién visité nuestra representación diplomática en Canadá, más bien el sitio de su ubicación, México parece ir en declive, golpeado severamente por la pandemia y carente de rumbo, con un gobierno que generó muchas expectativas en el momento de su asunción al poder, pero que ha polarizado, dividido y hasta enfrentado a la nación. Como reflejo de lo anterior, resulta ilustrativo que el año pasado la economía mexicana haya descendido del lugar 15 al 16 entre las más grandes del mundo, lo cual tiene un gran simbolismo. Bajo ese escenario, nuestra embajada en Ottawa no solo parece extraviada e inadvertida en el centro de la capital, sino también perteneciente a un país de escasa importancia en el escenario internacional.

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