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Péndulos políticos y segundas vueltas

Razones

Jorge Fernández Menéndez

En el largo ciclo de elecciones que se darán en América de aquí a fines de 2024, se observa la oscilación de poder que se ve también en Europa.

En Guatemala, el domingo ganó los comicios Bernardo Arévalo, un político progresista, hijo de Juan José Arévalo, presidente en los años 50, antecesor de Jacobo Arbenz, que fue destituido por un golpe militar de siniestra memoria. Bernardo, abogado, nació en Montevideo, Uruguay, por el exilio de su padre y antes de poder regresar a Guatemala incluso estuvo un tiempo viviendo en México. Su plataforma incluye sobre todo la lucha contra la corrupción y la justicia social en un país donde la mayoría de la población vive en la pobreza o la pobreza extrema, pero, donde, también el poder del crimen organizado es cada vez mayor.

Arévalo al que le hicieron casi todo por descarrilarlo de su candidatura logró conservarla sobre todo por el apoyo del gobierno de los Estados Unidos. Toda una incógnita el futuro inmediato de Guatemala, un país vecino, amigo, limítrofe, al que tendríamos que prestarle mucha más atención y con el que tendríamos que establecer políticas y estrategias comunes de largo plazo. No lo hemos hecho nunca.

En Ecuador se dio la primera vuelta de los controvertidos comicios en los que el narcotráfico, particularmente de origen mexicano enquistado en ese país, se entremezclan con las ambiciones de Rafael Correa, el ex presidente populista, amigo de Hugo Chávez, de las FARC y que en su momento financió todos los movimientos de izquierda populista de la región. Correa está proscrito, procesado, vive fundamentalmente en Bélgica, pero pasa buena parte de su tiempo en México, desde donde operan y trabajan, incluso desde nuestro gobierno, muchos de sus más cercanos exfuncionarios.

La candidata de Correa en los comicios de Ecuador, es Luisa González, que ganó la primera vuelta de los comicios con apenas el 33 por ciento de los votos. El segundo fue un joven político de una de las familias más tradicionales de Ecuador, Daniel Noboa, que obtuvo el 24 por ciento. Su padre buscó en cinco ocasiones la presidencia del país sin lograrlo. Tercero fue el candidato que sustituyó a Fernando Villavicencio, el principal rival de Correa, que fue asesinado diez días antes de las elecciones: lo sustituyó el periodista Christian Zurita, que había realizado con Villavicencio la mayoría de las investigaciones sobre la corrupción en los gobiernos de Correa. Obtuvo poco más de 13 por ciento.

Noboa tiene amplias posibilidades de obtener el triunfo en la segunda vuelta aglutinando el voto anticorrea, que es ampliamente mayoritario, pero está dividido. Noboa, hasta el asesinato de Villavicencio, iba muy abajo en las preferencias, pero después del asesinato y de un debate televisivo, apareció como un candidato firme, joven, contenido, que no iba a la confrontación y eso lo catapultó al segundo puesto y a la posibilidad de ganar en segunda vuelta.

De perfiles diferentes: Arévalo en Guatemala y Noboa en Ecuador, son políticos moderados que no están apostando a radicalismos de ningún signo. Pero tienen enfrente la miseria de muchos, los intereses de unos pocos y la violencia del crimen organizado, en los dos países con profunda presencia de cárteles mexicanos.

Esos comicios deberían colocarse frente a la elección de candidatos que se dio en Argentina, las llamadas PASO, mediante la cual, en votación abierta y obligatoria, la gente vota por los aspirantes que prefiere que estén en la boleta presidencial (y en otras listas) para los comicios que se realizan poco después, en este caso el 22 de octubre. Ganó un candidato inesperado, Javier Milei, que se califica a sí mismo como ultraliberal. Todo aquel que se autodenomine ultra, sea ultra izquierdista, ultraderecha o ultraliberal, quiere decir que está en los extremos ideológicos de esas corrientes y siempre terminan ejerciendo gobierno autoritario, de uno u otro signo.

Milei simpatiza con los gobiernos autoritarios tipo Trump y con la brutal dictadura militar que gobernó Argentina entre 1976 y 1983. Milei, ya lo hemos dicho, es una amalgama de principios confusos y hasta contradictorios (dice que en gobierno se podría entender hasta el comercio de órganos, pero no apoyará el aborto ni la enseñanza sexual en las escuelas).

Pero lo cierto es que Milei todavía no ganó, tiene que ir a una elección general y luego si no tiene mayoría a una segunda vuelta. Compite contra otra candidata de centro derecha, más moderada pero también muy dura, como Patricia Bullrich, de Juntos por el Cambio. El peronismo, representado por el ministro de Economía, Sergio Massa, en plena crisis, quedó en una lejana tercera posición por primera vez en su historia. Pero apuesta al voto del miedo que genera Milei y que también quiere aprovechar Bullrich. Y falta todavía la segunda vuelta donde se pueden hacer todo tipo de alianzas si en la primera no hay mayoría absoluta.

Una última reflexión: una de las mayores torpezas de nuestras leyes electorales es no tener segunda vuelta. Con nuestra legislación, Arévalo jamás hubiera llegado a la presidencia de Guatemala, Luisa González con apenas el 30 por ciento de los votos estaría celebrando la de Ecuador junto con Correa, en Argentina se hubieran cerrado las oportunidades y opciones. La segunda vuelta permite construir acuerdos, descartar al candidato que realmente no se quiere, construir mayorías reales. En México, sin ello, lo que tenemos son minorías con poder mayor a su real representatividad que se ejerce durante demasiado tiempo, seis años, en forma discrecional.

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