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Razones

Ganar la candidatura, perder la ciudad

Jorge Fernández Menéndez

No sé qué es más desafortunado para su causa, si el lapsus de Claudia Sheinbaum diciendo que ella no quería llegar a la presidencia por “una ambición personal como el presidente López Obrador”, o el reconocimiento del propio mandatario, que dedicó buena parte de su mañanera del jueves, a explicar porque la ciudad de México se había vuelto fifi, conservadora, reaccionaria.

La declaración de Claudia será utilizada en memes y publicidad en su contra, pero también la obligó, una vez más, en los días siguientes, a deshacerse en halagos para el presidente, porque como vimos después del primer debate, eso de que pongan distancia con él lo saca de quicio. Y mejor curarse en salud y colmarlo de halagos que esperar los dardos de origen interno.

Pero lo del presidente en la mañanera respecto a la ciudad de México es una confesión, un reconocimiento de que el que fue su principal bastión político, el lugar donde nació Morena, la ciudad de México, que viene siendo gobernada por la izquierda desde 2017, cuando Cuauhtémoc Cárdenas ganó la ciudad, hoy comienza a estar harta del deterioro que ha sufrido en muchos ámbitos.

Desde 2017 hasta ahora ha habido distintos gobernantes y visiones. La ciudad en algunos ámbitos y momentos mejoró, pero en otros resultó evidente su decadencia, sobre todo en los últimos años e incluso más allá de los esfuerzos de Claudia Sheinbaum. El mejor momento de la ciudad gobernada por la izquierda fue la administración de Marcelo Ebrard, cuando más alejado estaba de López Obrador. Después del desastre que fue para la capital aquel plantón en Reforma y Centro Histórico tras el berrinche de haber perdido las elecciones de 2006, la llegada al gobierno de Ebrard fue un bálsamo.

Se demostró que cuando hay en Palacio Nacional un gobierno de una fuerza política contraria a la que está en el palacio del Ayuntamiento, la ciudad se beneficia. Me decía un alto funcionario del gobierno de Calderón, que cada acuerdo que tenían con Ebrard era costosísimo, que Marcelo llegaba con pedidos, apoyos, obras y que, para mantener la relación, se beneficiaba a la ciudad. Ebrard no quiso asumir el riego político, pero gracias a ello pudo haber sido el candidato presidencial de la izquierda en el 2012. Muchos destinos, comenzando por el suyo, hubieran sido diferentes.

Luego vino Miguel Ángel Mancera que, con claroscuros, decidió establecer una muy buena relación con el gobierno de Peña Nieto y ser parte de lo que se llamó el Pacto por México, siguiendo los lineamientos del PRD del que ya se había escindido Morena. Pero no nos engañemos, muchos de los militantes y funcionarios que están hoy en Morena, fueron parte, también, del gobierno de Mancera.

Los siguió la mejor discípula de López Obrador, Claudia Sheinbaum que no es que haya hecho tan mal las cosas en la ciudad. Han terminado siendo malas porque decidió someterse casi completamente a la visión presidencial. Claudia logró rectificar en dos temas claves: la seguridad y la pandemia. En la primera, quitando a su primer secretario de seguridad, Jesús Orta, que fue un desastre, y colocando a Omar García Harfuch. En el tema de la pandemia, desoyendo en lo posible las insensateces de López Gatell, apoyadas desde Palacio Nacional.

Pero al no querer distinguirse, al presentarse como una línea de continuidad sin reversas, al estar atada al discurso de Palacio Nacional, que no deja espacio para nada y para nadie, Claudia asumió hasta en sus aciertos los errores de su jefe.

Lo sucedido con la candidatura de la ciudad lo ilustra mejor que nada: creo que Sheinbaum detectó bien el desgaste de tantos años de gobierno después de los resultados del 2021 y trabajó para poner en la candidatura de Morena en la CDMX un perfil que fuera mucho más transitable, con mejor imagen y resultados, y por eso se inclinó por García Harfuch. El presidente leyó exactamente al revés los resultados y decidió que en la ciudad y en el país tenía que apostar a la dureza. Omar ganó con amplitud la encuesta interna, pero el aparato de Morena, encabezado por el presidente López Obrador, impuso a Clara Brugada que es algo así como la versión 2.0 de la intransigencia de Morena, una candidata que es imposible de que genere empatía en las amplias clases medias capitalinas.

El reconocimiento final de este fracaso lo puso el presidente en claro este jueves: no es que la ciudad se haya derechizado, vuelto fifi o aspiracionista. La ciudad siempre ha sido aspiracionista y progresista, pero pasó de ser en la época de Ebrard una ciudad que aspiraba a ser de primer mundo a ser tratada como una ciudad de tercer mundo con López Obrador en la presidencia.

No se trata sólo de ideología (que también influye) se trata de objetivos y dinero: a Ebrard el gobierno de Calderón le dio recursos y apoyos para realizar muchas obras, incluyendo la controvertida, por otras razones, Línea 12. Con Claudia el presupuesto para la ciudad se achicó e incluso, para ser condescendiente con el jefe, se llegó a enviar dinero del presupuesto de la ciudad para apoyar la construcción del tren maya. Y no hubo en la ciudad ninguna gran obra, ni un digno mantenimiento de las existentes. El gobierno de Claudia perdió su autonomía, que la tuvo en algunos capítulos, para mimetizarse con López Obrador. Con ello ganó la candidatura, puede ganar la presidencia y muy probablemente perderá la ciudad que gobernó.

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