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Una ultraderecha impresentable

Razones

Jorge Fernández Menéndez

En un hotel de la zona de Santa Fe, durante dos días, estuvieron reunidos, con una serie de discursos difíciles de digerir, uno más retrógrado que el otro, representantes de la ultraderecha de varios países del mundo, muchos de ellos entusiastas trumpistas, como Eduardo, el hijo de Jair Bolsonaro, el senador Ted Cruz, el líder de Vox, Salvador Abascal, el  ex actor Eduardo Verástegui, el candidato presidencial argentino, Javier Milei, y Steve Bannon, uno de los más cercanos operadores del propio Donald Trump. Según dijeron, quieren ser algo así como la réplica, en las antípodas, del izquierdista Foro de Sao Paulo.

Hace ya muchos años, luego de la caída del muro de Berlín, el español Ludolfo Paramio, cuando se presagiaba “el fin de la historia”, escribía sobre cómo rescatar a la izquierda después del diluvio que significó el derrumbe del mundo socialista y la eclosión conservadora, marcada entonces, entre otros, por Ronald Reagan y Margaret Thatcher (una ola conservadora que hasta podríamos extrañar respecto a la que nos ha tocado vivir unas décadas después). Decía Paramio que para rescatar a las izquierdas había que poner el acento, primero, en la democracia, luego en la desigualdad y siempre en la lucha por las libertades civiles, los derechos humanos, los derechos de las minorías, de las mujeres, del medio ambiente. Eso sería lo que diferenciaría a la izquierda de la derecha. Y en muy buena medida tenía y tiene razón.

Pero lo que se impuso en los últimos años ha sido otra cosa. Es el populismo, en el cual la democracia es cada vez menos importante y los derechos civiles, los de las minorías, el medio ambiente, son sacrificados en pos de objetivos “superiores”, todo siempre en torno a recuperar antiguas y supuestas grandezas perdidas. Pueden decirse de izquierda o de derecha, pero al final coinciden en muchos ámbitos, incluso en su lucha contra el libre mercado, contra la globalización, contra las libertades en general. Al final son opositores, desde derecha o izquierda del liberalismo al que responsabilizan de la decadencia, real o supuesta, de sus naciones. Eso se aplica por igual a Víctor Orban que a Donald Trump, a Nicolás Maduro que a Bolsonaro. También a López Obrador, aunque, con todo, nuestro marco de libertades sigue siendo más amplio que en otras naciones azotadas por gobiernos populistas.

Pero dentro de esa categoría tan vasta del populismo contemporáneo, pocos grupos y personajes resultan tan políticamente despreciables como lo que se reunieron este fin de semana en la ciudad de México. Despreciables por sus convicciones, sus dichos y en muchos casos por su ignorancia. De los reunidos en el cónclave se salva Lech Walesa, no sé si por sus posiciones actuales (en el mejor de los casos intrascendentes) sino por su lucha sindical pasada. Pero cuando uno escucha a Bannon, a Bolsonaro, a Cruz, a Verástegui, a Abascal, a Milei, entiende porqué, al final otras opciones, sean López Obrador, Kirchner, Sanders, Iglesias, con todas sus diferencias, terminan imponiéndose políticamente.

Lo mejor que le puede ocurrir a la izquierda populista es tener como adversarios a estos personajes, cuyos principios y retórica es tan anacrónica. Cuando el centro del discurso de estos grupos y personajes es la condena al feminismo, a los derechos de las minorías, la cancelación de los derechos lésbico gay+, el desprecio al medio ambiente, cuando el acento está tan puesto en el nacionalismo y el regreso al pasado, ese mismo pasado es el que los pone en donde deberían estar, en el basurero de la historia.

Tres personajes

Ricardo Monreal hizo su primer gran acto proselitista con un discurso que en el ambiente cotidiano de polarización habrá que ver hasta donde funciona: el de la conciliación. Fue el suyo en la Arena México un buen evento con un buen discurso, con una línea que debería ser eje de cualquier estrategia. Quién sabe cuál será el futuro de Monreal, pero esa posición y ese discurso lo enaltecen.

El economista brasileño Ilan Goldfajn, resultó electo nuevo presidente del Banco Interamericano de Desarrollo, dejando muy atrás al candidato de México, Gerardo Esquivel, uno de los vicegobernadores del Banxico. Más allá de la amistad entre pueblos y culturas, Brasil y México son rivales geopolíticos en América latina. En última instancia se trata de establecer cuál es el principal socio de la Unión Americana en la región. Los votos para el candidato de Brasil en el BID provienen de Washington. No deja de ser una señal a tomar en cuenta.

Hebe de Bonafini, una de las fundadoras de las Madres de Plaza de Mayo falleció ayer a los 93 años. Fue una figura notable en aquella organización humanitaria que luchó tan valientemente contra la dictadura argentina entre 1976 y 1983, buscando a sus hijos desaparecidos. Pero con el paso años fue teniendo una derivación ideológica hacia posiciones tan radicales y hasta absurdas, que hizo perder el sentido de su propia lucha, no sólo por su intolerancia y descalificación hacia los demás sectores humanitarios (que terminaron siendo mucho más representativos en términos nacionales, como las Abuelas de Plaza de Mayo y el movimiento de Hijos, que encabeza esa mujer extraordinaria que es Estela Carloto), sino también por su defensa de lo indefendible, como la de los terroristas que realizaron los ataques del 11S en las Torres Gemelas y el Pentágono. Pero nadie le quitará a Hebe de Bonafini el lugar histórico que ganó en aquellos años de dictadura. Habrá que quedarse con ello, que fue lo valioso.

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