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Apuntes para documentar el pesimismo

Razones

Jorge Fernández Menéndez

Dejemos por un momento los escándalos internos dentro de la propia administración López Obrador o los hechos terribles del estadio Corregidora. Vamos a los datos duros que exhiben lo difícil que será este 2022, un cuarto año de gobierno en el que, una vez más, no alcanzaremos siquiera la situación económica o de seguridad que teníamos en 2018. Veamos cinco capítulos específicos.

Primero, la economía. Los datos son malos, no recuperaremos este 2022 los niveles económicos de prepandemia, pese a que nuestros socios comerciales, como Estados Unidos o España, ya lo hicieron desde fines del año pasado. El Banco de México estima que la tasa de crecimiento de este año apenas sobrepasará el 2 por ciento. Al mismo tiempo, la inflación, a nivel nacional y global, sigue incrementándose: en febrero fue la más alta de los últimos 22 años, alcanzó el 7.28 por ciento.

El peso mantuvo ayer su nivel respecto al dólar, luego de cuatro días de caídas consecutivas, pero fue, dicen los especialistas, porque los datos de la inflación fueron tan altos que provocarán un aumento de las tasas de interés de por lo menos medio punto para tratar de contrarrestarla. Las altas tasas impedirán aún más las posibilidades de crecimiento. El temor a una estanflación (un proceso de inflación con estancamiento económico) está más presente que nunca. Y las inversiones privadas, que podrían ser el motor de la economía, no aparecen por ningún lado. Ni siquiera, lo reconocía días atrás el propio Carlos Slim, estamos utilizando los instrumentos que brinda el TMEC.

Pero eso también tiene una razón de ser: la relación con Estados Unidos está lejos de pasar por un buen momento y cunde la desconfianza. No ayudan ni la situación de seguridad y migración, ni las declaraciones presidenciales ni la desconcertante indefinición del gobierno en el tema de la invasión a Ucrania. Es verdad que el canciller Marcelo Ebrard y el embajador en la ONU, Juan Ramón de la Fuente han sido mucho más firmes, pero el presidente López Obrador hizo una condena tardía y tibia, y luego anunció que México no se plegaría a ninguna de las sanciones que la comunidad internacional está aplicando contra el régimen de Vladimir Putin “porque queremos llevarnos bien con todos”.

Condenar de dientes para afuera la intervención rusa sin emprender ninguna acción que la castigue, termina siendo, en realidad, una forma de darle oxígeno a Putin. Se está repitiendo lo sucedido en 2001 luego del ataque a las Torres Gemelas. Aquellas indefiniciones nunca permitieron recuperar la relación entre los gobiernos de George W. Bush y Vicente Fox.

El tema energético agudiza estas diferencias. Cuando vemos el escenario que se presenta en Europa y otras partes del mundo por el tema de los embargos al petróleo y el gas ruso, queda de manifiesto, más que nunca, lo acertado de la idea que estaba vigente desde el anterior TLC y que persiste en el T MEC: la creación de un espacio energético común de América del Norte, de una suerte de mercado energético que fortalezca simultáneamente a México, Estados Unidos y Canadá.

La reforma energética propuesta por el gobierno federal y todas sus políticas, van en el sentido contrario. Con un mercado regional de los tres países, abierto a inversiones y políticas comunes, no sólo la región podría abastecerse, sino que tendríamos enormes posibilidades de exportación en todos los ámbitos, desde el gas hasta los combustibles fósiles, desde los no renovables hasta los hidráulicos. América del Norte, unida, es una potencia energética.

Pero la actual administración ha decidido tomar la ruta contraria: cerrarse, regresar a los monopolios estatales, autoabastecerse cuando sin la inversión privada ello es imposible. El precio del petróleo alcanzó niveles muy altos con la guerra, la mezcla mexicana cerró ayer a casi 120 dólares por barril. Pero resulta que cada día exportamos menos, porque la producción de Pemex es insuficiente y lo será aún más sin las inversiones privadas, con un modelo monopólico estatal.

Estamos importando derivados, gasolinas y gas muy por encima de los que generamos, incluso con altos precios del petróleo. Y eso se confirma con las pérdidas de Pemex y CFE el año pasado, casi 400 mil millones de pesos entre las dos. El gobierno federal para tratar de evitar los aumentos al precio de la gasolina decidió quitar parte de los impuestos, los famosos IEPS, pero resulta que, de esa forma, con precios históricamente altos, se dispararán los subsidios gubernamentales cuando las finanzas públicas están exhaustas.

Y finalmente la violencia incontenible. Ayer se dio a conocer el índice de las 50 ciudades más violentas del mundo (que no estén en conflictos bélicos abiertos). Pues bien, las primeras ocho posiciones de las 50 son de ciudades mexicanas, comenzando por Zamora, Ciudad Obregón y Zacatecas. El número de asesinatos se mantiene increíblemente alto, mientras crecen los feminicidios y las masacres, tres en las últimas semanas, sumando la de ayer en Atlixco.

Y luego está la distancia creciente respecto a la realidad. Me quedó con la “celebración” de las funcionarias de la 4T haciendo un homenaje al presidente López Obrador. Mientras en el Zócalo, 75 mil mujeres clamaban por sus derechos, exigían seguridad, acabar con los feminicidios (diez diarios), con la violencia intrafamiliar y laboral, con los abusos, las violaciones, por el respeto a sus derechos reproductivos, dentro de Palacio Nacional se festejaba a un hombre, al Presidente, sin mencionar, siquiera, lo que se exigía a unos metros de allí.

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