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Un camino hacia la tragedia

Razones

Jorge Fernández Menéndez

Me parece una absoluta superficialidad que el presidente López Obrador subestime el tema del hackeo de información de la Defensa Nacional, que haga un chistorete con el tema (“las Guacamayas se convirtieron en zopilotes”), que asegure que “eso no es nota”, como si el que decidiera qué es importante y qué no para los medios y la sociedad sea el propio mandatario, que cuando le preguntan al secretario de la Defensa Nacional sobre el tema tome la palabra el propio mandatario para decir que de eso no van a hablar argumentando una vez más la repetida historia de los conservadores que atacan a su gobierno, etc., etc. Quiere aplicar algo así como la doctrina Mauricio Garcés: mátalas callando.

Desafortunadamente este es uno de los tema que simplemente ignorándolo no se acallará y ante el cual el silencio implica un desgaste cotidiano para las fuerzas armadas pero también para el propio gobierno, porque todos los días aparece información sobre investigaciones, datos, casos relacionados con la seguridad pública, interior y nacional que se puede decir que no es concluyente, pero por lo pronto sabemos que jefes de zonas militares opinan que mandos policiales de Tabasco nombrados en esta administración, están relacionados con el narcotráfico, que sucede lo mismo con los de la policía Guadalajara y otros lugares, que los mandos militares no confían en el 47 por ciento de las autoridades civiles a la hora de darles información, porque la misma se pierde o se filtra, y una larga lista que abarca desde qué hizo la señora Beatriz Gutiérrez en Acapulco hasta algún regalo de cumpleaños.

Lo ocurrido el miércoles en el senado es lamentable por dónde se lo vea. No tiene sentido que los mandos militares hayan ido a una comparecencia a acompañar a la secretaria de seguridad Rosa Ícela Rodríguez, que no participen y que en esa comparecencia no se hable, por ejemplo, del hackeo o de otros temas claves de la seguridad pública, interior y nacional. Es irresponsable que haya intervenciones de la oposición que rayan hacia una ruptura incomprensible con las fuerzas armadas (la peor estrategia que puede tener la oposición mientras el ejército y la marina siguen teniendo índices de aceptación superiores al 80 por ciento entre la población) y participaciones del oficialismo tan nefastas como la de la senadora Lucía Tresviña que suavemente trató a los senadores de oposición de “puñado de pedorros derrotados”. Y es nada menos que la presidenta de la comisión de seguridad pública de la cámara alta. Decíamos ayer y repetimos hoy: con esos términos del debate no va a ganar nadie, salvo los propios grupos criminales.

Hay un tema de fondo que no se puede ignorar. No se puede estar todos los días bajo los reflectores y no esperar el escrutinio y la demanda pública. Si el general Sandoval, el almirante Ojeda, el general Rodríguez Bucio, están todos los días en las giras, en las mañaneras, si asumen cada vez más tareas que se alejan de las específicamente militares (sólo en estos días el ejército asumió con un nuevo mando la Agencia Federal de Aviación Civil con el encargo de recuperar la categoría uno en aviación, una tarea que hoy se antoja titánica, y la Marina se quedó esta semana también por completo con la construcción del corredor Transístmico, una obra con vasto rezago), nadie puede extrañarse que existan reclamos de respuestas públicas de esos mandos fuera los marcos tradicionales. Me consta que esas instituciones están tratando de adecuarse a los nuevos tiempos de la comunicación, pero creo que el alud de cambios en muchas ocasiones sobrepasa su capacidad de adaptación.

Por ejemplo, no tiene mucho sentido que quien comparezca sea la secretaria Rosa Ícela, cuando en realidad la seguridad pública ya no está en sus manos sino en las de la Defensa, desde el momento en que allí se incorporó la Guardia Nacional (que en realidad depende de esa instancia prácticamente desde el día uno). Rosa Ícela no tiene mando operativo en seguridad. Ello obliga a cambiar esquema de comunicación e interrelación con la sociedad y las fuerzas políticas.

Entiendo que en temas de seguridad nacional y operatividad militar debe haber secrecía, pero la seguridad pública no puede basarse ni en la secrecía ni en las tradiciones militares. Hemos dicho muchas veces en este espacio que no está mal que la Guardia Nacional dependa, por las exigencias de la coyuntura, de la Defensa Nacional y tampoco que las fuerzas armadas participen en temas de seguridad pública hasta el 2028. Pero se debe comprender que, aunque las instancias policiales, como en realidad lo es y lo debe ser la Guardia Nacional, dependan de mandos militares, están atendiendo una tarea eminentemente civil, que admite y exige rendición de cuentas ante las instancias constitucionales civiles.

Eso debe llevar a reconfigurar esquemas de comunicación y también de relación con otros ámbitos institucionales. Ni la seguridad pública, ni la construcción del tren maya, ni en corredor transístmico, ni la administración de puertos, aeropuertos y aduanas, salvo capítulos muy específicos, son temas de seguridad nacional. E incluso si lo fueran se deben establecer nuevos mecanismos que permitan intercambio de información y opiniones con el congreso, incluso conservando y exigiendo la secrecía, como hay en muchas democracias del mundo. Seguir en el camino de la polarización y confrontación nos va a llevar a una tragedia, en todos los ámbitos y para todos.

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